María Tobio, y el infierno de violaciones que no tiene respuestas en la Justicia

Tras décadas de silencio, la joven de 35 años denunció que su padre, su abuelo y su tío paterno la violaron desde los 3 hasta las 11 años. La causa se archivó en dos oportunidades. Pero ella sigue firme y promete no parar hasta que los abusos se investiguen.

21 de Enero de 2022 18:36

2017

María Tobio discute violentamente con Juan Carlos, el padre. De ningún modo ella va a permitir que él construya una pieza al lado de su habitación. Y en el portazo final, María es tajante:

 - Me acuerdo de todo lo que me hacían ustedes tres así que ni te acerques. Nunca más te quiero ver por acá. Nunca. No vas a pisar más esta casa.         

Pero al día siguiente, Juan Carlos vuelve y golpea la puerta. ¡Abrí!, insiste. María lo escucha y se desespera: está con sus dos hijas. Teme lo peor pero no cede:

- ¡Andate!

María Tobio se limita a llamar a Juan Carlos como "progenitor".

Juan Carlos sabe que no va a entrar, que María no lo va a dejar, y en realidad nada de eso le importa. Porque lo único que le importa ahora es que su hija sepa que la que está en problemas es ella, que él ya pensó todo y tiene las cosas bajo control:

 - ¿Sabés que pensé bien lo que me dijiste ayer? Bueno, si tanto querés, andá y hacé la denuncia. Total… pruebas no tenés, yo no me acuerdo de nada y ya prescribió.

María, del otro lado, sigue de pie. La consumen los nervios pero resiste al miedo; presta atención a cada palabra que cruza la puerta pero una de ellas le da vueltas en la cabeza… ¿Denuncia...? ¿Cuál denuncia? 

María absorbe la amenaza como un ruido ajeno, absurdo. No sabe de qué habla el padre. No quiere hablar más del tema. El asco y la vergüenza le revuelven el estómago, y entonces pone fin al tormento:

- ¡Basta! No quiero que ni te escuchen las chicas… ¡Andate y no vengas más!

Juan Carlos desiste y se va. María se alivia al escuchar los pasos que se alejan y se queda abrazada al silencio. No lo hace por un rato: así permanece durante cuatro años. De esa forma, por lo menos, siente algo de paz. Algo de lo que nunca tuvo.

 

***

2021

María Tobio rompió el silencio el 29 de enero del año pasado.

La hija adolescente de María está incómoda y no sabe qué hacer. Juan Carlos comenzó a escribirle por whatsapp y no deja de hostigarla con audios, invitaciones, videos. Los mensajes son constantes y persisten durante tres días hasta que la adolescente se asusta y decide ponerla al tanto a la mamá.

María se preocupa; no demora en reconocer el intento de Juan Carlos por captar a la hija a sus espaldas. Sin embargo, la preocupación escala y enciende en ella todas las alarmas cuando el 15 de enero reproduce uno de los audios:

- ¿Viste? Al final me entero de todo lo que hacen; paso todos los días por tu casa. Porque yo me entero de todo y sé todo.

La respuesta no es casual. Cada palabra que sale por el micrófono del celular está perfectamente pensada por Juan Carlos. María lo sabe; María advierte la intimidación, el peligro y entonces tiene la certeza de que ya es hora. No puede callarse más. No: tiene que denunciar.

La certeza, sin embargo, no alivia los días que siguen. Para María no es fácil confiarle a la hija, a la mamá y a los hermanos parte del pasado monstruoso de abusos que la atormenta, en soledad, desde la infancia. Tampoco explicar por qué, a la madrugada, suele despertar entre llantos y gritos de horror.

Y mucho más difícil es ir el 29 de enero a la comisaría de la Mujer de Mar del Plata para romper definitivamente el silencio que siempre le sirvió de protección. Mientras espera a que la atiendan le tiemblan las manos. Otra vez, el asco y la vergüenza agobian a María por dentro mientras, con detalle, vomita el infierno que vino a denunciar hasta que la oficial que toma nota la calma:

- Pará, tranquila. Eso no hace falta que lo cuentes.

 

***

La denuncia

Fidel Waldemar, Guillermo Aníbal y Juan Carlos Tobio.

Con 35 años, María guarda las peores imágenes y sentimientos desde que tiene memoria. En algunos recuerdos, tiene al padre encima, con la biblia bajo el brazo, usándola como “juguete sexual”; en otros, se ve a ella misma y a sus dos hermanos en la pieza o en el living de casa, arrodillados, con los brazos extendidos y la lengua afuera, mientras el padre grita:

- Y agradezcan que no les pongo maíz en el piso como a mí me hacían en el patronato. A mí sí me castigaban.

Los abusos que María sufrió en manos de Juan Carlos, Fidel Waldemar y Guillermo Aníbal – el padre, el abuelo y el tío paterno – comenzaron a partir de los 3 años y se perpetuaron hasta los 11. Y no ocurrían una vez al día: la pesadilla se repetía a la mañana, a la tarde y la noche. Porque cuando terminaba el padre, el horror comenzaba de nuevo con el abuelo o el tío paterno. 

