Gatuzo oscuro: así operan los sabuesos de Manino

Un operativo impulsado y difundido por la Dirección de Control y Fiscalización puso al descubierto groseras fallas en el procedimiento. Las explicaciones de Daniel Sosa, el hombre clave de Iriart en el Puerto.

Porción escasa de los 402 cajones de pescado decomisado. ¿Y el resto?

25 de Septiembre de 2014 09:07
Cuando los inspectores de la Dirección de Control y Fiscalización Pesquera de la Provincia de Buenos Aires se dieron a conocer como tales, la esquina de Magallanes y Pescadores, en el corazón industrial del barrio puerto, lucía tan sombría y oscura como siempre.
 
A los peones que bajaban los cajones con pescado del interior del semi remolque les llamó la atención el movimiento y abortaron la tarea casi en seco.  Era la medianoche del domingo 14 de septiembre.
 
A las pocas horas, cortada y pegada tal cual se redactó en despachos oficiales, la crónica del operativo se publicó en varios medios con cifras y detalles del procedimiento. Como si se tratara de una verdad absoluta.
 
Pero entre el relato oficial y la realidad surgen varios interrogantes que sirven para exponer la manera en que se desarrollan los procedimientos oficiales y los puntos oscuros en dependencias que maneja el diputado Rodolfo Adrián Iriart, referente del sciolismo en Mar del Plata.
 
El director de Control y Fiscalización que encabezó el operativo es Daniel Sosa, hombre clave en su estructura política dentro de la industria pesquera y portuaria, al punto de ser, Sosa, también asesor del plan estratégico del Consorcio Portuario.
 
Vamos a diseccionar el parte oficial; inexactitudes que enmarcaremos en comillas y letra cursiva para destacarlo del resto de la columna. La historia oficial arranca más o menos así…
 
 “Un cargamento de pescado cuyo origen es desconocido…por donde transitaba un camión en cuyo interior había 402 cajones de pescado, en su mayoría de la especie besugo”.
 
La carga tenía un origen, el balneario de Monte Hermoso, donde operan pescadores artesanales que sin control alguno, pescan distintos recursos que conforman el variado costero. Ese pescado es comprado por empresarios marplatenses. La carga viene en  camión por la ruta 88 sin ningún tipo de guía de tránsito ni aval sanitario.
 
La carga no era besugo, sino gatuzo, un tipo de condrictio especialmente sensible al sobre esfuerzo pesquero que aplican, sin control alguno, los pescadores “artesanales” de Monte Hermoso y balnearios aledaños.
 
Los armadores costeros marplatenses capturan gatuzo y lo venden en muelle a razón de unos $15 por kilo. Los empresarios que lo compran  en Monte Hermoso, apenas lo pagan $9.
 
En el balneario sureño hay un centro de acopio que recibe las capturas de la flota artesanal, la cual solo opera cuando las condiciones climáticas lo permiten. Para no hacer esperar al camionero, cuando completan un semi remolque, lo llaman para buscar la carga. Por eso siempre vienen completos. Su capacidad máxima es superior a los 600 cajones.
 
Cosultado, Sosa se mantuvo firme en los 402 cajones secuestrados. Atribuyó el error de la especie y la falta del origen de la carga a un olvido del periodista que redactó el comunicado.
 
“El conductor del vehículo no contaba con la correspondiente guía de tránsito que acompaña a cada cargamento, por lo que no se pudo identificar ni el origen de la mercadería ni el destino que tenía. Se labró una infracción al transportista y se procedió al secuestro del pescado”.
 
Si los inspectores no hubiesen exhibido una curiosa falta de paciencia y aguardaban media hora más para que todos los cajones ingresaran al interior de la planta procesadora, el resultado hubiese sido sin dudas más exitoso.
 
Hubiesen infraccionado a Jorge Di Paolo, uno de los empresarios que compra pescado barato made in Monte Hermoso, y lo procesa en la planta desde donde salieron los peones que habían comenzado a descargar el camión.
 
El propio Sosa, al intentar aclarar las dudas, mete los dos pies en el barro. Confesó que no pudieron llevarse toda la carga; algunos cajones quedaron dentro del establecimiento. En ese caso, ¿por qué no infraccionó al propietario de la planta elaboradora?. “Nadie quiso hacerse cargo de la mercadería”, dijo el funcionario. Tal vez, si clausuraban la planta, la cual, según dijo, no estaba habilitada por la Provincia ni el Municipio para tal fin, quizás aparecía el dueño del pescado.
 
