Instantes del tiempo propio y ajeno

No intentaré definir, ni mucho menos explicar, qué es el tiempo. Solo me propongo mostrar algunas entradas literarias y filosóficas acerca del tiempo. Recorrer algunas ideas sobre él y sobre cómo nos cruza y nos devora.

1 de Noviembre de 2020 08:25

A los once o  doce años leí por primera vez a don Miguel de Unamuno. Ahí comenzó para mí un camino sin retorno. Un viaje a través del tiempo, pero desde su pensamiento, desde su concepción de motivador y devorador de todo el resto y de mí.

Claro que más preocupante que el paso del tiempo, quizás, podría ser su detención. Lo cierto es que su misma pregunta ya suele generar cierta angustia.

El tiempo está en nuestro lenguaje, en nuestra imaginación. ¿En nuestro ser? ¿O solo lo posibilita? El tiempo es omnipresente en nuestra cultura. Todas las civilizaciones expresaron sus ideas acerca de él, desde la medida del día y la noche, hasta llegar a fraccionarlo en nanosegundos.

Guido Indij, editor de Sobre el tiempo (la marca editora – 2014), señala que “Algunos distinguen el tiempo occidental de otro oriental, sobre todo chino.  El occidental como uno abstracto, lineal, progresivo  y medible. Un tiempo que puede perderse y con el que se pude pagar (penas o salarios). Un tiempo oriental, chino, que es propio, interior a las cosas. Un tiempo del acontecimiento y del espacio. Pero que no ocurre en ellos, sino que se hace sitio y construye ese instante entre ellos”.

Es decir que solo podríamos relacionarnos con el tiempo  a través de esos fragmentos que llamamos instantes. Rudiger Safranski explica lo siguiente: vivimos en dos zonas del tiempo. Por un lado un tiempo real que acontece en cada uno de nosotros como el “ahora”. Ese es el tiempo vivido, el que está siempre presente como recuerdo o como expectación del presente.  Por otro lado hay un tiempo representado que nos da la apariencia de espacios temporales en los que supuestamente podemos movernos con libertad hacia adelante y hacia atrás.

Entonces, filosóficamente podríamos decir que el presente es un terreno entre dos tipos de no ser: el “ya no” del pasado y el” todavía no”  del futuro. Un  “ahora” permanente. Pero si nos limitáramos al ahora permanente no tendríamos la experiencia del tiempo.

“Ni siquiera Robinson Crusoe ha podido escapar a la adquisición de pautas semejantes. Solo el Doctor Fausto o un Dorian Gray han podido burlarlo”, ejemplifica Guido Indij.

En la modernidad, dicen, es cuando la idea de tiempo encuentra su verdadera interpretación de sentido. Hoy los almanaques y los relojes son poderosos instrumentos. De hecho, desde la Revolución Industrial en adelante no faltó nunca un reloj en cada una de las fábricas.

Karl Marx pudo verificar, hoy aún vigente,  que toda economía en definitiva se ha convertido en una economía de tiempo. Hay que ser productivo, y eso significa: hay que ser más rápido.

El incremento de la productividad acarrea ventaja de competencia, y así surge la necesidad económica de la aceleración en los métodos de producción y en el cambio de los productos. Además se busca que se abrevie el tiempo de vida de esos mismos productos y así la economía de la aceleración incluye la economía del despilfarro.

¿Hacer todo más rápido es la clave? ¿Incluso vivir?

 Enajenados. ¿En el tiempo? ¿A través del tiempo?

Por tanto, la escasez de tiempo no es una propiedad del tiempo, sino un problema que se presenta cuando lo utilizamos para diversas actividades. La escasez de tiempo es una consecuencia de cómo y para qué fines lo necesitamos en los sistemas de acción social. La escasez de tiempo que allí se presenta favorece a una cosificación del tiempo hasta llegar a transformarlo en una mercancía; como si fuera un bien escaso que hay que vender  lo más caro posible. 

“El filósofo Arthur Schopenhauer dice que el tiempo es dolor. El tiempo duele. Se inspira en el budismo, pero considera que la vida occidental no encuentra consuelo en la meditación que conduce al Nirvana. De todos modos existe una solución. Es el arte. Duramos y sufrimos. Sólo el arte, para Schopenhauer, suspende el tiempo” nos cuenta otro filósofo, Tomás Abraham.

Pensemos, entonces, qué  se dice desde el arte sobre cómo se siente el tiempo en uno, en otros, en todos.

Gustave Flaubert sostiene que “El futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He ahí por qué siempre se nos escapa el presente”.

Y le responde Carlos Fuente desde Aura, diciendo: “No volverás a mirar el reloj, ese objeto inservible / que mide falsamente el tiempo acordado a la vanidad humana, esas manecillas que marcan / tediosamente las largas horas inventadas  para engañar el verdadero tiempo, el tiempo que / corre con velocidad insultante, mortal, que ningún reloj puede medir”.

