Aquellos animales que nos acompañan

Los animales se presentan mucho antes que nosotros, por consiguiente, nos acompañan desde siempre. Cargados de valor simbólico, ellos también han sido parte de la cultura de la humanidad.

17 de Julio de 2022 11:53

La semana pasada en esta misma columna hablábamos sobre la carga simbólica del dragón, animal fantástico que cruza muchas culturas de la humanidad. Casi por casualidad, o por obligación, días después me cruzo con el libro de Mercedes Bellido, El libro oculto de los animales (Lunwerg Editores – 2019), un bestiario que carga con una serie de animales y su significado simbólico.

Ya sea por sus cualidades, actividades, formas o color pero, sobre todo, por su relación con el ser humano, los animales desempeñan un papel muy importante dentro del simbolismo que se remonta al totemismo y la zoolatría.

El animal en tanto que arquetipo representa las capas profundas de lo inconsciente y del instinto. Los animales son distintivos de los principios y las fuerzas cósmicas, materiales o espirituales. Los signos del Zodíaco, que evocan las energías cósmicas, son ejemplo de ello. Los dioses egipcios están provistos de cabezas de animales, los evangelistas son simbolizados por animales; el Espíritu Santo se figura por una paloma.

Según Jung, “el animal representa la psique no humana, lo infrahumano instintivo, así como el lado psíquico inconsciente”.

El ser humano ha creado símbolos desde el principio de los tiempos, expresándolo en su religión o en su arte. Así, se forma una unión entre estos que se remonta a los tiempos prehistóricos, generando un relato de los antepasados que para ellos era realmente significativo y emotivo.

La ambivalencia que muestran los animales en las antiguas obras de arte es reconocidamente potente. Partiendo de que las pinturas de animales se remontan a Ia Era Glacial, es decir, entre 60.000 y 10.000 años AC.

Los ejemplos de El libro oculto de los animales confirman su lugar en la historia de la humanidad.

El gato: siete vidas para cuatro patas

La pasión o debilidad de los humanos por el gato es perfectamente comprensible, ya que su deliciosa contradicción convierte al menor de los felinos en una criatura elegante, ágil y dulce, pero también en una fiera temible, en un cazador implacable y, en definitiva, en un animal que se resiste a dejar de ser salvaje. Quizá por ello domestiquemos al gato de forma parcial o, más bien, este solo nos permita rendirle pleitesía.

A pesar de ser, hoy por hoy, un animal integrado en la vida doméstica, no hace tanto tiempo que está con nosotros si lo comparamos con el perro. Es más, todavía conserva su verdadera naturaleza, por lo que parece que fuimos los seres humanos, rendidos a sus encantos, los domesticados por él bajo sus condiciones. Sea como sea, la única verdad es que el gato ha

cautivado e inspirado a las personas con su carácter caprichoso, su astucia y su curiosidad, que, junto con su cálido ronroneo, lo convierten en el dueño y señor de los humanos.

La relación entre el gato y el ser humano tiene que ver con la sedentarización y la aparición de la agricultura, hace unos 7.500 años. Las primeras representaciones del gato como ser mitológico y divino las encontramos en el Antiguo Egipto, donde llegó a convertirse en una figura de gran importancia. La diosa Bastet, con cabeza de gato, era protectora del hogar y portadora de la felicidad y la alegría, además de simbolizar el calor del sol, como el que da una madre, aunque a su vez podía convertirse en una fiera con aquel que osara hacer daño a sus hijos. Esta relación del gato con el sol viene representada también por Ra, que se transformaba en un gato gigante, una especie de deidad felina llamada Miuty que, armada con un cuchillo, daba muerte a Apofis cada día para evitar que la serpiente maligna devorase al sol. Tan importante fue el gato que en las familias de cierto estatus se lo momificaba tras su muerte y se sufría luto por él. En Egipto, matar a un gato estaba castigado con pena de muerte; por esta razón, en la invasión persa de 525 a. C., los persas ataron gatos a sus escudos, y los egipcios perdieron, incapaces de hacerles daño a estos animales.

