La postal que se desangra

Cada vez quedan menos lanchas artesanales flotando en la banquina chica del puerto marplatense. Las causas que explican el fenómeno y los planes de reconversión que se anuncian, pero no se cristalizan.

20 de Noviembre de 2014 08:37

Si hace 15 años alguien se hubiese tomado el trabajo de colocar una cámara de video en el techo de Coomarpes, y así registrar el movimiento en la banquina chica del puerto de Mar del Plata, hoy quedaría un registro tangible de la postal que se desangra, gota a gota, lancha a lancha, hasta el riesgo de desaparecer.

A fines del siglo pasado se contaban más de 80 lanchas “de rada o ría descubiertas”, de menos de 13 metros de eslora, como dice el permiso de pesca nacional y la estratificación de flota que determina la Prefectura Naval Argentina.

En video corrido quedaría testimonio de la colección de ausencias, como se va vaciando el tablero con piso ondulante de agua oscura y aceitosa hasta conformar la postal actual, donde apenas flotan 28 embarcaciones, sobreviven pescando camarón, langostino y cornalito, lejos de los viejos buenos tiempos en que una buena zafra de anchoíta permitía comprar un terreno, no más al sur del cruce de Vértiz.

En 1999 la flota artesanal descargó 14.635 toneladas, de las 307 mil que se desembarcaron en el puerto marplatense. Entre las capturas se destacaron las 3 mil toneladas de caballa, las 804 de anchoíta y las más de 1300 de gatuzo.

El 2013 las lanchas se quedaron con una porción más chica, a pesar que la torta fue más grande. Solo aportaron 8330 toneladas de las 446 mil totales que se declararon descargar en el principal puerto pesquero del país. De caballa apenas lograron traer a puerto 502 toneladas. Lo de anchoíta fue peor: no llegaron a sumar 100 mil kilos.

Este año la tendencia se mantiene. Hasta ahora llevan descargas por apenas 5668 toneladas, de las casi 370 mil que recibió Mar del Plata de todas las flotas. La caballa es testimonial: solo 12 toneladas.

Se enfatiza en la caballa y la anchoíta porque son dos recursos zafreros, de los que históricamente la flota artesanal tuvo un activo protagonismo en la segunda parte del año, cuando las especies pelágicas se acercan a la costa y se ponen a tiro de las redes de cerco.

A partir de la sobrepesca de merluza hubbsi desde la entrada al caladero de grandes buques factoría en los años '90, desde principios del nuevo siglo la flota de altura debió buscar otros recursos para completar bodega y se produjo un corrimiento de flota hacia la costa.

Con funcionarios afines a intereses armatoriales, se permitió el ingreso de barcos de hasta 27 metros en aguas bonaerenses. La flota artesanal sigue esperando que se acerque la anchoíta y la caballa hasta su radio de acción.

Lo hacen en vano. Hoy hay una muralla de redes desplegadas que interrumpen el viaje de los peces. Cuando finalmente logran descargar pescado en muelle, vale mucho menos porque la plaza ya está abastecida.

Las lanchas amarillas no tienen la culpa que se administró mal el recurso. Son la consecuencia, no la causa del problema.

“Creemos merecer una reinvindicación, no una desaparición”, dice Luis Ignoto, desde la oficina de la Sociedad de Patrones Pescadores, la entidad que agrupa a los pescadores artesanales.

Ignoto, como el italiano que maltrata tarantelas en el paseo comercial al borde de la banquina, fue un fiel testigo del lento pero pertinaz proceso de reducción.

“Nuestra flota ha sido declarada en Emergencia Pesquera por falta de recursos disponibles para ser capturados por nuestras artes de pesca. Solo podemos ausentarnos 24 horas del puerto y tenemos un radio de acción de 15 millas. Así nos condenan a desaparecer”, asegura el dirigente.

Qué pasó con las lanchas que faltan de la postal. Como tienen permisos irrestrictos para todas las especies, muchas se fueron al sur, como la “O Surrento” o la “San Camilo”, a pescar langostino desde el puerto de Rawson. Otras migraron más cerca, a la rada de Bahía Blanca, para estar a tiro del camarón.

La plaza seca, al sur de la banquina, dentro de la jurisdicción del consorcio, es un rectángulo que acumula objetos diversos, pero de plaza no tiene nada. Casi todo luce corroído y abandonado. Hasta no hace mucho, incluso vivía gente que había tomado de casa la sala de mando de un barco desguazado.

Muchos armadores artesanales vendieron su permiso de pesca a buques más grandes, que de este modo ampliaron su capacidad de pesca.

En ese paisaje seco y decadente, lejos del agua, se destacan cascos de madera, o lo que queda de ellos, como símbolos de un sistema que los excluye, que descarta lo que ya no sirve o no tiene valor. Así terminaron la “Santa María”, “Volveré si puedo”, “San Giovanni de la Crucce”, “Santa Rita” y la lista sigue.

Hace 15 años, anticipándose al futuro que llegó hace rato, la Sociedad de Patrones Pescadores presentó el primer proyecto de reconversión. Cambiar las viejas embarcaciones por unas de mayor tamaño y autonomía para ir en busca de los peces que ya no dejaban arrimarse a la costa.

Hoy el sueño de la reconversión sigue siendo una quimera, por más que hubo varias promesas. El proyecto que ha llegado más lejos contempla construir un barco nuevo de 23,95 metros de eslora, a partir de desactivar tres lanchas: la “Antártida”, “Regina Madre” y “Siempre Graciosa”.

Pero la asignación de cuota de especies pelágicas y de variado costero que le entrega el Concejo Federal Pesquero, de acuerdo a los antecedentes de capturas –se tomaron los mejores 3 años- es insuficiente para que el proyecto sea rentable. Y esa es la condición indispensable para que el Fondo de Garantía Recíproca de la Provincia de Buenos Aires desembolse los fondos para construir la embarcación.

“El cupo que falta lo pedirá la Provincia como cuota social. Desde abril estamos esperando”, confiesa Ignoto. La lancha de la familia es “La Rondine”, la compro su padre, allá por el ´91, cuando pasó de marinero a patrón e incorporó a Luis y a su hermano como pescadores. La lancha familiar, junto con “Don Pablo Pennisi”, interviene en otro plan de reconversión, pero también les falta mayor cuota de pescado para poder cerrar el círculo.

La obligación de contar con el sistema de posicionamiento satelital para poder renovar el permiso de pesca, fue el último cachetazo que los sacudió de la modorra. Otro costo fijo que se suma al lastre. Es un “exceso reglamentario; no entramos en ninguna zona prohibida”, dice Ignoto y la postal sale en la tapa de los diarios.

No hay planes para intentar torcer el destino al precipicio de las otras lanchas. Se mantendrán a flote hasta donde resistan, o hasta que una jugosa oferta las eyecte del agua hacia el cementerio de la plaza seca. “Antes de mal venderlas, las prendemos fuego”, avisan los más indignados.

Nadie capaz de torcer el rumbo parece ocuparse, ni siquiera preocuparse, por el goteo de la banquina chica. Se encandilan con las luces del verano que iluminan una Fiesta Nacional de los Pescadores, con cada vez menos cosas por celebrar.

Entre colada de fideos, padrinos mediáticos, discursos de ocasión, procesión náutica, palo enjabonado y alguna aspirante a reina con excesiva autoestima, la postal del puerto se derrite, como un helado al sol.