Arhehpez: un año entre subsidios, expropiación y choripanes

En mayo del año pasado 121 obreros tomaron el frigorífico en reclamo de trabajo y salarios caídos. El empresario  desapareció y les dejó la planta para que la manejen. Historias que no refleja el INDEC.

4 de Junio de 2015 09:20

Juan Narváez es el primer nombre que aparece en la lista. Letras negras sobre papel blanco, el cartel informa de todos los asociados a la cooperativa y está pegado sobre una chapa lateral de lo que en otros tiempos fue el playón de carga del frigorífico Arhehpez, que ocupa casi toda la manzana en Champagnat entre Belgrano y Rivadavia.

La lista tiene 51 nombres y apellidos.  El encabezado que los contiene dice “Nueva Arhehpez”. La cooperativa tiene matrícula provincial, aguarda por la definitiva del Inaes y busca tener la misma suerte que la conformada tras la toma en la planta láctea El Amanecer. Tienen los mismos abogados, de ahí la falta de originalidad en el nombre, aunque acá no hay dadores de materia prima y son más altas las vallas que hay que saltar para seguir en carrera.

El 21 de mayo del año pasado, cansados de las falsas promesas de Hong, los 120 trabajadores registrados bajo el convenio 161/75 del SOIP tomaron el frigorífico convencidos que el empresario apuraría la reactivación que había prometido cuatro años antes cuando incorporó más personal al vender su otra planta, en Bermejo al 700.

No pedían más que trabajo cotidiano para salir de la trampa del salario garantizado al que los tenía sometido desde hacía más de un años. Con la promesa de cargar contenedores para poder comprar pescado para procesar, las cámaras frigoríficas se iban vaciando. Para colmo Hong estaba atrasado en los pagos: adeudaba salarios, los últimos aumentos, vacaciones y tenía cortada la ART.

Pero el chino, lejos de acercar una propuesta los dejó tirados. Literalmente. Se esfumó de Mar del Plata. Tras una reunión en el Nautical de Libertad e Yrigoyen, que se pareció bastante a un secuestro virtual, Hong les cedió el frigorífico por 5 años de manera gratuita como retribución por las indemnizaciones.

“Nos dejó un problema”, confiesa Elvira Suárez, síndica de la cooperativa. Los certificados de Senasa se cayeron al igual que la habilitación municipal y el frigorífico que puede procesar y congelar casi cualquier cosa, hoy es una postal de inactividad como hace más de un año porque el único que podía renovar las habilitaciones era Hong.

Con la matrícula provisoria la Afip ya les pudo dar un Cuit para poder facturar los futuros servicios. Pero la Municipalidad detectó 600 metros sin declarar en la planta y las urgencias por volver a sentirse útiles que tienen 51 familias parecen no alcanzar para sortear la trampa burocrática.

“Fue brutal”, sentencia Victor Leguizamón, secretario de la cooperativa y asador en la parrilla, para resumir el tiempo que pasó. Su esposa también está entre las víctima de Hong. “Pudo hacer una changa como envasadora. Yo estoy herniado, no puedo levantar un cajón”, lamenta.

Mientras aguardan por la habilitación avanza un proyecto de la diputada provincial Alejandra Martínez para que la legislatura apruebe una ley que ordene la expropiación de los bienes de Arhehpez. Sería como para espantar definitivamente el temor que un día Hong regrese y reclame sus bienes.

Elvira es madre de tres hijos y  única sostén del hogar. Quedarse sin siquiera la garantía horaria la obligó a pedir ayuda a sus padres. Y a convertirse en empleada doméstica por hora. “Todos la estamos pasamos mal”, dice con la mirada perdida en los motores de la sala de máquinas que parecen dormir un largo sueño. El sol penetra el ventanal pero su mirada provoca escalofríos.

 Al lado de la nómina de asociados hay otro cartel más indicativo del camino que tuvieron que seguir los que todavía confían en que las 8 cámaras frigoríficas con las que cuenta Arhehpez  pueden significar una nueva oportunidad de trabajo.

“Chori $20”; “Chori y Gaseosa, $25”; “carne al pan, $33”; “Empanadas docena, $80, cada una $8”; “Hamburguesa, $18”; “Gaseosas”. El sol otoñal del martes está despuntando de la siesta. Esa hora en que es demasiado tarde para almorzar y muy temprano para merendar al lado de este tambor de 200 litros cortado a la mitad y convertido en parrilla que descansa en un rincón y todavía desprende un rico olor.

“Al puesto lo instalamos para hacer una moneda; no es la solución a nuestros problemas; nadie vive de esto pero sirve para llevar un peso a la casa, nada más”, dice Juan que es el Presidente de la Cooperativa que agrupa a los sobrevivientes de Hong. Los  que decidieron tomar la brasa encendida y dibujar su propia huella en la senda de la autogestión. 

Hasta ahora han peregrinado por más despachos oficiales que por la nave de producción, donde no ya no se siente olor a pescado. Luce sus mesadas gastadas y en falsa escuadra con los túneles de congelado a la espera por la recirculación de amoníaco para activar el circuito de frío. “Así como tuvimos gente que nos pinchó los caños, mandados por la patronal, hubo otros que nos dieron una gran mano para tapar todas las pérdidas que teníamos”, dice Juan en la recorrida.

Por esa amenaza de la pérdida de amoníaco es que EDEA no los dejó a oscuras a pesar de que Hong dejó una deuda de más de 400 mil pesos. Ahora nada esta encendido. Hasta los chorizos y las gaseosas del puesto se guardan en conservadora. Separadas, claro.

 Sin la habilitación municipal no hay chances de conseguir la de Senasa, que a su vez impide  conseguir clientes del sector pesquero. En este tiempo de parálisis y trámites burocráticos, confiesan que alguna vez llegó langostino para descabezar y devenar. “Fueron dos o tres veces. Lo trajeron a la mañana y se lo llevaron a la tarde”, cuenta Narváez. Otra forma informal de generar ingresos.

Los otros 69 obreros que no forman parte de la cooperativa se fueron a buscar un sustento mayor a los mil pesos que les llega cada fin de mes con forma de subsidio que baja del Ministerio de Trabajo por gestiones de la Subsecretaría de Pesca y el sindicato del pescado. Cada tanto algún excompañero pasa por el puesto y entre mates lavados y cigarrillos se pone al día de las nuevas promesas. 

Muchos se fueron a hacer changas en cuevas clandestinas, donde pasan el aviso por radio la tarde/noche anterior y pagan al finalizar la jornada. Otros cambiaron el delantal, las botas y el cuchillo por la brocha gorda o el martillo y el corta fierro. Ninguno de los 120 jefes de familia aparece en la lista de desempleados, pero hace más de un año que no tienen un ingreso digno.

Que funcionará como almacenadora de hielo, que van a traer papa pre cocida de McCain para exportar directamente a Brasil por el puerto, que un armador de dos barcos poteros pidió cotización para guardar pastillas de 20 kilos de calamar entero y de vaina. Que hay un empresario que quiere montar un horno para cocinar acelga, brócoli y espinacas para luego envasar y congelar. Que para esto necesitará de una veintena de compañeros…

Todo está al caer, a punto de comenzar, a tiro de levantar la perilla, de reinaugurar los vestuarios y el comedor,  de apretar el botón del encendido de los motores para no apagarlos nunca más. Pero lo único que aparece todos los días al levantar la persiana metálica es la necesidad de seguir volcando carbón a la parrilla.