Búho: El guardián de la noche

Una figura en la oscuridad nos observa desde la lejanía; unos grandes ojos nos siguen a través de la tenebrosidad de la noche adivinando nuestros movimientos antes incluso de hacerlos; un ser vigila protegido bajo el manto negro y blanco de la nocturnidad o de la mortalidad. El búho es el guardián de la noche desde hace 30.000 años, algo patente en las pinturas rupestres. Este cazador nocturno, que ve y oye en la oscuridad como si fuera de día, es a la vez venerado y temido por el ser humano en multitud de culturas.

Sus ojos le han servido para ser el representante de la clarividencia y la adivinación de los chamanes nativos americanos, un mensajero solitario entre el mundo espiritual y el terrenal. En Europa, durante la Edad Media, se le consideraba un animal relacionado con la brujería y la magia negra, una especie de espía nocturno que susurraba secretos y conjuros provenientes del más allá. Las supersticiones que rodean a esta ave son comunes en toda Europa: la relacionan con un carácter tenebroso y siniestro, e interpretan su aparición como un mal presagio, que avisa de una muerte inminente cuando se posa sobre los tejados de las casas y reproduce su característico ululato.

Pero no solo en Europa se relacionó a estos animales con las brujas; en las antiguas culturas mesoamericanas, como la mexicana, las brujas se transformaban en tecolotes que presagiaban la muerte con su canto, ya que este animal era el acompañante de Mictlantecuhtli, el dios mixteca de la muerte y del inframundo. Hoy en día, todavía existen referencias a su mal agüero en la cultura popular, como el refrán mexicano “cuando el tecolote canta, el indio muere”.

Sin embargo, tanto el búho como la lechuza o el mochuelo son aves nocturnas asociadas a la verdad, ya que su capacidad de ver a través de la oscuridad resulta muy eficaz a la hora de descubrir los engaños y obtener la verdad oculta de las cosas.

Decía Hegel que “el ave de Minerva no emprende el vuelo hasta el anochecer”, un símil con el conocimiento y el análisis de las cosas que ya han pasado, imposibles de conocer antes de que ocurran. No es de extrañar que el búho, la lechuza o el mochuelo estén tan fuertemente ligados a la filosofía, la ciencia del conocimiento, porque son antiguos símbolos de sabiduría, reflexión y cultura. Solemos emparejar a Atenea de forma errónea con el búho y la lechuza, cuando es el Athene noctua o mochuelo común la verdadera ave de la diosa nacida de la cabeza de Zeus. Unas aves, en definitiva, consideradas guías en la penumbra por sus sentidos tan agudizados y su inteligencia, que nos conducen a través de las sombras hasta la iluminación.

Cisne: la blancura de la nada

Sobre las oscuras aguas de la noche, la luna se refleja grande y blanca, pero su blancura queda eclipsada por el elegante plumaje de un cisne que nos mira tímidamente de lado y con la cabeza baja, formando con su cuello un misterioso interrogante nocturno. Dijo Sócrates antes de morir que los cisnes emiten su canto más hermoso cuando se acerca la hora de su muerte, lo que significa que se reencontrarán con Apolo, el dios al que están consagrados. La belleza y la pureza son las dos cualidades más representativas en el cisne, un ave elegante que flota sobre el agua como una hoja blanca. La pureza y blancura del cisne se ve reflejada en uno de los procesos alquímicos del opus magnum, donde la luz se sobrepone a la oscuridad, símbolo de la purificación del alma.

“…Recordarnos que antes que nosotros estaban ellos y que nada es más nuestro que suyo” nos dice la autora. Vale este catálogo para recordarlo y pensar en quienes nos han acompañado física y simbólicamente hasta ahora. Al decir de Derrida en ese gran libro que es El animal que luego estoy si(gui)endo: “El animal en general ¿qué es? ¿Qué quiere decir eso? ¿Quién es? ¿A qué corresponde ‘eso’? ¿A quién? ¿Quién responde a quién? ¿Quién responde al nombre común, general y singular de lo que ellos denominan así tranquilamente el ‘animal’?”.