Pero ¿será cierto que ningún reloj puede medirlo? ¿Qué es en definitiva? “No sé qué es el tiempo. No sé cuál es su verdadera medida, si tiene alguna. La del reloj sé que es falsa: divide el tiempo espacialmente, por fuera. La de las emociones sé también que es falsa: divide, no al tiempo, sino a la sensación de él. La de los sueños es errónea: en ellos rozamos al tiempo, una vez prolongadamente, otra vez deprisa, y lo que vivimos es apresurado o lento conforme alguna propiedad del decorrer cuya naturaleza ignoro. Creo, a veces, que todo es falso, y que el tiempo no es más que la moldura para encuadrar lo que le es extraño” responde Fernando Pessoa desde su Libro del desasosiego.

Don Miguel de Unamuno (les dije que fue para mí un viaje solo de ida)  sostiene que “Nada se pierde, nada pasa del todo, pues que todo se perpetúa de una manera o de otra, y de todo, luego de pasar por el tiempo, vuelve a la eternidad. Tiene el mundo temporal raíces en la eternidad, y allí está junto el ayer con el hoy y el mañana. Ante nosotros pasan las escenas como en un cinematógrafo, pero la cinta permanece una y entera más allá del tiempo”.

“Se dice que el tiempo es un gran maestro. Lo malo es que va matando a sus discípulos” afirma Héctor Berlioz.

El tiempo enseña. El tiempo duele. El enamorado lo sabe. Aprende. Pero a veces reincide. Roland Barthes, desde Fragmentos de un discurso amoroso señala que “Espera. Tumulto de angustia suscitado por la espera del ser amado, sometida a la posibilidad de pequeños retrasos (citas, llamados telefónicos, cartas, atenciones recíprocas). ‘¿Estoy enamorado? –Sí, porque espero’. El otro, él, no espera nunca. A veces , quiero jugar al que no espera; intento ocuparme de otras cosas, de llegar con retraso; pero siempre pierdo a este juego: cualquier cosa que haga, me encuentro ocioso, exacto, es decir, adelantado. La identidad fatal del enamorado no es otra más que esta: yo soy el que espera

Esperas, angustias y melancolías. “Al melancólico el tiempo se le manifiesta como suspensión del transcurrir –en verdad, hay un transcurrir, pero su lentitud evoca el crecimiento de las uñas de los muertos- que precede y continúa a la violencia fatalmente efímera. Entre dos silencios o dos muertes, la prodigiosa y fugaz velocidad, revestida de variadas formas que van de la inocente ebriedad a las perversiones sexuales y aun al crimen. Y pienso en Erzébert Báthory y en sus noches cuyo ritmo medían los gritos de las adolescentes. El libro que comento en estas notas lleva un retrato de la condesa: la sombría y hermosa dama se parece a la alegoría de la melancolía que muestran los viejos grabados. Quiero recordar, además, que en su época una melancólica significaba una poseída por el demonio” define nuestra querida Alejandra Pizarnik.

El pensador Marc Augé, en su obra El tiempo sin edad, busca un sentido a todo esto: “El gato no es una metáfora del hombre, sino un símbolo de lo que podría ser una relación con el tiempo que logra hacer una abstracción de la edad. Nos bañamos en el tiempo, saboreamos algunos instantes, nos proyectamos en él, lo reinventamos, jugamos con él; tomamos nuestro tiempo o lo dejamos deslizarse. Es la manera primera de nuestra imaginación. La edad, por el contrario, es el descuento minuciosos de los días que pasan, la visión del sentido único de los años cuyo total acumulado, cuando se anuncia, puede sumirnos en el estupor. El tiempo es una libertad; la edad, una limitación. El gato aparentemente no conoce esta limitación”, dice.

Entonces, ¿qué es la edad? Ernesto Sábato se adelanta: Edad: ¿qué se puede hacer en ochenta años? probablemente, empezar a darse cuenta de cómo habría que vivir y cuáles son las tres o cuatro cosas que valen la pena.

El tiempo se extiende hoy sobre toda nuestra vida. Lo ha hecho así desde siempre. Lo seguirá haciendo. Algunos aseguran  que, en realidad, el ser humano nunca experimenta el tiempo de forma primaria, sino siempre en forma socializada. Es decir, un algo que se comparte o nos comparten. Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo concluirá con que: “Tiempo: el clima de una hora. Un permanente tópico de conversación entre personas a las que no les interesa, pero que han heredado la tendencia a charlar sobre él de sus desnudos antepasados arbóreos a quienes les tocaba muy de cerca. La instalación de oficinas meteorológicas y su persistencia en la mendacidad prueba que aun los gobiernos son accesibles a la persuasión de los rudos antecesores de la jungla”.