"Salía a comprar pan y terminaba 30 días detenida por cómo estaba vestida"

Cosió bolsillos y fue detenida por ir a comprar pan. Hoy es funcionaria provincial. La historia de Daniela Castro.

Daniela Castro contó el camino que recorrió para llegar a ser funcionaria bonaerense. (Fotos: Romina Elvira)

10 de Noviembre de 2012 09:41

Daniela Castro asumió el 1 de octubre como responsable de la delegación local de la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires, y se convirtió en la primera trans de todo el país en ocupar un cargo público. Pero para Daniela esa no fue esa la única “primera vez”: a mediados del año pasado, luego de un fallo de la Justicia, fue la primera en en obtener en ámbito bonaerense el DNI que reconoce su identidad y también, como candidata a concejal de General Pueyrredon, cubrió el cupo femenino que exige la ley; algo inédito a nivel nacional.

En una extensa charla con 0223.com.ar, Daniela habló sobre sus inicios en la militancia social -que arrancó en 2001, cuando la necesidad la llevó a tener que coser bolsillos de camperas por un plan social de 150 pesos mensuales- y de los desafíos que le impone la nueva designación. En el medio, la aceptación de su familia, su inserción laboral, los meses detenida por vestirse con ropa “no adecuada” a su sexo, según lo establecía el Código Penal, y el reconocimiento de sus derechos.

 

Un bolsillo, cinco centavos

-¿Cómo comenzó tu militancia en el campo social y de los derechos humanos?

-Todo empezó por una cuestión personal. Siempre pensé que si es no, es no y no hay problema, pero me tengo que ir contenta. Pero, por mi situación de género, diría que el 70% de los 'no' no tenían razonamiento lógico y ahí empezó mi militancia. Por qué no, si yo puedo, si soy una ciudadana igual que cualquiera y mi situación de género no era algo que me imposibilitaba tener un acceso al trabajo digno, a ir al hospital y ser respetada; a que me internaran como correspondía y no me dejaran tirada en un pasillo como si fuera una cosa. Por suerte, a lo largo de mi vida tuve compañeros y compañeras que entendieron que estaba loca pero que la posibilidad de seguirme estaba buena. Tengo la firme idea de que en forma individual no se llega a nada y siempre vas a ser una loca gritando y nada más. Ahora, si ya son cinco o seis locos, alguno va a pensar que algo debe pasar.

- ¿Cómo llegás a ingresar a la Central de los Trabajadores Argentinos?

- Entre los años 1999 y 2000, empecé a trabajar en un ropero comunitario, durante la primera etapa de los planes sociales, cuando se cobraban 150 pesos por mes. Yo estaba sin trabajo porque mi pareja de ese entonces, jugador de básquet, se cayó y se rompió la rodilla y estuvo seis meses inhabilitado. Él trabajaba en negro y eso implicaba que si no trabajaba, no cobraba; así que, a través de conocidos de conocidos logré que me incorporaran con un plan social que había que contraprestarlo cuatro horas por día. Estuve en el barrio Parque Palermo, donde aprendí a coser y a tejer muy rápido y a los 15 días ya estaba arreglando ropa que donaban. Ahí estuve casi siete meses y eso hizo que una conocida me tomara en su taller para empezar a coser bolsillos de la parte de adentro de las camperas. Me pagaban cinco centavos el bolsillo y eso me salvó la vida porque yo necesitaba trabajar y sentirme digna de lo que hacía.

En medio de todo ese proceso, se remueve la gestión política y sindical de la CTA y me dicen que presente un currículum para ver si necesitaban personal administrativo. Para qué, pensé, si otra vez iba a recibir un sopapo en la cara, pero me terminé convenciendo de que un sopapo más ya no me hacía nada, así que lo presenté y a los diez días me llamaron. Mi militancia más profunda arranca dentro de la Central, de la mano de Raúl Calamante, uno de mis padrinos políticos indiscutibles y eso tuvo sus frutos: llegué a ser dirigente de la mesa regional de CTA. Después, en 2007, me fui a la Secretaría de Derechos Humanos.

- ¿Qué era la Asociación por la Igualdad de los Derechos?

- Fue una organización que armamos después de que Vilma Baragiola, en ese entonces, en Desarrollo Social, me planteó que quería trabajar con diversidad, que quería ayudar a las compañeras de la calle. En un primer momento dudé pero me terminó convenciendo y se armó el programa “Por un mundo con lugar para todos”.

- ¿Por qué las dudas?

- Porque la población trans no es fácil: venimos muy vapuleadas, recibiendo el sopapo constante y a veces no todas ni todos tenemos la capacidad de canalizar eso por otro lado y dejar que la vida continúe. Es una sumatoria de situaciones y de cosas. No es por victimizar a la población –yo menos que nadie- pero le propongo a cualquier persona que dice que las travestis son violentas y demás, a que las acompañen a caminar un día por la calle y que en cada esquina, escuche las barbaridades que les gritan. Llevar esa carga como si nadie estuviera diciendo nada, no es fácil. Tenemos compañeras que en determinado momento de su vida dejaron de salir a la calle y su vida pasaba únicamente por prostituirse. En ese tiempo, encima, teníamos el inconveniente de los artículos 92 y 98 del Código Penal, que nos impedían circular por la calle con ropa no adecuada al sexo. Yo salía a comprar pan a la vuelta de mi casa y volvía treinta días después porque me cruzaba un patrullero, me levantaba por cómo estaba vestida. Al final, me fumaba treinta días adentro por haber ido a comprar pan.

