Paula, sobreviviente del Holocausto: “Me pellizco y me pregunto cómo hice para sobrevivir” 

Paula Lesky es la primera vez en su vida que da su testimonio. Necesitó más de 80 años para procesar el horror y animarse a contarlo.

27 de Enero de 2023 10:26

Cada 27 de enero es el Día Mundial en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Un día como hoy pero de 1945 llegó la liberación por el ejército soviético del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau. Desde 2005 se convirtió en un día para luchar contra el antisemitismo, el racismo y toda otra forma de intolerancia que pueda conducir a actos violentos contra determinados grupos humanos. El Holocausto fue un punto inflexión en la historia de la humanidad, una muestra de la extrema intolerancia, una proyección del horror más profundo y una demostración concreta de que, a través de un aparato ideológico y burocrático estatal, pudo ser posible el exterminio de seis millones de personas, durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). 

Paula Lesky, tiene 96 años, nació en Lodz, Polonia y se radicó en Buenos Aires, Argentina, posguerra. Esta es la primera vez en su vida que da su testimonio. Necesitó más de 80 años para procesar el horror y animarse a contarlo. Años de silencio durante los cuales jamás relató lo vivido en el Holocausto a su marido, ni a sus hijos, menos a sus nietos y tampoco a sus bisnietos. 

Paula es una de esas pocas personas en el mundo que sobrevivió a los campos de concentración nazis gracias a una multitud de casualidades fortuitas o milagros. Ella tuvo esa suerte. Y si, a veces pienso que es muy paradójico hablar de suerte en un contexto tan atroz como lo fue el Holocausto, pero esa pequeña y gran cadena de hechos que te lleva a sobrepasar años luchando por tu existencia, en un punto, supone una especie de suerte relativa. “Suerte es lo que a uno no le toca padecer” dice Viktor Frankl en su libro El hombre en busca del sentido.  

El Holocausto fue un quiebre en la historia mundial o, como dice Saul Friedlander, fue un “suceso límite, la forma más radical de genocidio que encontramos en la historia. El intento voluntario, sistemático, industrialmente organizado y ampliamente exitoso de exterminar por completo un grupo humano en el marco de la sociedad occidental del siglo XX”. Por su parte, Primo Levi ha dicho que el holocausto no se puede explicar, ni tampoco se debe querer explicar. Esto se debe a que explicarlo sería una forma de anular las miles de preguntas que surgen. Tal vez en vez de buscar explicaciones, sea hora de intentar comprender. Explicar convierte el hecho en una “realidad histórica” como si fuese algo que como ya sucedió, pertenece al pasado y está destinado a la desmemoria.

En cambio, comprender requiere de un ejercicio de memoria más intenso, nunca termina, es una memoria indefinida que siempre desemboca en nuevos aspectos. Comprender es darle lugar a la memoria y revelar quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser. Y como analiza Diego Tatián,  “la experiencia del holocausto contiene algunas informaciones de fundamental importancia sobre la sociedad de la que somos miembros. Una humanidad que construyó  su vida cotidiana sobre esa misma montaña de cadáveres amontonados que muestran las fotos. O al revés, sobre ausencia de esos cuerpos, sobre una montaña de cuerpos que faltan, que no están, que no han aparecido nunca siquiera para testimoniar su propia muerte”. Pero no es el caso de Paula. Paula tuvo suerte. 

- Paula…¿Qué edad tenías cuándo comenzó la guerra?  

- Yo tenía 14 años. Lo primero que me acuerdo es que empezaban a faltar cosas, comida, libertad, para muchas personas de diferentes comunidades pero especialmente para las personas de religión judía. Yo vivía en Polonia, en Lodz. Vivía con mi familia, tenía 3 hermanos, mi padre, mi madre y mi abuelo, padre de mi padre que vivía con nosotros. 

- ¿Cuándo fue ese momento en el que sentiste que empezaron a perder la libertad? 

- Cuando empezaron a hablar mal de los judíos, no podíamos salir a la calle, nos tiraban piedras, no nos vendían comida. Mi padre perdió el trabajo. Empezaron a faltar cosas. Podían entrar a tu casa y no podías decir que no. Te sacaban cosas. Se perdió todo. Todo se perdió. Todo, todo, todo. Tal es así, que cuando terminó la guerra yo me quedé solita y no tenía nada, nada, nada, ni un papelito. No me acordaba ni de un número de teléfono. Me ayudaron mis tíos que vivían en la Argentina y tenían algunos datos. 

- ¿Qué paso con tu familia?  

