Un Chéjov más que vigente en el cuerpo y la voz de Gustavo Garzón

Antón Chéjov es uno de los grandes dramaturgos y cuentistas universales. Gustavo Garzón lo trae a Mar del Plata en dos de sus obras cortas: un drama y una comedia. El Bufón, en todo su esplendor, nos recuerda algunas cosas de la vida misma.

El poder de Chéjov y los clásicos es muy fuerte.

7 de Febrero de 2023 08:03

Se cuenta que Máximo Gorki decía que, “ante la presencia de Chéjov, todos sentían un deseo inconsciente de ser más sencillos, más sinceros, más ellos mismos”. Chéjov, el dramaturgo y cuentista ruso, dejó plasmado en sus obras de teatro y en sus cuentos, con maravillosa sencillez, un perfil del ser humano. Un estado de situación sobre la especie que mucho no ha cambiado (y hasta algunos podrían decir que retrocedimos).

Chéjov es un clásico. Y como todo lo que perdura y te refleja llega a su tiempo. Algo así fue como se dio la relación entre Chéjov y Gustavo Garzón. “En mi caso nunca tuve interés y, por otro lado, nadie tampoco me convocó antes para hacer algún clásico, ni Shakespeare, ni Chéjov. Yo llegue a los clásicos por necesidad de docente. Porque, cuando enseñás teatro y buscás y buscás escenas perfectas para que el actor no tengo la excusa de que la escena es imperfecta para actuar, siempre caigo en Shakespeare o en Chéjov. Esto comenzó en 2001, pero no como actor, ni director, esto me llega ahora y casualmente, un poco porque me tenía que llegar y otro porque me dieron ganas, ganas que antes no las tenía”, asegura el actor. Y agrega: “Estaba muy aferrado a lo popular. Creía que si iba a ver teatro culto me aburría, se me hacía largo y no entendía. Entonces me inclinaba para otra cosa, pero poco a poco fui llegando. Como la fruta que cae del árbol por su propio peso y ahora me encuentro haciendo Chéjov y trabajando con Shakespeare. Inclusive, dentro de estas obras de Chéjov, hago un fragmento de Rey Lear, porque se trata de un actor viejo, retirado y que nunca había hecho Rey Lear y siempre soñó con hacerlo, entonces quiere sacarse la ganas de hacer Shakespeare y lo hace”.

El poder de Chéjov y los clásicos es muy fuerte. Como el tango, siempre llega a tiempo. Garzón asiente. Lo vive de esa manera y así lo muestra su entusiasmo al hablar de él. Al contar su experiencia sobre el escenario y el proceso de adaptación.

-Chéjov, como Shakespeare en su momento, eran populares. Sus obras estaban en el lenguaje que hablaba la gente de la calle, los temas los cruzaban…

-…Claro, era en la forma que hablaba la gente. Pero, además, Chéjov en sus obras cortas está obligado a hacer una síntesis porque no se puede regodear con las palabras. Es maravillosa la síntesis que tiene, la contundencia que tiene para expresar con conceptos lo que nos pasa. Solo un genio puede hacer eso. Y siempre con la idea de no hacer del teatro algo hermético, cerrado, sino simplificar.

El canto del cisne y Sobre el daño que hace el tabaco son las dos obras elegidas por Garzón.

"El canto del cisne" y "Sobre el daño que hace el tabaco" son las dos obras elegidas por Garzón para interpretar en Bufón. Un drama y una comedia. Garzón adaptó algo de los textos, más allá de que son obras muy simples. Aclara que a él no le gusta el teatro erudito, “donde se habla difícil y donde la gente no entiende y no siente nada”

En la adaptación respetó el lenguaje chejoviano. “Se trata de una poética que yo quería actuar. Son esas palabras las que yo quería decir. Lo que toqué fue por necesidad del teatro, de dramaturgia, para que la obra fluya mejor, pero sin bajarle nivel de Chéjov al público, porque al público no hay que subestimarlo, el público está totalmente preparado para entender a Chéjov”, agrega el actor.

Desmenuzamos partes de la obra y cada uno conlleva algún ejemplo que Garzón recita sentidamente. “Hay que escribir algo así: Donde hay arte no hay vejez, ni soledad ni enfermedad. Tremendo”, dice para ejemplificar.

-La segunda obra es una comedia. Está dentro de los cinco mejores monólogos de la historia del teatro universal por su estructura y por su humor. Uno ríe con él mientras desnuda sus miserias, casi que ríe de pena.

