Sasturain y su último Hammett

En épocas de lecturas rápidas, Juan Sasturain nos acerca 700 páginas que conforman una experiencia de lectura sumamente interesante. El último Hammett, una novela que combina el arte de  Hammett con su historia, el homenaje y, sobre todo,  el uso del lenguaje.

Sasturain trabajó esta novela durante 30 años. 

27 de Octubre de 2018 15:06

Mempo Giardinelli, en su libro Género negro, enunciaba que “Dashiell Hammett seguramente no pensaba en la renovación o modernización del Far West en contexto urbano, pero era lo que estaba haciendo. El género que él creaba con su novela Cosecha roja era, de hecho, una épica contemporánea y mayoritariamente urbana, en la que el culto al machismo y al arrojo personal son tan importantes como el ánimo delictivo mismo. Pero lo más interesante de Hammet, a muchos años ya de su aparición en la literatura, es su vigencia”. Alcanza este argumento para certificar que cualquiera que entre en el mundo Hammett será acompañado por su eco en muchas de sus lecturas venideras.

Y esto mismo le ocurrió a Juan Sasturain, quien más allá de ser lector y seguidor de la obra de Hammett, decidió crear a partir de Tulip, último manuscrito inconcluso del autor, una fantástica historia.

En épocas de lecturas rápidas, Sasturain  nos  acerca “El último Hammett” (Alfaguara 2018). Una novela muy quijotesca, donde se mezclan personajes reales con ficticios, algo de meta-literatura sobre cómo es el proceso de escribir y qué vive y siente un escritor en esos instantes, además de casi 700 páginas de magnífica narración, que obliga por instantes a detenerse, disfrutar del asombro y luego continuar con el rito de la lectura.

“Yo, en mi novela, lo agarro a Hammett en el año 53, cuento tres meses de ese año, cuando está saliendo de la cárcel. Estuvo preso por razones políticas, lo mandó MacCarty por su ideología, no tenía un mango y vive de prestado, enfermo y tiene que volver a escribir porque le han retirado los derechos de autor, era perseguido por el fisco y políticamente, además habían sacado todos sus libros de las bibliotecas públicas por ser considerado un conspirador antinorteamericano. Entonces no le queda otra que escribir, y en esos tres meses transcurre mi novela”, explica el autor.

-Hablamos de un autor con muchas vidas, realmente un personaje sumamente interesante.

-Es un lindo personaje. Es de aquellas personas que te gustaría conocer. Te pasa cuando leés a Stevenson, a Chesterton, a Ernesto Cardenal o a Gelman. Son textos muy poderosos, muy conmovedores que te invitan a escribir, pero además es gente que te gustaría conocer. Vos decís, que grande, este tipo existe en algún lado, quiero ser amigo de él…Con Hammett pasa eso, es una hermosísima persona con muchas aristas y muy interesantes todas.

-¿Hay una edad para entrar en la literatura de Hammett?

-Para la literatura y algunos autores no hay tiempo. Lo que pasa, por ejemplo, es que cuando yo entré por primera vez al mundo de Onetti, cuando leí el primer cuento de Onetti, reboté como el mejor. No entendía un carajo de qué me hablaba ese hombre, yo no había vivido lo suficiente para entender de lo que me estaba hablando. Notaba el brillo del estilo, la complejidad, pero el Viejo Brujo era inaccesible para mí. Me llegó mucho tiempo después. Uno lee y relee a  los autores en diferentes momentos de su vida y en algún momento te llegó de alguna forma y esos son las clásicos, ¿no? Pasa con muchos autores que, de acuerdo a lo que puedas preguntarte en su lectura, de acuerdo a la sensibilidad que tengas, te va a contestar. En el caso de Hammett es igual. Tiene distintas capas de acceso, pero siempre es muy estimulante, es un enorme escritor.

-Me gustó eso de “yo no había vivido lo suficiente para entender de lo que me estaba hablando”.

-Es que en la cultura argentina el modelo de  este tipo de cosas es el tango, las letras del tango, que se pueden cantar y repetir durante años y no sabés de qué hablan. Pero llega con el tiempo, y no es cuestión de experiencia ni sabiduría, se trata solo de momentos. Sí, son momentos.

Hace pocas semanas, el escritor Guillermo Saccomanno escribió para el suplemento Radar de Página 12, un interesante análisis sobre la obra de Sasturain. En él apuntaba y hacía foco en el trabajo de traducción que hizo el autor  sobre Tulip, nouvelle inconclusa de Hammett que da origen a la novela de Sasturain, así como del contexto y  lecturas de la época de aparición del material. Un análisis donde se involucra el homenaje, la ética y lo experimental. “Ninguna duda, Sasturain, con sagacidad, procura un elaboradísimo tributo a la escritura de su escritor fetiche. Lo que logra, que se escuche a Hammett” sostiene Saccomanno. Y agrega para cerrar: “Por supuesto, El último Hammett es una pieza literaria sobre el arte de escribir. Pero no solo. No solo”.

