Todavía hay tiempo para filosofar

El pensador Darío Sztajnszrajber reflexiona sobre la revolución de internet, la naturaleza humana, el hermetismo de la academia y los peligros de una sociedad totalizante.

Para Darío Sztajnszrajber la tecnología transforma la naturaleza humana.

29 de Enero de 2015 13:21

La claridad es la cortesía del filósofo, decía José Ortega y Gasset. El pensador Darío Sztajnszrajber parece haber tomado esa frase al pie de la letra. Cada palabra que usa avanza por el borde entre el lenguaje académico y lo coloquial. Ahí está la clave en su trabajo como divulgador, va de lleno a sistemas complejos como el de Hegel, Badiou o Heidegger, se compromete al máximo, los desmenuza, separa cada una de sus fibras sensibles y las lleva como banderas al terreno de los medios de comunicación. Sus columnas, tanto en radio como en televisión, investigan temas filosóficos clásicos y contemporáneos, se preguntan y se repreguntan, se contestan y se refutan para sacudir la curiosidad del espectador. La curiosidad, eso: la punta del ovillo para seguir haciendo preguntas.

En su libro ¿Para qué sirve la filosofía? (Pequeño tratado sobre la demolición), que el lunes presentó dentro del ciclo Verano Planeta 2015, retoma las preguntas históricas –la muerte, la religión, la duda, la realidad, la interpretación, etc.– dentro de un contexto actual y cotidiano. Él se ubica en el rol del que observa para formular las preguntas. Y no responde, sugiere, deja lugar a que el lector construya su propio bloque teórico. “La filosofía invierte la lógica. No hace preguntas productivistas, la filosofía problematiza la realidad, no busca resolver problemas, crea problemas. Parte de una realidad que se presenta de un modo, del modo dominante. La filosofía pone en jaque la lógica mediante la cual toda pregunta tiene que tener una respuesta. Desestabiliza las respuestas hegemónicas”, dice.

- ¿Entonces qué relación real y concreta hay entre el pensamiento y el funcionamiento de la sociedad?

- Eso depende de la teoría que uno quiera tomar.

- ¿Hoy cuál es la teoría dominante?

- Hay un cruce. Hay instituciones y posturas que tienen más peso y otras no. El campo del saber es un campo de batalla, la construcción de sentido se realiza desde ahí. Pero tampoco pienso en términos reduccionistas, ninguno con la conciencia define al ser ni el ser por sí solo define la conciencia, jugando un poco con el postulado marxista. [No es la conciencia la que determina su ser si no que es el ser el que determina la conciencia]. Hay mucho de la postura marxista, pero es cierto que la conciencia tiene una implicancia directa. Estamos en un mundo que ya no es el de Marx. Muchas veces los sistemas de pensamiento se convierten en filtros para soportar realidades que de por sí sola tienen tantos excesos.

- Evidentemente. Está el caso de Francis Fukuyama y el fin de la historia, un pensador puesto de moda por el establishment neoliberal más recalcitrante.

- ¡Y cómo vendió libros! Son tesis que han tenido mucho apoyo. Ahí hay una relación del todo con todo: una cosa es ver a los noventa desde hoy y otra es ver a los noventa en los noventa.

- La filosofía tiene que ver con pensar, reflexionar, sobre lo mismo mucho tiempo. Y los tiempos actuales de los medios masivos, del mercado, no simpatizan con la reflexión profunda. ¿Cómo hacés para hablar de filosofía dentro de esa vorágine?

- A ver. Primero creo que ninguna cosa es una en sí misma. Nadie está pensando todo el tiempo en la misma cosa. Esa cosa pensada se despliega en sus diferencias. Toda entidad es muchas al mismo tiempo, todo está en red y en relación a todos los sentidos. Nada es idéntico a sí mismo. Nada en sí mismo tiene un sentido intrínseco, en realidad todo depende de todo. Entonces es interesante el ejercicio de hacer filosofía. Uno hace filosofía si uno puede despojarse de la necesidad de la resolución práctica de los problemas cotidianos y darle lugar al pensamiento abierto que elucubra perspectivas inusuales. Yo me cuido mucho de respetar ese lugar de la filosofía, en los medios donde me exigieron adaptarme a la lógica de los medios me fue mal. Yo no sé si podría hacer un programa de filosofía en la televisión comercial. He tenido experiencias con tiempos cortos y no me funcionaron, no por lo rápido o lo lento. Por el desarrollo de los temas. En la filosofía hay que ir y volver, decir y contradecir. Hacer filosofía es no estar a favor ni en contra de nada. Me gusta mucho llevar cada razonamiento a su radicalidad en función de eso. Y sí, eso necesita tiempo de desarrollo.

- Vos sos un fanático confeso del Twitter. Un medio inmediato, limitado más que ningún otro, siempre entendiendo que su limitación también es su virtud, claro. ¿Cómo lo utilizás en pos de la reflexión filosófica?