-Pobrecito. Es tremendo ese personaje. Yo, a veces, estoy ahí arriba diciendo textos de 1889 o 1890 y veo que la gente se ríe como si fuera hoy, como que se olvidan de la época y eso que yo no cambio el lenguaje, pero la gente entra en una convención con las cosas que son buenas son eternas y por eso son clásicos.

-El drama de la otra obra, "El canto del cisne", viene de la mano de un actor que ya está en su última etapa. Hay una parte que me gusta que dice algo así como que “está solo como el viento en el campo”. Una imagen muy potente también.

- Sí, es precioso eso. Él se pregunta ¿para quién vivo yo? ¿Quién me necesita, quién me quiere? Además, está ese concepto de hasta dónde llega el cariño del público. Que el cariño del público no sirve cuando vos llegas a tu casa y estás solo. Habla de esa soledad. Es decir, se termina la obra y la gente se va y se acabó. ¿Cuánto te dura el cariño del público? Un ratito. Son reflexiones muy profundas, poderosas y muy desgarradoras.

El público está totalmente preparado para entender a Chéjov” agrega el actor.

Como dijimos, la comedia es una de las mejores del mundo. Chéjov, junto a Molière y Aristófanes, son mencionados como los mejores comediantes de la historia. Pero, a pesar de esto, no se conoce mucho la parte cómica del autor ruso. Sí, quizás, mayoritariamente su parte dramática y sus cuentos. En El cantar de los cisnes, el protagonista se presta a dar una conferencia y le habla directamente al público, a diferencia del drama donde son todos soliloquios, un recurso que le gustaba utilizar a Chéjov. Pero el intérprete cae en el riego de quedar como alguien que recita lo que piensa y por eso se necesita un gran trabajo actoral. Garzón asegura que “es una de las cosas que más me ha costado y no sé si sale bien aún. La peleo en cada función, lo trabajo mucho porque la tentación de hablarle al público es muy grande. Es muy difícil de actuar sin perder verdad y logrando, a la vez, teatralidad. Es decir, que no sea un embole, que no sea un tipo sentado hablando solo. Es un desafío y, cuando lo logro, soy muy feliz. Los momentos en que yo entro emocionalmente con los textos me siento muy feliz en escena y cuando no lo logro la paso muy mal. Porque me doy cuenta cuando estoy desconcentrado o no entré y estoy solo recitando, como haciendo todo lo que no me gusta en los actores. Y me doy cuenta de que estoy recitando, de que estoy haciendo todo lo que les digo a los alumnos que no tiene que hacer, pero no puedo evitarlo. Es difícil”.

Durante la función, el Bufón interactúa con un instrumento en vivo. En esta oportunidad es un violín magistral que pone en sonidos el marplatense Antón Sullivan, quien comparte el nombre con el dramaturgo de las obras. La música dialoga con el bufón, sobre todo en la comedia, logrando llegar a esos lugares donde la palabra y la actuación no lo hacen.

-¿Qué aprendiste de Chéjov, qué filosofía pudiste tomar de su forma de hacer teatro y, sobre todo, de esa particular forma de mostrar las miserias, de mostrarnos abiertamente?

-Creo que lo que más me penetró de él, digamos lo que más me ayudó emocionalmente en mi vida, es este concepto de que cuando uno está interesado en algo real, puede ser el arte o cualquier cosa, uno no envejece. Cuando uno tiene un interés real en la vida por algo, uno está vivo. Eso es lo que dice Chéjov en la primera obra. Él se da cuenta, al final, que como puede seguir actuando sigue estando vivo por más que reniegue. Es ese actuar que lo sostiene. Y eso me lleva también a la pandemia. Yo empecé a memorizar esta obra sin saber que iba a hacerla, fue en pandemia, porque necesitaba estar activo. Sentirme actor, sentir algo, porque no sabía cuándo iba a volver a trabajar y nadie sabía nada. Entonces, cuando la memorizaba me sentía vivo, me sentía como con una ilusión y me sentí interesado. Es tal el contacto con aquello que nos gusta y nos interesa, que hace que la vida sea mucho más agradable. Mucho más tolerable la existencia humana y la vida. Más cuando uno ya pasó los cincuenta, o como yo los sesenta y más cerca de los setenta, y ya los pensamientos acerca del final aparecen. Woody Allen decía que él escribía para no pensar la muerte y está bien. Me acuerdo de un documental que hice y por eso entrevisté a María Fux, hoy tiene 97 años, en ese momento tenía 92 y ella seguía dando clases y dando charlas. Entonces le pregunto cuál es el secreto para mantener esa vitalidad y ella me dice: “El secreto es levantarse de la cama”.

(*) Bufón se presentará en la sala Roberto J. Payró del Teatro Auditórium.