-¿Cómo trabajaste el tema del registro para la novela? ¿Cómo asimilar, pensar y hablar como ellos y transcribirlo?

- Claro, cómo se hace para escribir una novela que transcurre en Estados Unidos en los años 50, ¿cómo hablaba esa gente? El desafío es encontrar un registro, el cómo hago para contar eso. Es una cuestión cuando vos ambientás una historia en un contexto que no es tu lengua, en circunstancias de época que no son las de tu tiempo. ¿Qué hacen esos personajes, cómo hablan entonces? Estamos acostumbrados, por una cuestión natura, por ser periferia cultural, a permitir, por ejemplo, que los marcianos hablen en ingles en una película, que una novela ambientada en Rusia, escrita por un inglés y traducida al castellano hablan de determinada manera, pero cuando somos nosotros lo que tenemos que hacer eso, usar la lengua por fuera de lo coloquial de nuestro uso, es una dificultad para crear el verosímil.

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-¿Y cómo lo resolviste?

-Yo lo que hice fue tomar como punto de partida la novela inconclusa de Hammett, Tulip. Son 60 páginas escritas en primera persona y que además esa primera persona es un alter ego del propio Hammett muy clarito de los años 50, quien ya estaba jodido y recién salía de la cárcel, y esa novela no se parecía en nada a lo que había escrito antes. Agarré ese texto salvajemente y lo empecé a laburar. Lo pasé a tercera persona, le puse Hammett al personaje y a partir de ahí, metiéndole cosas y sacándole otras, cambiando algunas más, quedó esta novela de casi 700 páginas, donde sobre todo mantengo el tono de aquella publicación, de esa primera traducción a la cual yo accedí de la novela inconclusa. Y bueno, era todo un desafío y después de un tiempo vas naturalizando ese tono. Es una actitud ante la lengua. (Sasturain trabajó esta nueva novela durante 30 años).

 

Hammett fue un escritor admirado por todo el mundo. Por colegas y lectores. Sin embargo, en su propio país fue bastante resistido, seguramente influyó la cuestión política de la época. Fue un muy buen discípulo de Poe y de Bierce y desde la escritura logró quebrar el modelo británico de la novela policial, creando así un nuevo molde literario que actualizaba en cada una de sus obras. En sus textos uno comprendía y luego era forzado a preguntarse por el mundo en que vivimos. “Desde Hammett, el crimen se comete por algo”, dice Raymond Chandler. Desde allí, los escritores norteamericanos no necesitaban inventar realidades, sino que alcanzaba con describir e interpretar la actual.

-¿Tenía conciencia de lo que estaba generando en la literatura?

-Yo creo que en Hammett hay una paulatina conciencia de lo que estaba haciendo. Era un autodidacta, trabajó mucho a partir de aquello de ensayo y error. Un autodidacta muy inteligente y selectivo. Supo lo que leía. Lo suyo es una mezcla, su práctica de escritura es una mezcla como siempre, de su experiencia personal, de lo que ha vivido con lo que ha leído. Somos escritores por lo que leemos. Además, cuando mira para atrás, a su alrededor tiene,  a diferencia de otros tipos que están escribiendo junto a él, una experiencia personal, por ejemplo él había sido detective. Todas las tensiones de su vida se trasladan a su escritura. Y esa escritura, consciente o inconscientemente, con un buen editor que vio que el tipo escribía con un estilo diferenciado, empezó a pesar. Es alguien con una manera distinta de encarar la lengua y el género. Era práctica nomás, no había ni manifiestos ni teoría, solo práctica y necesidad. Él escribía para sobrevivir, por guita. Es lo que sabe hacer, es un oficio para él que se aprende y que se hace cada vez mejor. Es como un artesano. Una novela como El Halcón Maltés es de una perfección técnica y descriptiva increíble. Hay mucha conciencia del instrumento que usa.

En Dashiell Hammett hay toda una ética de la escritura. Cada una de sus novelas es un escalón más arriba. Ninguna se le parece. Él no quería personalmente, artesanalmente, escribir algo similar a la anterior. Hasta Tulip, ese manuscrito inconcluso desde el que parte la novela de Sasturain, es algo novedoso en el arte de Hammett. Sasturain lo rescata, lo reinventa, lo respeta y lo hace hablar nuevamente.

El último Hammett, una novela de lo posible, pero también de lo cierto. De conjeturas y fracasos. De búsqueda, de lo descartado y de lo aceptado. Una novela que conjuga lo que nos forma, o sea todo aquello que queda en el medio entre lo que fue y lo que pudo ser.