- ¿Muchas veces terminaste detenida?

- Sí, ¡infinidad de veces! El otro día, en una charla de detenidos y desaparecidos, contaba que si bien no viví la época de la dictadura, viví la otra dictadura, que era ésta. Si yo sumo cada uno de los 30 días que viví en las comisarías de Mar del Plata, son varios años que perdí injustamente.

- ¿Cómo continuó el programa?

- La verdad, la Municipalidad no estaba preparada para estas cosas y Vilma tuvo que bancarse muchos sapos pero no le importó. Hacíamos los fines de semana operativos en calle que consistían en recorridas por las zonas rojas. Lamentablemente, eso funcionó hasta que ella se fue. Sin embargo, gracias a esa iniciativa, se logró que en el año 2004 se acercara la Secretaría de Derechos Humanos al municipio y aportara, por ejemplo, abogados que trabajaban en los distintos casos.

 

Un fallo que cambia la vida

El 10 de junio de 2011, la jueza del Tribunal de Familia Nº 2 de Mar del Plata, Alejandra Obligado, falló a favor de un amparo presentado por Daniela Castro y le permitió tener acceso a su documento de identidad, el primero en toda la provincia de Buenos Aires. De esta forma, la marplatense pudo avanzar en la rectificación registral de sexo y cambio de nombre de pila sin necesidad de presentar un diagnóstico médico o psiquiátrico, ni realizarse ningún tipo de cirugía de reasignación genital o declaración de disforia.

- ¿Cómo viviste ese día?

- Fue espectacular. Empezó casi como un juego más de tantos que hubo en mi vida, cuando Karina Freire, presidenta de la Asociación Marplatense de Derechos a la Igualdad, me comentó que querían empezar con el tema de los amparos para marcar precedentes por la ley de identidad de género y para eso habían consensuado que la primera fuera yo, dije que sí, pero no por mí, sino por todos. Yo entendía que ése era un tema que no me había significado un freno, que no me había impedido acceder a lo que quería, pero después vi la importancia de hacer todo esto. Afortunadamente, tuve la suerte de encontrarme a una persona como Obligado, con la cabeza abierta, que comprendió la necesidad de que yo tuviera mi propia identidad.

- ¿Qué cambió a partir de ese fallo?

- Cuando la jueza me entregó el oficio en el que decía que a partir de ese día yo debía ser reconocida como Daniela Emma Castro, me senté con el escrito en la mano y lloré. Ahí recién me dí cuenta que me había cambiado la vida. Era la primera vez que veía que tantos días detenida, tantos golpes, tanta discriminación social no habían sido en vano.

 

“Sin mi familia no sería quien soy”

-En medio de todo esto, ¿cuál fue el rol de tu familia?

-Ellos fueron el apoyo más grande que tuve en mi vida; sin ellos no sería quien soy. Ellos vivieron y acompañaron cada proceso de mi vida: desde tener que entender que yo pasaba treinta días detenida en forma ilógica, hasta entender que ahora soy directora de un área. Hay quienes me preguntan si antes de Daniela Castro hubo otra persona y yo siempre respondo que no tengo registro de nada de eso. Es muy simple: si alguien tuviera la posibilidad de elegir, no decidiría ser discriminado; no tener acceso a la salud, a un laburo, ni pararse en una esquina a las 5.30 de la mañana, con 10 grados bajo cero. Hay otras cosas en el medio y ahí fue donde estuvieron mis viejos. Con ayuda en su momento porque es gente grande. Cómo era el tema, qué pasaba, me llevaron al médico. Hasta que entendieron que era un proceso que iba a dar frutos que indefectiblemente iban a venir por este camino. Desde entonces decidieron acompañar y esperar, y así lo hicieron.

-¿Y la escuela?

-Fue una etapa durísima, en la que empezaron los primeros sopapos. Los chicos son crueles, es cierto, pero eso es por la educación que tienen. Atrás de un pibe hay un padre que lo guía, que le da un ejemplo. Ojalá algún día podamos entender que todos somos diferentes, pero lo importante es aprender a vivir con las diferencias de cada uno.

 

La Delegación, el nuevo objetivo

- Hace poco más de un mes que asumiste al frente de la Delegación local de Derechos Humanos, ¿cuál es el plan de trabajo?

- Es una delegación que desde hace mucho tiempo venían pidiendo los organismos que históricamente trabajan con Derechos Humanos pero también por distintas poblaciones vulnerables que sentían que no había respuestas a situaciones determinadas o puntuales. Mar del Plata, a criterio nuestro, no tenía un espacio donde la gente se sintiera contenida. El concepto 'derechos humanos' es muy amplio y, generalmente, la gente lo interpreta que es 'todo'; y si bien en parte es cierto, en realidad a veces deben apuntar su caso o su problema a organismos dependientes del Estado, como el Inadi, por ejemplo. En esos casos terminamos oficiando de nexo, pero hay otros tantos de los que nos hacemos cargo nosotros y tratamos de darle una impronta lo más favorable posible.

La idea es que esta oficina aborde las mismas temáticas de la Secretaría. Obviamente, el eje central sigue siendo memoria, verdad y Justicia, pero lo que buscamos es que se le preste mucha más atención a la diversidad, pero también se pueda trabajar en discapacidad y cuestiones de género.