***

1997

A María todos la conocen como "Marita".

María tiene 11 años. No puede soportar más sufrimiento y se decide. Pocos minutos después de sufrir otro abuso, enfrenta por primera vez a Juan Carlos:

- ¿Por qué no te conseguís una novia?

- ¿Para qué?

- Para que le hagas las cosas que me hacés a mí.

- ¿Pero a vos te gusta lo que te hago?

Y María, sin reprimir el llanto y la bronca, lo mira y le dice:

- A mí me duele. Vos me obligaste siempre. Yo no quiero nada más.

- Tranquila, porque no te lo voy a hacer más.

Y en menos de una semana, Juan Carlos vende todas sus pertenencias y abandona intempestivamente la casa del barrio Las Heras para irse a Buenos Aires. Ni María ni la mamá ni nadie sabe de él por un largo tiempo, hasta que un cáncer empieza a consumir a su hermano Guillermo.

 

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El regreso

El relato de María Tobio no evoca una infancia; reconstruye el infierno.

Juan Carlos, entonces, reaparece en la vida de María tres años después, cuando ya tiene 14. De esa época tampoco puede olvidar la sensación de tener sus ojos encima permanentemente, durante las veinticuatro horas, para no decir nada. Nada de más. María, por eso, no duda cuando define al padre - que apenas reconoce como "progenitor" - con los peores adjetivos: manipulador, falso y perverso. Un ser que siempre está armado.

De los tres hombres denunciados, Juan Carlos es el único que sigue con vida (Guillermo muere de cáncer, y Fidel parte en 2012). Es un agente retirado de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. María no sabe nada de él desde que se acerca a la Justicia.

El patrón, en este caso, se repite en el tiempo. Porque cuando María hace la denuncia, Juan Carlos vende su casa y presuntamente se va de Mar del Plata, sin dejar rastros. Con completo hermetismo.

Hoy, María mantiene la sospecha, alimentada por rumores, de que está refugiado en alguna comunidad evangélica, rodeado de menores. A ella le preocupa, claro, pero no le sorprende porque Juan Carlos siempre llevó la “iglesia” a casa, al punto de autoproclamarse como “pastor”.

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Justicia sorda

La denuncia cae en manos de la Unidad Funcional de Instrucción y Juicio (UFI) Nº5, a cargo de Alejandro Pellegrinelli. Lo menos que espera María es que se ponga en marcha una investigación pero ni siquiera logra eso. Tan pronto como ingresa al sistema, la fiscalía decide cerrar y archivar la causa por razones de tiempo, porque los hechos que presuntamente ocurrieron entre 1989 y 1997 prescribieron en 2009 para la Justicia Penal.

María exige explicaciones, una cita con el fiscal, pero la única alternativa que le ofrecen en el Ministerio Público es una casilla de correo para canalizar su descargo. Pero ella no se va a quedar callada otra vez: insiste, va a los medios, hace pública la denuncia, no teme las consecuencias, y durante meses encabeza protestas y nuevas acciones judiciales porque sabe que la ley la ampara, que existe la ley 27.206 – conocida como “De respeto a los tiempos de las víctimas” – que obliga al Estado a, por lo menos, escucharla como corresponde.

Hace un año que María Tobio encabeza numerosas actividades para visibilizar su causa y defender la lucha por las infancias del futuro. Fotos: 0223.

Así, el 30 de noviembre del 2021 – exactamente, 10 meses y 1 día después de la denuncia en la comisaría – María consigue, al fin, la primera instancia de diálogo, la primera posibilidad de estar cara a cara con el Poder Judicial, a través de una audiencia que le concede Saúl Errandonea, juez de Garantías de la ciudad. El encuentro, para ella, es más que satisfactorio por lo que representa y por la predisposición de escucha del funcionario. Porque siente, por primera vez, que hay avances en su lucha.

Pero la ilusión se desploma el 30 de diciembre. A contrarreloj con el cierre de feria, el mismo magistrado la notifica para confirmarle que no habrá causa ni investigación por la denuncia.  En el dictamen, Errandonea reconoce que los abusos descriptos por María podrían merecer una pena máxima de hasta veinte años de prisión y que desde un primer momento se debió actuar con otro compromiso, dando apoyo  y contención a la víctima, pero insiste en que no hay circunstancias posibles para iniciar una instrucción al respecto.

 

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El silencio

A pesar de lo que diga la Justicia, el dolor no prescribe para María . Es dolorosa la exposición, tener que revivir una y otra vez las torturas de la infancia, y, sobre todo, la falta de empatía social. Ya no sabe cuántas veces tuvo que responder las mismas preguntas:

- ¿Y por qué te callaste tantos años? ¿Por qué no denunciaste antes? ¿Por qué te acordás justo ahora?

Con mucho valor, María Tobio decidió mediatizar su caso a pesar la exposición y los prejuicios sociales. Foto: 0223.

