Vergüenza superclásica

El Boca-River de la vuelta de los octavos de final de la Copa Libertadores, terminó de la peor manera. Suspendido en el entretiempo por agresión con gas pimienta a los jugadores visitantes.

Los jugadores de River salen muy sentidos de la manga, los de Boca miran. Bochorno en el superclásico. (Foto: Télam)

15 de Mayo de 2015 02:08

Por Redacción 0223

PARA 0223

No hay explicaciones. El fútbol argentino estaba en terapia intensiva, lamentando el fallecimiento del jugador de San Martín de Burzaco que llevó a la suspensión de toda la fecha del fin de semana. Y en La Bombonera, por la noche, asestaron el golpe final en uno de los papelones más grandes de la historia del fútbol nacional: Boca y River igualaban sin goles, restaban 45’ y cuando los equipos volvían para el segundo tiempo, desde la popular baja del arco que da a Casa Amarilla, introdujeron gas pimienta en la manga que afectó a los jugadores “millonarios” que no pudieron continuar. Como si fuera poco, tardaron una hora y media en decidir la suspensión.
 
Todo mal. Por donde se lo mire, fue un bochorno. Primero por el hecho en sí que no fue impedido por la gente de la seguridad; después porque los principales dirigentes de River se metieron corriendo a la cancha a hablar con el árbitro; Arruabarrena que salió enloquecido a la caza del presidente Rodolfo D’Onofrio; Darío Herrera que no tenía poder para decidir y debió esperar todas las vueltas que dieron los veedores e integrantes de la Conmebol; la espera de una hora y media, con los hombres de Boca sin solidarizarse con sus colegas; la cancha casi vacía y todos los jugadores dentro del campo de juego; y el cierre con los futbolistas visitantes corriendo hacia la manga bajo un techo de escudos de la policía, que cubrían las agresiones de la platea local.
 
Todo eso pasó en la noche de La Boca, donde se esperaba una fiesta y se vivió un escándalo. Antes hubo un partido del que no importa hablar. Iba 0 a 0 y, con ese resultado, los de Marcelo Gallardo conseguían el pasaje a los cuartos de final. Pero el partido no podía seguir. Ramiro Funes Mori, Leonardo Ponzio, Matías Kranevitter y Leonel Vangioni mostraban los ojos extremadamente irritados.
 
En medio del lío, esperando una decisión del árbitro que no tenía potestad, sino que aguardaba órdenes de los dirigentes de la Conmebol, de la segunda bandeja partió un “drone” con una tela en forma de fantasma con la letra B, incitando aún más a la violencia, sin que nadie hiciera nada.
 
Una hora y 17 minutos después de la agresión a los jugadores de River, se tomó la determinación que se tendría que haber tomado bastante antes. El partido fue suspendido y la pelota la tiene el Tribunal de Disciplina de la Conmebol, que deberá definir si el encuentro continúa en otro estadio, a puertas cerradas (se baraja la posibilidad del sábado a las 15 en la cancha de Vélez) o si prima el pedido de la dirigencia de River y el encuentro se da por terminado con la clasificación “millonaria”.
 
Lo cierto es que, sea cual sea la decisión, le desconectaron el respirador al fútbol argentino. Ya no importa quién seguirá en la Copa y quién quedará afuera. Acá no ganó nadie, perdimos todos