“La mercadería, que una vez decomisada podría ser donada como ha ocurrido en otras oportunidades, no superó las pruebas sanitarias y entonces tuvo que ser destruida... Según los análisis realizados sobre algunas muestras, el pescado tenía “caracteres organolépticos adulterados”, lo que implicaba que no estaba apto para el consumo humano.
 
A esta altura las mentiras desbordan el relato. ¿Por qué no intervino profesional veterinario del Senasa para determinar con exactitud la calidad y condición sanitaria de la carga?. “No queríamos que la información se filtre y que fallara el operativo”, respondió el Director.  ¿Por qué no los llamaron una vez que secuestraron la carga?. No hubo respuesta para esa inquietud. En Senasa deben estar chochos con el Director Provincial.
 
Una vez constatadas las irregularidades, el personal de la Dirección de Fiscalización y Control de la Actividad Pesquera derivó el cargamento al predio de disposición final de residuos para su inmediata incineración, tarea que se concretó en las últimas horas.
 
Más allá de su flojedad de papeles, el pescado estaba a punto de ser procesado por ávidos fileteros, por lo que debemos descontar  que el pescado se encontraba en buen estado. Pero había una necesidad imperiosa de hacer desaparecer toda evidencia del decomiso.
 
Si la materia prima de origen marino no es apta para el consumo humano lo mejor hubiese sido reducirla en una de las dos harineras que funcionan dentro de la jurisdicción del Consorcio Portuario.
 
Encima es un procedimiento súper transparente: la harinera emite un vale de decomiso por el total de kilos procesados. Acá tiraron el pescado en el predio de disposición final de residuos. Por qué eligieron ese camino es otra de las preguntas que no tiene respuesta. “Sí, tenes razón, podríamos haberlo llevado a la harina”, responde Sosa con una  voz culposa que da ternura.
 
Manino Iriart impulsa una conversión masiva de Guardianes Ambientales en Mar del Plata a los que les saca fotos mientras se capacitan, limpian Punta Mogotes o marchan por las calles, uniformados de naranja.
 
De no ser porque Sosa alimenta una de las cajas con las que persigue sueños de diputado nacional, “Manino” debería tirarle las orejas a su ladero, que dice muy suelto de cuerpo que arroja a cielo abierto 12.390 kilos de besugo/gatuzo en mal estado.
 
Esa cifra no es antojadiza. Figura en el parte oficial distribuido a los medios. Pero no hay forma de corroborarla. En ninguna foto de las que ilustra el comunicado se observa un mísero gatuzo. A pedido, el Director mandó más fotos. La suerte es esquiva: apenas un par de colas de la especie asoma en un cajón. No se ven ejemplares enteros. Si fuera mal pensado y dudaría de toda la maniobra, diría que las fotos son parte de una puesta en escena.
 
Los cajones que asoman del interior del camión no parecen integrar una pila de 402. Tampoco se advierte el momento en que el pescado es inutilizado, “rociándolo con productos químicos”, como señala el Acta de Constatación 1778, fechada el 16 de septiembre. A esta altura ya no dice si era besugo o gatuzo. Sosa elige el camino de la ambigüedad y lo denomina “mercadería decomisada”.
 
El funcionario destacó que estos operativos responden a la línea política dispuesta por el ministro de Asuntos Agrarios, Alejandro Rodríguez, y el presidente de la Comisión de Pesca, Puertos e Intereses Marítimos, Rodolfo Manino Iriart, para ordenar la actividad en toda la provincia. “Además de hacer cumplir las normas para evitar la competencia desleal y así dar respuestas a quienes se desempeñan en esta industria en el marco de la ley, nos mantenemos firmes y exigentes en los controles para garantizar la condiciones de calidad y salubridad del pescado destinado a consumo”, dijo Daniel Sosa.
 
Ocultar el origen de la carga, intentar hacer pasar un pescado por otro, no llamar a Senasa, infraccionar sólo al transportista y no al dueño de la planta procesadora, tirar el pescado en un basural a cielo abierto y no convertirlo en harina… 
 
Así son los operativos de control en el puerto marplatense. Un manojo de desprolijidades que disparan las especulaciones hacia cualquier lado, menos para el de la transparencia.