Las palabras de Macri confrontan con la realidad de la industria pesquera

El Presidente pregona el agregado de valor para generar trabajo genuino, pero en la industria del fresco y la conserva nadie apuesta a invertir sino todo lo contrario. Langostino y caballa como botones de muestra de lo que podría ser, pero no es.

18 de Agosto de 2016 08:23

"Es muy importante que los argentinos nos demos cuenta que podemos agregar valor a lo que hacemos y generar empleo de calidad”, dijo el presidente Mauricio Macri hace algunas horas tras recorrer una plantación de kiwi en Sierra de los Padres, donde se anunció una inversión de 15 millones de dólares en comprar tierras y 3 en montar una fábrica de empaque.

Nadie prestó atención a sus palabras. La pasmosa incapacidad que exhibieron los estrategas en la visita guiada al barrio Belisario Roldán un rato antes, devoró todo lo que vino detrás y a partir de ahí, de uno y otro lado de las piedras, parecieron sobreactuar el papel de víctimas, el único rol en el que todos son especialistas.

El próximo lunes el Indec hará otro tipo de anuncios un tanto más compatibles con la realidad que atraviesa a Mar del Plata y Batán que a los dichos por el Presidente. Nadie apuesta a que los niveles de desocupación en la ciudad registren niveles capaces de alejarla de un atributo que duele: el de capital nacional de los brazos en jarra.

La incompatibilidad entre los discursos oficiales y la cruda cotidianeidad que deben atravesar los actores de la industria pesquera marplatense se mantiene vigente pese al cambio de pantalla, a la asunción del nuevo gobierno.

Porque el principal puerto pesquero nacional tiene a su flota fresquera, la única capaz de dinamizar el empleo directo de tripulantes, estibadores, fileteros apenas flotando amarrada a los muelles esperando que lleguen las variables que le permitan operar con certidumbre y un margen razonable de rentabilidad.

Hoy nadie en el puerto apuesta por la generación de trabajo, sino todo lo contrario. El armador que tenía una planta procesadora la cerró luego de arreglar con sus obreros registrados la indemnización y ahora vende el pescado entero en muelle. Y como no hay demanda, el pescado vale cada vez menos.

Eso les pasa tanto a armadores de 2 mil cajones como a los grandes grupos concentrados con flota diversificada, que durante años gozaron del tiempo a favor de un sistema cooperativo, bien disfrazado de formal, como precario, que les permitió ahorrar millones en cargas sociales y previsionales. Hoy se desprenden de barcos y plantas para achicar estructura.

Si nadie invierte en aumentar la capacidad productiva porque la existente tiene un nivel de ociosidad altísimo –un 50% promedio nacional, según cifras de la propia Unión Industrial Argentina- mucho menos en generar mayor valor agregado a la materia prima como pide Macri.

Ya no hay retenciones pero los costos de producción en dólares son tan altos que el pescado de cultivo gana espacio en las góndolas de los supermercados de Brasil, el principal comprador de la merluza hubbsi. Y se cayeron las ventas hasta de pescado entero como la pescadilla y la corvina a mercados africanos.

Hasta el langostino salvaje que, aunque con menos niveles de abundancia en comparación a la del año pasado, continúa siendo el único recurso con signos positivos, encierra un fenómeno que resume y exhibe la falta de posibilidades de sumarle valor.

Buena parte de las exportaciones del marisco se realiza en cajas de 2 kilos, de producto entero o procesado (pelado y devenado) a bordo de barcos tangoneros, los especialistas en su captura y procesamiento, a países como España, Japón, Estados Unidos y China.

Pero también hay un destino tercermundista para el langostino. La captura de los barcos fresqueros se exportan en bloques, a granel, para ser reprocesado en países como Perú o Guatemala, en Centroamérica. Con la paradoja de competir, luego, en los mismos mercados, pero sin el 12% que afronta Argentina tras la caída del Sistema de Preferencias Generalizadas.

Al escuchar al Presidente, los industriales conserveros posiblemente hayan dibujado una mueca amarga en la cara. Además de luchar con un aluvión de latas importadas que ya superaron en el primer semestre la totalidad de las que se importaron en el 2015, tienen problemas para llenar las latas en sus establecimientos.

En esta época debería consolidarse la zafra de caballa, que con la de anchoíta, le dan vida a las fábricas conserveras. Pero los barcos fresqueros no salen a pescarla porque se la pagan un 30% menos que el año pasado, cuando entre una temporada y otra el combustible aumentó un 31%, los salarios más o menos en ese orden, la estiba lo mismo, el hielo, víveres y tarifas portuarias.

Apenas 5 barcos trajeron las casi 300 toneladas que suma la estadística oficial. A esta altura del 2015 los desembarques se triplicaban y terminaron sumando 18 mil toneladas anuales. Por ahora la caballa es de un tamaño regular. Las fábricas le prometen a los armadores subir el precio cuando mejoren los tamaños.

En las fábricas tampoco hay apuro en comprar caballa fresca porque tienen pescado congelado del año pasado. Pero sobre todo nadie apuesta a aumentar la producción porque para eso necesita financiamiento y mientras los bancos cobren una tasa del 30% anual, nadie podrá hacerle caso al Presidente.

Nadie puede invertir y generar empleos de calidad en el puerto si debe competir con colegas que precarizan trabajadores y obtienen un beneficio de más del 20% en el valor del producto. Mucho menos con latas importadas, producidas por obreros que cobran un tercio del salario de un trabajador argentino.

Después de la visita fallida a Belisario Roldán es posible que el Presidente demore en regresar a Mar del Plata. Poco importará si en este tiempo sus dichos se emparentan con la realidad de una industria que necesita más hechos que palabras.