- Si la lógica del Twitter la pensamos como diálogo con un otro violento, o como una colección de afirmaciones y sentencias, no sirve de nada. No es ese el Twitter en el que yo estoy. Yo no estoy ni a favor ni en contra de nada. Para mí el Twitter es poesía. Posibilita la apertura a un lenguaje metafórico, escribo ideas, frases conceptuales que empiezan y terminan en el mismo tuit. Eso me gusta.

Uno hace filosofía si uno puede despojarse de la necesidad de la resolución práctica de los problemas cotidianos y darle lugar al pensamiento abierto que elucubra perspectivas inusuales.

- Tu trabajo en este libro y en tus programas es abrir el juego al público, al lector. Es el camino inverso al de la academia, que hace gala de sus códigos crípticos. ¿Por qué ese hermetismo?

- Hay de todo. Yo creo que la academia replica el dispositivo de toda institución, que es la burocratización, la lógica por la cual los sectores instituidos buscan reproducirse en el poder. Eso es burocracia: el que está como medio y no como fin convierte su medio en un fin para sostenerse. Por ejemplo el titular de cátedra que no lee ni escucha a los nuevos autores, que no le importa otra cosa que mantenerse en el lugar en que está. Eso no es propio de la academia, es propio de todas las instituciones.

- Bueno. ¿Pero justamente en una carrera como filosofía? Es un contrasentido.

- Sí, debería ser de otro modo. El problema está en la relación entre un saber que fluye y una institucionalidad que estabiliza. Sin ser demasiado anarquista te diría que el problema son las instituciones, todas. El matrimonio hace lo mismo con el amor y la pasión. O la política, que debilita todas las potencias de transformación dentro de su mismo dispositivo, con su propia lógica y sus propios códigos. La religión, ni hablar. No es lo mismo la institución religiosa que lo religioso. Lo religioso explota por todos lados. La institución lo disuelve. Nadie ha hecho más en contra de lo religioso que la religión, la ha destruido, la ha licuado, licuó la búsqueda abierta y el asombro de la pregunta por si hay algo más. Que vengan y te digan que ese algo más se llama dios, tiene tal número de documento y tenés que hacer lo que él dice, es muy distinto.

Nadie ha hecho más en contra de lo religioso que la religión, la ha destruido, la ha licuado, licuó la búsqueda abierta y el asombro de la pregunta por si hay algo más. 

- ¿Hay forma de orden sin instituciones?

- La pregunta es que si alguna institución es capaz de negarse a sí misma para transformarse y abrirse a este impulso transformador.

- ¿Anarquía?

- Es difícil.

- Sos un poco anarco...

- Desde el pensamiento. Después, me gusta cumplir el horario, me gusta tener en regla los papeles. No soy anarco en el sentido de pelearme con esas cosas. Para poder ser anarco necesito tener cierta estabilidad, aunque parezca paradójico. Si no, se te va toda la libido ahí. El que es anarco en las pequeñas cosas, se queda en peleas pequeñas. Hay mucha libido puesta en las pequeñas cosas y eso está mal, porque no te nutre. Las pequeñas obsesiones de la vida cotidiana son un capitalismo chiquito. Por ejemplo, que nadie se ponga adelante mío en la fila. Hay gente que mata por eso. Por el lugar para estacionar. Hay algo de la propiedad, del capitalismo chiquito.

- Ya no es viable la idea de una revolución global. La sociedad es cada vez más heterogénea y compleja. Hasta los partidos de izquierda más radicales entienden que se llega a poder a través de las instituciones. Eso me lleva a pensar que el capitalismo no tiene salida, apenas se podría mejorarlo un poco. ¿Vos que creés?

- Hay una tercera posición, la teoría de la implosión. Contra el capitalismo uno puede pelear desde afuera, como en el socialismo clásico. O una idea reformista, de abrir el juego desde el capitalismo, democratizándolo. Pero la idea de la implosión tiene la lógica del virus rompiendo las redes desde adentro.

- ¿Estamos en ese proceso?

- No sé. Me acuerdo del final de Matrix, de la última, cuando el arquitecto lo agarra a él y le dice Vos sos una creación nuestra, ya hubo seis iguales a vos, nosotros necesitamos que haya quien resista para ejercer el poder. Eso es [Michel] Foucault. Siempre que se ejerce el poder se ejerce una resistencia, porque el poder necesita contra quién ejercerse. Eso es clave para pensar esto de la implosión. Yo veo muchas situaciones parecidas con Internet, que parece ser una red de control absoluto pero que al mismo tiempo explota en mojones donde se vuelve imposible el control. Sin embargo te queda siempre la duda. [Gilles] Deleuze te dice que el control se ejerce del peor de los modos, que es en una sociedad abierta.

- Algo de eso hay. Pero también es una lectura conspirativa.

