Hay que repensar Mar del Plata como ciudad turística

Según datos del Indec en su Encuesta Permanente de Hogares (EPH) Mar del Plata / Batán siguió la senda anterior, siendo el conglomerado con mayor desocupación del territorio nacional.

La tasa de desocupación dice y no dice. Por una lado afirma que para él último trimestre de 2017, un 7.3% de nuestros vecinos en edad de trabajar y no jubilados, es decir la población económicamente activa (PEA),  no tiene trabajo o están subocupados. No dice que de quienes están ocupados más de un 30% busca nuevo empleo. Además estos guarismos del último trimestre son llamativos a la baja con respecto al primer trimestre, en donde la desocupación alcanzó el 10% de la PEA.

Hace décadas que se discute en nuestra cuidad su perfil productivo. Pareciera que quienes están a favor del trabajo (como si hubiera quienes no lo están, al menos del propio) impulsan cada tanto, la idea de un desarrollo económico “industrial”, basado en el agregado de mano de obra a las materias primas lugareñas. “Industrialismo” que es argumentado como opuesto a la ciudad turística, banal y de riqueza dudosa. Un simplismo que, teñido de progresista, asesta a algunos dirigentes con escasa ideas y menor conocimiento de la ciudad y su realidad. Por suerte ocurre espasmódicamente.

El conglomerado que se articula dentro del Municipio de General Pueyrredon (dicho sea de paso, alguna vez deberíamos cambiarle el nombre) es visto por esas simplificaciones como un lugar vacío, dispuesto a ser rellenado por algunas ideas que los ciudadanos no fuimos capaces de entender y escuchar. Y en realidad el problema radica en la incapacidad para ponerle nombre a las cosas: Mar del Plata/ Batán tiene una buena cantidad de sus habitantes viviendo en el sector terciario, es decir de servicios. En cuanto a la producción llevamos décadas discutiendo el perfil del nuestro puerto, que de tanto perfilarlo se ha convertido en un centro productivo expulsivo de mano de obra. Cada tanto alguien parece con alguna idea coherente, que tiene el destino de otras tantas: Al igual que el poemario de Borges, todos sabemos que existe pero nadie lo recuerda.

A esto se agrega un cordón frutihortícola de envergadura, al menos para asistir el consumo local. Aunque el mismo no ha sido un ejemplo de empleo y trabajo digno. Con más, la durante décadas exitosa industria textil “marplatense”, basada en la lana, ha sido deteriorada por los miles de contenedores de origen distante, no sólo China sino también India, por ejemplo.

La tecnología, que en el mundo entero ha reducido puesto de trabajo de igual forma y magnitud que en la Revolución Industrial de mediados del siglo XIX, no ha traído –lógicamente- soluciones al empleo. La industria del hardware y software no han tenido el impulso en nuestra ciudad que pensábamos y además la relación volumen de operaciones con empleo es baja.

Pero el sector turístico es un gran empleador en relación a su inversión, se lo mire como se lo mire.  Y esto no sucede por alguna bondad de sus empresarios: en todo el mundo el turismo es mano de obra intensivo, sumando además su sector de servicios próximo que también lo es (gastronomía, diversión, balnearios, paradores, espectáculos etc). No estamos oponiendo aquí al sector turístico vs algún otro. Sólo proponemos hablar de él.

Por esto nos parece importante ponerle nombre a las cosas y esto es decir lo obvio: Mar del Plata no es una oferta turística de excelencia, dado que no es el primer destino turístico elegido por cientos de miles de argentinos y menos de extranjeros.

Las cifras oficiales de la Provincia de Buenos Aires, por caso, contrastadas con los datos también oficiales tanto de Brasil como de Uruguay y Chile de llegada de argentinos a dichos destinos (5.5 millones), solo pueden ser interpretadas si consideramos a nuestro país repleto de argentinos con capacidad de consumo –esto también es con trabajo bien remunerado- y que además todos a la vez con vacaciones en Enero de 2018. Tampoco alcanzaría: la cifras de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (Came) observaron 6.5 millones de argentinos en el exterior en el mismo período.

Ahora, siguiendo con las cifras y desde una perspectiva histórica, nos podemos dar cuenta que a veces – en la marea de datos aleatorios con que discutimos las temporadas- discutimos poca cosa. En 1940 Mar del Plata recibió 380 mil turistas; en 1950 ya llegaban 1 millón; hacia 1955 eran 1 millón cuatrocientos visitantes para un total de población estimado de unos 20 millones de personas. Si la tendencia al crecimiento hubiese seguido linealmente ¿Cuál sería el buen dato de un verano? ¿de cuantos turistas hablaríamos? Aquí se revela el verdadero drama.

 

Es cierto que el mundo ha cambiado y con él la forma en que las personas disfrutan de su descanso y viajan. Pero también es cierto que el turismo tiene una expansión en el mundo entero y no deberíamos sorprendernos de esto: el “viaje” se ha convertido en una “necesidad de gasto” de los sectores medios para arriba.

Sea como sea, todavía hoy los marplatenses y batanenses dependemos mucho de la economía turística y no sólo del sector hotelero; tampoco excluyentemente de la temporada. Pero para que esto se amplíe, hay aquí dos necesidades: por un lado políticas macroeconómicas (necesariamente nacionales) que alienten al sector turístico y segundo políticas locales (microeconómicas) de fuerte impacto y sustentabilidad.

Las políticas macroeconómicas no podrían ser más desfavorables. Los argentinos están gastando en el exterior cifras pavorosas que aumentan la tensión desfavorable de la balanza comercial. Durante el 2017 según informes del propio Banco Central la balanza del sector turístico fue negativa en casi diez mil millones de dólares (u$s 10.000 m), aunque allí hay que descontar las compras de argentinos al exterior desde aquí. Es cierto que continúan la línea del gobierno anterior – al menos en su último mandato- en este sentido. También lo es que profundizaron la crisis turística.

 Desde el punto de vista local estas políticas son catastróficas, sumadas a una denodada incapacidad de la gestión municipal para pensar a mediano plazo, ya no decimos largo plazo.

El Ente Municipal de Turismo (Emtur) que supo ser  pionero como concepción de emprendimientos mixtos, privados y públicos, hoy se dedica a organizar el corso de Carnaval, y encima lo hace mal. Tiene un buen sitio web y una agenda en dónde priman las efemérides por sobre los eventos “turísticos”.

El Emtur no tiene un plan director potable, ni un presupuesto por programa como indican las recomendaciones de la Organización Mundial del Turismo (OMT). Las políticas de desestacionalización que han llevado adelante gobiernos municipales de distintos signo -que han dado muy buenos resultados- han sido desarticuladas y no reemplazadas por otras. Ni siquiera por otras peores, para ser más exactos.

Y allí en esa ausencia se nos van empleos y lo peor: la ciudad en la que deseamos vivir. Por lo que es imprescindible volver a plantearnos ya no qué ciudad queremos, sino por dónde empezamos. Repensar qué hacemos como ciudad turística podría ser un buen punto de partida.