Rafael Bielsa: "Jamás vuelvo a releer lo que escribo"

El excanciller de la Argentina presentó su última novela Rojo sangre, que habla sobre el narcotráfico y la lucha de bandas en Rosario.

10 de Febrero de 2018 14:41

Por Redacción 0223

PARA 0223

Rafael Bielsa es un hombre versátil. El excanciller estuvo en Mar del Plata para presentar en el ciclo Verano Planeta su última novela Rojo sangre, que cuenta con absoluta crudeza una historia de narcotráfico, que combina  amor y muerte. El exfuncionario asegura que su infancia y los inicios de su adolescencia fueron una combinación del fútbol en la villa y la biblioteca de su abuelo. "Me formé como un animal de dos mundos", reconoce en una charla con 0223.

El escritor asegura que escribir le resulta una tarea "tortuosa" y remarca que jamás vuelve a releer algo que escribió y publicó. "He publicado libros científicos, de Derecho, de poesía, de periodismo, una trilogía, cuentos. Nunca he releído una página", dice. 

-¿Cómo surge esta idea?

-Era un tema con el que yo convivía desde los 15 años. Los márgenes, la producción del lenguaje, el mestizaje de culturas que implican esos lugares que el Estado abandonó. Hasta que llegó un momento en que, como había muchos personajes que estaban haciendo ruido adentro, había que ponerlos afuera.

-¿Cuánto de lo que se lee en Rojo Sangre es una descripción de lo que se vive hoy en Rosario?

-La descripción cabal es solamente en mi cabeza y en la verosimilitud que le transmita o no el libro. Pero eso puede pasar en cualquier lugar. De hecho, eso pasa en Salta, Mendoza, Córdoba, Mar del Plata, Comodoro Rivadavia, Bariloche y el Gran Buenos Aires, que son los lugares que yo conozco y donde yo estuve. Eso te lo puedo probar.

La jerga no es igual en todos lados. Por eso me interesaba mucho capturar una jerga real, por eso es en Rosario. No hay una sola expresión que esté inventada. Yo sigo yendo a Ciudad Oculta. Tenemos un emprendimiento para los chicos que se quieren recuperar del consumo del paco. No es una fotografía, es un cuadro hiperrealista.

-Cuando hablan los personajes hay un lenguaje muy crudo, propio de esa población. ¿Le costó ese cambio que se nota cuando narra y cuando hablan los protagonistas?

-Me costó dosificarlo, porque la novela no podía ser una montaña rusa. La combinación de ritmo y equilibrio son importantes en una novela. Y traté de lograrlo. Mi infancia y mi primera adolescencia fue en un barrio, barrio. Yo iba a jugar al fútbol a la villa, pero los fines de semana iba a la casa de mi abuelo, que era un profesor de derecho administrativo que tenía una biblioteca fenomenal. En esa biblioteca vivía otra vida de libros, vivía el prestigio del saber. Y durante la semana tenía la experiencia del vivir.

Por eso para mí es indistinto. En la medida que me interese la charla que estoy manteniendo, me puedo sentir igualmente cómodo en el Kremlin o en una vivienda en la 11-14. No tiene que ver con lugar ni con el interlocutor, sino con la intensidad de la charla. Esa facilidad para estar en los dos lados tiene que ver con mi estructura formativa. Yo me formé como un animal de dos mundos.

-¿Cómo surge la historia?

-La historia es igual en todos lados. En primer lugar lo que cambia es la escala. Otra estructura da lugar a otra escala. Escobar Gaviria no se puede pensar en Argentina. Un cartel como el de los hermanos Orejuela no puede existir en Argentina, por ahora.

Lo que necesitás es un lugar propenso para el narcomenudeo, porque los chicos consumen y para consumir deben conseguir la plata a través de la venta de droga. El paco es una sustancia espantosamente adictiva y deteriorante por su falta de pureza. El paco ya no es más lo que sobra de la cocción de la hoja de coca, ahora es la hoja de coca como resultado del primer paso del proceso que es cuando se le pone un solvente y se la salifica. Después se la clorifica. Se fuma eso.

La lucha por el territorio siempre es igual, es la lucha por la clientela. Pelear por el territorio es Acá mando yo. Y se dirime a los tiros. En Argentina cada vez se sofistifican más. Hay pibes que manejan una mk-3 o una kalashnikov. Son armas militares.

-Es un tema del cual se escribió mucho, tanto ficción como no ficción. ¿Tuvo temor de caer en un lugar común en algún momento?

-Yo me desentiendo de la cuestión de la originalidad. Yo leo mucho y muy variado. Y las influencias están citadas al final del libro. El libro está influenciado por Leonardo Sciascia. ¿Vos me preguntás qué tiene que ver? No sé, pero estaba leyendo a Sciascia en ese momento. Te influencias aunque nos quieras. 

No soy un escritor que te pueda escribir gozosamente, yo escribo tortuosamente. Me cuesta el proceso, la elección de la palabra justa. Tomo muchas notas, siempre ando con una libreta encima con la que anoto situaciones o rasgos fisonómicos que me resultan atractivos. Es una artesanía más que un arte. Hay escritores que uno lee y dice Dios mío, cómo fluye esto. Bueno, no es mi caso.

-¿Le llevó mucho tiempo?

-Un par de años. 

-¿Y en ese proceso cuántas veces fue a revisar el escenario para corroborar datos o ideas?

-Todo el tiempo fui a los lugares. Todas las canciones que están citadas, existen. Yo los escuché, los tengo, los fui a buscar. Fui mucho porque tuve dudas que quería testear para saber si no había cuestiones que estaba desvirtuando. 

-¿Quedó conforme con el libro?

-Nunca quedo conforme, porque jamás vuelvo a releer lo que escribo. He publicado libros científicos, de Derecho, de poesía, de periodismo, una trilogía, cuentos. Nunca he releído una página. 

-¿Y con las críticas cómo se lleva?

- ¿Viste que hay gente que a todo le saca una selfie? Yo no. No colecciono, no guardo, no tengo un archivo de las críticas. Me gusta cuando alguien me pregunta u opina sobre un trabajo mío, respetuosamente. Celebro la inteligencia, aunque no sea una inteligencia afín. No me gusta la malicia o la trampa.