Transformar el Estado para cambiar la Provincia

Hay una frase que dice “Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”;  la  escribió Eduardo Galeano en El libro de los abrazos, pero perfectamente podría ser de un discurso de María Eugenia Vidal.

Evaluar el nuevo gobierno en la Provincia de Buenos Aires luego de diez meses de gobierno,  debe al menos tener en cuenta dos variables. 

Primero, que el período gobernado por Cambiemos, es transcurrido diez meses, una trigésimo tercera parte del tiempo que gobernó ininterrumpidamente el peronismo: 28 años. Aunque nos ataque la ansiedad posmoderna por los resultados inmediatos, visto en la línea del tiempo, el gobierno de Vidal está naciendo.

Segundo, en qué condiciones encontró Vidal al Estado bonaerense. El principal problema de la realidad política y social de los bonaerenses es que el Estado, herramienta fundamental para generar transformaciones, estaba devastado y colonizado por los vicios que debe combatir.

En la Provincia  de Buenos Aires, era natural que  cada año los chicos  perdieran al menos un mes de clase por conflictos gremiales; era un secreto a voces socialmente extendido que gran parte de los comisarios tenía un patrimonio inexplicable por sus ingresos legítimos; no sorprendía que la partida presupuestaria destinada a obras hídricas se subejecutara y sus recursos se desviaran sin más a publicidad oficial.

Quienes destruyeron la provincia, lo hicieron en función de un plan maestro, no por obra de la casualidad. Primero, dejaron que los brazos del Estado fueran colonizados por la corrupción y la desidia. Así, una gran porción de la policía bonaerense pasó de combatir el delito a convivir con él y la educación pública mutó de ser la herramienta para progresar a la imagen perfecta de la impotencia del Estado; y de este modo, con una sociedad empobrecida y un Estado anulado, la expansión del delito organizado y la sumisión de extensiones de la provincia a él, requirió solo decisión.

Ese es el Estado que encontró Cambiemos en la Provincia de Buenos Aires. Un Estado eficaz para habilitar bingos e incapaz de enseñar a los chicos a leer y escribir. Un Estado expeditivo para asignar publicidad oficial pero incompetente para iniciar obras. Un Estado diseñado y pensado para mantener un statu quo de pobreza, exclusión y convivencia pasiva con el delito.

El primer desafío de Cambiemos ha sido cambiar el Estado. No había manera de iniciar un proceso de transformación en la Provincia con un Estado preparado para impedirlo. Así, la mejor medida para evaluar al nuevo gobierno bonaerense, son las amenazas e intentos de amedrentamiento que sufre la gobernadora María Eugenia Vidal.

¿Se limitan los gastos en publicidad oficial? Llamadas intimidantes. ¿Se exige declaraciones juradas a los comisarios? Una granada en la puerta de la casa. Cada decisión que toma Vidal para sacar al Estado bonaerense del statu quo, hay una inmediata reacción de los intereses afectados.

No es sencillo el camino emprendido en la Provincia de Buenos Aires, pero es apasionante para quienes entendemos la política como la herramienta genuina para transformar situaciones que duelen en realidades que esperanzan. 

No escucharemos con Cambiemos anuncios extraordinarios. No habrá llantos actuados ni gobernantes improvisando sensibilidad para esconder impotencia de gestión, pero cada vez que miremos a la Provincia encontraremos pequeñas buenas noticias: comisarios que rinden cuentas, un Estado que transparenta la información pública, mandatos limitados para que los intendentes no sean más patrones, legislación penal para terminar con las puertas giratorias. 

Han pasado diez meses de Cambiemos en la Provincia y la hoja de  ruta está clara: el que está cambiando es el Estado bonaerense que deja de ser una guarida para volver a ser  una herramienta para el bien común. El motor del estado provincial se ha puesto en marcha. La gobernadora Vidal está a cargo, con una fuerza y una convicción que hace mucho no veíamos. De los miedos nacen los corajes