Al recibir esos planteos, hirientes, María también escucha los prejuicios y el machismo que todavía pesa en la mirada sobre las violaciones y advierte la peligrosa naturalización que la sociedad hace de la violencia y el abuso:

- El querer obligar a una víctima a tener un tiempo para romper el silencio es incoherente. Hay víctimas que tardan más de veinte años en recordar  que fueron violadas o abusadas ¿Cómo se puede obligar a la memoria a accionar de cierta forma cuándo se está protegiendo? Esto es una forma de defensa que tiene el cuerpo. Eso lo saben los expertos, los peritos. Pero el problema es que como sociedad naturalizamos mucho el silencio y, entonces, cuando no se hablan de estas cosas, después cuesta mucho hablar y los que hablamos somos castigados. No solo por el Poder Judicial sino por la sociedad en sí. Hay un entendimiento machista de las violaciones que absorbemos de la tele, las películas, las novelas, y eso nos va entrenando de alguna forma para que aceptemos el abuso como si fuera algo normal. Pero no es normal: es gravísimo.

 

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El miedo

María Tobio se siente desprotegida por el Estado. Foto: 0223.

Cuando María se anima a radicar la denuncia en comisaría, lo hace prácticamente sin ningún resguardo de nada, sin una sola medida de protección. Su situación actual no difiere demasiado: apenas tiene en el celular la app del botón antipánico. El miedo sigue siendo un compañero de todos los días. Para ella, y para sus hijas. Están alertas a la moto que puede pasar por la esquina, a cualquier actitud sospechosa.

María , sin embargo, no ve en Juan Carlos la principal amenaza sino en el sistema que minimiza la gravedad del abuso sexual y lo perpetúa con impunidad:

- A mí me da más miedo saber que no soy la única, que hay un montón de gente como yo a la que le desestiman las causas, que no se ve al abuso como algo grave sino como un simple tocamiento. Porque no solo está Juan Carlos suelto, sino que hay mucha más gente como él que está dando vueltas por ahí. Por eso el miedo sigue latente y está siempre. El miedo que siempre tengo es que él venga un día y me pegué un tiro. Los primeros días que denuncié pensaba todo el tiempo en eso.

 

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La muerte

Juan Carlos Tobio es el único de los tres familiares de María que sigue con vida aunque con paradero incierto.

María todavía espera las disculpas del abuelo y el tío paterno, que se fueron de este mundo frente a sus ojos sin culpa, sin mostrar arrepentimiento alguno. La partida de ambos a ella no le despierta alivio ni ningún otro sentimiento. Y pensar que Juan Carlos podría morirse sin ser juzgado tampoco:

- Yo no soy quién para decidir sobre la vida de otro así como nadie puede decidir sobre mi cuerpo y sobre mi vida. Yo hice la denuncia que correspondía para proteger a mi familia y al resto de las personas que lo rodean a él; yo hablé por protección. Pero no tengo miedo a que muera de viejo o por alguna enfermedad antes de que lo juzguen. Estaría buenísimo que la causa avance judicialmente y represente también la lucha de mucha otra gente pero no le tengo miedo a la muerte. Ojalá que haya Justicia mientras Juan Carlos esté con vida pero que sea lo que Dios quiera.

 

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Empezar a vivir

María Tobio encuentra en sus dos hijas las razones para vivir. Foto: 0223.

Nada parece detener a María. A pesar de los recuerdos, el dolor, y los reveses de la Justicia, ella sigue adelante con su lucha y con su vida. Trabaja de mandataria, estudia la carrera de derecho en la facultad y es mamá soltera de dos Isis y Melody, de 18 y 6 años. Los tormentos del pasado no condicionaron nunca el deseo materno. Ser mamá, dice, es lo que le cambió la vida:

- Siempre quise ser madre y a los 17 busqué a mi primera hija. Hasta ese momento yo sobrevivía, no sabía vivir. Si bien no estaba más Juan Carlos en mi casa, sobrevivía el día a día, cada día era uno más y listo. Pero cuando decido ser mamá, al tercer mes de noviazgo quedé embarazada. Gracias a Dios, fue una nena como buscaba. Y ahí empecé a vivir porque empecé a proyectar mi vida.  

 

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2022

En la vida de María no hay sueños pero sí objetivos claros. Y por eso jura que no va a parar en los próximos meses hasta que se oiga su voz, hasta que las autoridades traten su caso, hasta que las infancias dejen de ser vulneradas y ocupen un espacio de verdadera prioridad en la agenda social y política.

Ya tiene, por lo pronto, una cita para este sábado 29 de enero a las 14. En la tarde en la que se cumple exactamente un año de su denuncia, María va a encabezar una “barrileteada” en la playa pública de Punta Mogotes, ubicada a la altura de los balnearios 12 y 13, en contra del abuso sexual contra los menores. La actividad, en definitiva, es el primer paso de muchos que promete dar en este año para se haga Justicia:

- Las normas se siguen interpretando de una forma en la que solo se somete a las víctimas al silencio, castigándonos por hablar. Las infancias necesitan ser libres y felices, no sometidas al horror y ser castigadas por romper el silencio. Pero yo sé que las leyes están y que en algún momento se van a tener que respetar. Así que, tarde o temprano, mi causa también va a tener que avanzar.