- Con mi familia pasó lo que nadie puede creer y no deseo que nadie lo viva. Primero falleció mi mamá, se enfermó y falleció. Luego falleció un hermano que siempre decía “Mamá llévame” hasta que un día se lo llevó. Mi hermana mayor, Eva, abrió la puerta de casa, pasó un camión con soldados, bajó uno y se la llevó. Y nunca más supimos de ella. Eva tenía 17 años. Quedé yo con el más chico y papá. Todos los que vivíamos en el centro, tuvimos que dejar nuestras casas y nos obligaron a trasladarnos caminando a un Ghetto cerrado con alambrados eléctricos. Ahí no hacíamos nada. Faltaba comida, faltaba la libertad y no sabíamos cuando iba a terminar la guerra. No se podía hacer nada. Las casas estaban vacías, la poca comida que había estaba racionada. No nos permitían ir al colegio tampoco. No hacíamos nada. Hasta que un día yo sin avisar, salí a dar una vuelta a la mañana y me encontré con una cola de gente.

Una chica me dice: “Vení, vení, parece que nos van a dar trabajo”. Así que me puse a hacer la fila al lado de esa nena y su papá. Llegó un tren, nos subimos y nadie sabía a dónde iba. Pensábamos que íbamos a conseguir trabajo y lo que no sabíamos es que el destino final era Auschwitz-Birkenau. Nunca más nadie supo de mí. Después de 2 días de viaje en tren sin comida, no nos dieron nada, llegamos. Auschwitz era un campo de concentración muy feo. Ahí estaba la cámara de gas. Si a la Gestapo no le gustaba la persona, la separaban e iba a parar a la cámara de gas. De un lado estaba la Gestapo y del otro, unas señoritas checas que ya estaban ahí en Auschwitz.  Ellas ayudaban a la Gestapo a seleccionar a la gente.

Me agarró una de las mujeres checas que se llamaba Esther y me dijo: “Vení para acá. Yo perdí a mi hija, vos te pareces a ella. Ponete atrás mío, de ahora en más sos mi hija”. Así que en Auschwitz tenía comida pero a la noche tenía que volver a donde estaban todos, no dormía con ella. Esther era prisionera y de día, yo la ayudaba a trabajar. Caminábamos, ella revisaba las luces y hacía otros trabajos. De grande me di cuenta que ella también tenía relaciones sexuales con los soldados. A esa edad no lo entendía pero años más tarde comprendí que lo hacía para sobrevivir. Ella me daba ropa, comida y ayudábamos a la gente. 

- ¿Cómo era el día a día en Auschwitz? ¿Qué pensabas cuando estabas ahí? 

Fue horrible, horrible, horrible. Muy feo, muy feo. Todos teníamos miedo. Vivía con mucho miedo porque yo veía como pasan filas de gente que llevaban a la cámara de gas. Yo me escondía en baños roñosos. Se escuchaban bombardeos. Nunca pensé nada. Vivía como una tonta. Todo lo que me hacían hacer, yo lo hacía. Todo, todo, todo. A veces salía bien, a veces salía mal. Y cuando salía mal también lo aceptaba y así viví toda la vida. Sinceramente lo que me pasó a mí no se lo deseo a nadie. Pero acepté todo. Acepto todo.  

- ¿Aún hoy esa es tu manera de vivir? 

- Sí, acepto todo. Soy una persona que acepto. Todo me sirvió en la vida y me sirve ahora de grande también. Tengo y tuve momentos lindos. El muchacho que se enamoró de mí, por ejemplo. Hoy tengo dos hijos, 9 nietos y como más de 40 bisnietos. Acepto cosas feas también. Los años son números, yo no me siento vieja. Yo siento que desde ese día en que me tomé el tren y mi padre nunca más supo de mí, sé que toda mi vida la maneja él. Él es quien me dio la fuerza para sobrellevar todo lo que me fue pasando después. Las cosas buenas y las cosas malas, todo gracias a mi papá. Él maneja mi vida, él me ayuda.  

- Y además de tu padre, ¿Qué crees que fue lo que hizo que pudieras sobrevivir? 

- Siempre encontré gente buena que me cuidó porque yo era muy chica todavía. Yo era muy bonita. Era rubia y no me contaron el pelo. También tuve suerte de que no me prostituyeran, nunca nadie se quiso pasar conmigo. Todo eran palabras lindas porque mi papá está atrás de todo esto. Mi papá ya me encontró. Me imagino a mi papá cómo lloró porque no sabía dónde estaba, nunca se enteró. Hoy en día, veo que hay gente que cumple 15 años y lo festeja con su familia, yo no los tuve. Gente que cuando se casa estaba la mamá, sus hermanos y yo no pude. No vi nunca más a nadie de mi familia. Yo todavía quiero saber qué pasó con mi hermanito, era tan lindo. Para mí que lo usaron los alemanes. Nunca lo encontraron. Se llama Jacobo Lesky. 

- ¿Pudiste averiguar algo sobre tu hermano menor? 

