Señal equivocada

Botas y delantal para la ocasión. La foto que el Diputado envió a los medios difundiendo el reconocimiento a Norma Mira

17 de Octubre de 2013 08:54

La anchoíta encierra una paradoja dentro de la industria pesquera marplatense. En el agua se trata de un recurso subexplotado: al punto que apenas se descarga un 30% de la captura autorizada.

La anchoíta es una especie pelágica que se distribuye en buena parte de la plataforma continental, aunque el stock bonaerense aporta casi la totalidad de los desembarques. La pescan desde los buques fresqueros de altura en pleno invierno, cuando baja su nivel de grasa, hasta las lanchas artesanales, en el epílogo de la primavera, cuando aumenta la temperatura del agua y se acerca a la costa.

Pero la anchoíta deja de ser una especie subexplotada cuando llega a tierra firme amontonada en cajones de 30 kilos. Cuando entran en escena las manos ágiles que le sacan la cabeza, la cola, la espina dorsal y convierten la anchoíta en dos filetes que brillan como gajos de plata. Los explotados en este eslabón de la cadena productiva son los trabajadores.

O trabajadoras, porque en realidad esos brazos mayoritariamente pertenecen a mujeres. Por una razón lógica. El tamaño pequeño de sus manos y dedos coincide con la materia prima que deben manipular.

Las mujeres son contratadas por los saladeros de manera temporaria. Muchas son de Mar del Plata, pero también las buscan en Batán, Miramar y hasta en Balcarce. Desde agosto hasta que termina la zafra, que con suerte llega hasta diciembre.

La rutina es monótona. Trabajan de pie durante más de ocho horas, con poco tiempo de descanso, en enormes superficies cubiertas donde el pescado es transformado y puesto a cocinar en grandes barrilles de sal. La maceración dura seis meses. Los últimos dos transcurren mientras los barriles viajan a Europa. Si se enferman no trabajan. Y si no trabajan, las mujeres no cobran.

El Sindicato Obrero de la Industria del Pescado (SOIP) registra en este sector del salado la mayor tasa de explotación laboral dentro de la pesca local. Como ocurre en la industria del fresco, en el salado de anchoa el negreo de las obreras camina de la mano de cooperativas de trabajo. En las antípodas de los valores de las empresas sociales, son sellos de goma con dueños propios, al servicio de la informalidad y la precarización.

Los números que maneja el SOIP son incontrastables. Por cada obrera registrada bajo Convenio Colectivo de Trabajo Nº 529, que regula la actividad del personal temporario que trabaja en los saladeros, el sindicato cree que hay dos que trabajan en negro. En el padrón del gremio suman unos 500 trabajadores nucleados bajo el CCT que rubrican con la Cámara Argentina de Industriales del Pescado (CAdIP).

La explotación laboral se constituye en una verdadera ventaja competitiva para las empresas que contratan personal a través de cooperativas: se ahorran entre un 30% y un 40% de lo que paga un competidor que registra a su personal bajo convenio. La vigencia del modelo explotador va sacando del juego a quienes cumplen la ley.

Más interesados en devolverle la dignidad a los trabajadores que equilibrar el balance de las empresas, el año pasado el SOIP impulsó con el Ministerio de Trabajo de la Nación un amplio operativo, enfocado especialmente en distintos saladeros donde sabían de la existencia de explotación laboral. El resultado fue un fiasco. Apenas cosecharon promesas que todavía no se cumplieron.

En la mayoría de los casos, el día que los inspectores golpearon la puerta, los obreros no habían sido convocados a trabajar. En la pesca marplatense hace mucho que no existen las casualidades.

Hay mensajes que consolidan la impunidad con que parece transitar el sistema de explotación laboral en la industria del salado. En el marco de las actividades celebratorias del Día Internacional de la Mujer, en marzo pasado, el diputado Rodolfo Adrián Iriart “agasajó” a Norma Mira, “trabajadora” de la Cooperativa San Julián, la cual procesa anchoíta para la empresa Argen Pesca, en el Parque Industrial.

“Es muy grato estar acá, en esta fábrica, en la que se desempeñan más de 180 personas, la mayoría mujeres. Les estamos realizando un sencillo homenaje para destacar su trayectoria, esfuerzo y sacrificio”, dijo el Diputado provincial que preside la Comisión de Puertos, Pesca e Intereses Marítimos de la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires.

Hasta ahí el relato que construye, y distribuye en los medios, el legislador que todavía no presentó un solo proyecto relacionado con la  Comisión que preside. En la realidad Norma Mira no es una simple trabajadora sino la Presidente de la Cooperativa San Julián.  Para la Comisión Directiva del SOIP la cooperativa es una de las más grandes pantallas que oculta la explotación laboral dentro de la industria del salado en Mar del Plata.

Iriart debería ser más cuidadoso a la hora de elegir los lugares que visita y a las personas que condecora. En su desvelo por figurar ingresa en terrenos pantanosos. No todo puede convertirse en una foto epígrafe, vacía de contenido. La dignidad sometida de cientos de obreras no merece tanto destrato e hipocresía.

Si repite mecanismos aprendidos en sus tiempos de Director Provincial de Subsidios y Subvenciones de la Jefatura de Gabinete de la Provincia de Buenos Aires, algún diputado colega podría solicitar una auditoría.

Calzarse un par de botas blancas y el primer guardapolvo disponible para reconocer a explotadoras de trabajadores no es una buena señal tampoco para la CGT Regional de Mar del Plata, que acaba de lanzar un operativo contra el trabajo en negro. Pedro Fernández prometió visitar 500 lugares donde se precariza el empleo. “Manino” Iriart puede contarles como llegar a Argen Pesca.