- Es tremendo. Uno no sabe realmente si algo escapa al control o si, como en Matrix, incluso cuando algo se escapa del control también se está ejerciendo el control. Hay un libro muy bueno de Fernando Peirone, Mundo extenso, que va explicando el surgimiento de los nuevos movimientos juveniles, políticos y sociales a través de la informática. Está el ejemplo de la primavera árabe. Vos podés tener una lectura hiperdemocratizante o una lectura totalmente ligada a las categorías de control.

- Ya que hablamos de internet me permito una opinión: internet es la revolución más importante de la historia de la humanidad. ¿Cuál es tu lectura?

- Estoy de acuerdo. Creo lo mismo. De los últimos siglos es la revolución. Puedo ubicar por ahí la luz también. La electricidad es muy grossa. Todo lo que ha generado. Se disolvió un mundo. Antes había dos mundos, el mundo de día y el mundo de noche. El de la noche era otra cosa, otros sentidos, otras formas de relacionarse con los sentimientos y las sensaciones.

Uno no sabe realmente si algo escapa al control o si incluso cuando algo se escapa del control también se está ejerciendo el control. 

- Es notable que todavía haya tantos pensadores que no valoren el fenómeno de la informática.

- Eso se trabajó mucho. Hay pensadores que están arraigados a una concepción cerrada de la naturaleza humana. Entonces vos pensás a la tecnología como algo exterior a la naturaleza humana. Entonces surgen preguntas. ¿La tecnología ayuda al ser humano a que la naturaleza humana se expanda? ¿O la tecnología humana destruye la naturaleza humana? Los hippies dicen que la destruye. Los hipertecnológicos dicen que la expande. Yo prefiero decir que no existe la naturaleza humana. Entonces la tecnología no es algo exterior: transforma la naturaleza humana.

- Es algo viejo pensar en términos de naturaleza humana. Es anacrónico.

- Estamos muy acostumbrados a pensar todo en términos de naturaleza. Está la naturaleza del triángulo. La definición, porque naturaleza remite a esencia. Las definiciones o están en las cosas o son construcciones culturales. Pensar una naturaleza humana es fijar los límites que definen lo humano. Y para eso tenés que fijar qué es lo que queda afuera.

- Y ahí aparecen, entre otras, cargas morales enormes.

- Sí, impresionantes. Y con una idea de monopolio de la definición de ser humano que en general pone el límite frente a otros humanos que quedan afuera. ¿Quién no es un humano?

- Depende la época de la historia la mujer, el homosexual...

- Y depende quién defina. Desde el homosexual al negro, desde el discapacitado a Cerati en coma. ¿Dónde y quién pone los límites? Para los griegos la mujer no era humana, pero el homosexual sí.

- La última. Hoy la filosofía tiene el desafío de salir de las definiciones totalizantes. Históricamente se pensó con la intención de definir la política, la sustancia, la identidad. Son absolutos. Y el mundo de hoy está hiperfragmentado. Hay un refuerzo enorme de los regionalismos, ya no existe una única definición de política, por ejemplo. ¿Cómo se enfrenta un filósofo a este desafío?

- Hay autores que salen a pelearse contra una universalidad totalizante que en nombre de la totalización lo que hacen es potenciar un aspecto como si fuese el único. Por ejemplo el universal humano en la cultura occidental, que siempre ha sido el modelo que expresa la totalidad de los humanos. Entonces todos somos iguales porque respondemos al modelo que occidente nos provee. Me parece que pelearse contra el universal es mostrar que la diferencia es más cosustancial del humano que la identidad. O sea, que en el origen, si lo hay, lo que hay es diferencia.¿Cómo se alcanza esa diferencia en un mundo donde cada una de esas partes busca presentarse como si fuese a totalidad? Voy con dos ejemplos. [Jaques] Derrida habla en términos de resto, o sea lo humano es lo que resta de todas las diferencia. Simone Weil decía que lo más sagrado que tiene el ser humano no es lo personal sino lo impersonal, o sea lo que queda detrás. Cada vez que hablo de lo universal hablo de lo que yo como persona creo que es ese todo. En realidad lo que nos une es ese sustrato que nunca puede definirse. Es un sustrato sin sustancia que está en el origen mismo de la diferencia.

- ¿Y en términos prácticos?

- Es fundamental toda teoría de la otredad, fustigar todo el tiempo en la defensa irrefrenable de la otredad del otro. Entender que siempre que nos vinculamos con otro al otro lo desotramos: hay que estar más abiertos a la otredad del otro que nos saca de nosotros mismos. Es un desafío. Decíselo a un hincha de Boca frente a uno de River. Decíselo a bandos políticos enfrentados. Está difícil, pero es la única forma. En la teoría de la totalización se habla en nombre del total, pero en ese total deja afuera a alguien, al que no es como él. Y si no ingresa no hay totalidad. La verdadera totalidad tiene que incluir a la negación de la totalidad. La totalidad es abierta. Una totalidad que no es abierta, es totalitarismo.

La charla termina aun con preguntas por hacer.

Era lo esperable. Lo ineludible.