- Traté de averiguar. Mi familia también lo intentó pero no lo encontramos. Yo no me voy a ir de acá hasta que no sepa realmente qué pasó con mi hermanito porque éramos muy amigos los dos, quedamos los dos solitos con papá. Necesito que alguien me cuente la realidad de lo que pasó, que me lo cuenten bien. Todo lo que te estoy diciendo me duele mucho. Pero ya que viniste y no me obligaste a decir lo que dije, posiblemente me alivie mucho porque estoy muy cargada, muy cargada. Por ahí no duerma por la noche, por ahí voy a llorar. Yo nunca hablé. Mi esposo jamás me preguntó nada. Mis hijos jamás me preguntaron nada. Yo jamás hablé. 

- ¿Cómo saliste de Auschwitz? 

- Después de unos cuántos meses nos sacaron de Auschwitz caminando porque a medida que se acercaban los ingleses nos trasladaban. Caminábamos día y noche hasta que un día me enfermé mucho. Cuando llegamos a un pueblo donde había fábricas de ropa para militares, perdí el conocimiento y me atendió una enfermera rusa. Ella me trató como si fuera hija de ella. Se llamaba Irina. Yo no podía caminar y ella me salvó la vida.  

- ¿Cuándo terminó todo? 

- Pasaron dos largos años. Muy feos. No se lo deseo a nadie. Espero que nunca más pase esto. El último lugar en donde estuve fue Berger-Belsen. De este campo no se habla tanto como de Auschwitz porque no tenía cámaras de gas. Pero era muchísimo peor. No tenía nada, dormíamos a la intemperie. Sin baño, sin comida, sin cama, sin nada. Bajo el cielo, con frío, pilladas, ensuciadas, con piojos, con todo. Ahí me enfermé de Tifus, perdí el conocimiento y cuando ya estaba tirada en el piso, me encontró una prima mía y empezó a gritarme: “Polcha, Polcha sos vos” Yo le asentí como pude con la cabeza y ella me dijo: “Ya falta poco, ya vienen los ingleses” y se quedó al lado mío. A los pocos días llegaron los ingleses, me levantaron, me rasuraron todo el pelo y me trasladaron a un hospital donde me trataron. Luego me mandaron a Suecia con mi prima donde nos dieron de comer con grasa para recuperar el peso perdido. Aún hoy, tengo una manchita en el pulmón por haber tenido Tifus y cada vez que me hacen una radiografía me preguntan: “¿Y eso?” Y yo no les cuento lo que me pasó. Sólo les digo que ya me trataron en Suecia.  

- ¿Cómo llegaste a la Argentina? 

- Estuve como 2 años en Suecia. Me recuperé muy bien. Mi tío buscaba a la familia y a la única persona que encontró fue a mí. Me empezó a mandar plata. Tenía posibilidades de viajar a Estados Unidos o a la Argentina. Y yo prefería vivir en Argentina. Así que mi tío me compró el pasaje de avión. Pero lamentablemente al llegar, no me dejaron entrar al país por ser judía. Así que me tuve que quedar en Montevideo, Uruguay, un tiempo. Mi familia me pagaba un hotel familiar y una señorita que me enseñaba español y me venían a visitar todos los fines de semana. Hasta que un día, me metieron en un barco, lleno de cajones de peces arriba y me trasladaron de noche a Buenos Aires ilegalmente. Así es como llegué hasta acá. A los 6 meses conocí a mi marido, formé una familia y comencé una nueva vida. 

- Son miles las películas que todos pudimos haber visto alguna vez sobre el nazismo. ¿Vos viste películas sobre el tema?  

Sí, pero no todas son iguales. Algunos cuentan que dejaron a sus hijos con familias no judías y cuando termina la guerra los buscaron de vuelta. Pero todas las historias son diferentes. Éramos millones. 

 

Paula tiene 2 fechas de cumpleaños. El verdadero día de su nacimiento, y el día que la anotaron en Argentina, el día que volvió a nacer. Festeja ambos. Termina la entrevista. Apago la cámara y Paula me confiesa: “Yo a veces estoy caminando por mi casa, me pellizco y me pregunto: `Paula ¿cómo hiciste para sobrevivir a todo esto?´” 

No hay una fórmula. No hay una respuesta. Simplemente, cuando una persona descubre que la circunstancia que tiene que atravesar es inevitable y conlleva mucho sufrimiento, aceptar y hacerle lugar al mismo, es una oportunidad para sentirse libre de elegir cómo transitarlo. Entonces, como dice Viktor Frankl, “la libertad reside en la actitud que las personas adoptan al soportar su carga y eso es lo único que nadie pero nadie jamás te puede arrebatar”.  

El significado de la vida difiere de una persona a otra y de un momento a otro. Es por esa razón que es imposible definir el significado de la misma. Para Paula, hoy el sentido de su vida, está puesto en la esperanza que le genera encontrar a su hermano Jacobo, quien hoy tendría 90 años. 

Esto la convierte en una mujer valiente que tuvo el valor de sufrir y eligió la esperanza para vivir. Esto la convierte en una mujer valiente que tuvo el valor de sufrir y eligió la esperanza para vivir.

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