Alarmas encendidas en la industria conservera

El fracaso de la zafra de anchoíta y caballa no permitió formar stock para mantener ocupadas a más de mil fuentes de trabajo. La importación de atún enlatado puede acelerar la crisis.

5 de Febrero de 2015 08:24

Se denomina conserva a todo producto que se envasa en latas y frascos de diverso tamaño. En Mar del Plata este subsector dentro de la industria pesquera emplea a más de mil personas de manera efectiva y en épocas de zafra, el personal temporario se incrementa poco más que la mitad.

A diferencia de la industria del fresco, que es mayormente exportadora, acá toda la producción va al mercado interno y se canaliza principalmente en las grandes cadenas de supermercados.

La actividad principal de la industria conservera acompaña la evolución de los desembarques de anchoíta y caballa, dos especies pelágicas del mar argentino que dan las primeras señales en julio/agosto y las últimas, en noviembre/diciembre.

En ese lapso, las manos elásticas y pequeñas del personal, en su gran mayoría mujeres, enlata el pescado luego de haber sido fraccionado y cocinado, en sus diversas variedades: agua y aceite, a la provenzal, con salsa de tomate.

Las fábricas también enlatan atún, una especie que tienen que importar como pescado entero, principalmente de Ecuador, porque la abundancia de túnidos en nuestro caladero es escasa y con altas intermitencias. Acá lo reprocesan y lo comercializan durante todo el año.

La industria conservera en la ciudad brilló en el siglo pasado. En la década del 60/70 funcionaron más de 50 empresas e incluso había una fábrica de latas para atender la alta demanda.

Hoy sobreviven apenas 6 empresas, que enfrentan un período de incertidumbre a partir de la abrupta caída en los desembarques de anchoíta (-30%) y caballa (-59%) en relación al 2013, que impidió a las fábricas acumular stock como para garantizar trabajo a su personal hasta la próxima zafra.

Marcas como Marbella, Marequiare, Pennisi, Puglisi, Supremacía, La Campagnola son la identidad de la industria conservera local, detrás de las cuales hay un grupo de operarios que percibe altos salarios cuando hay trabajo, a partir del cobro del básico, más incentivos por producción y horas extras. Bajar el ritmo implicaría un duro golpe.

Alejandro Pennisi es el gerente de Natusur e Indupesa, las fábricas de la familia donde hacen conserva y salado de anchoíta. Una de las que quedan en pie después de la debacle que generó la apertura indiscriminada de la importación en épocas de Martínez de Hoz.

Pennisi es a su vez el presidente de la Cámara de Industriales del Pescado, que integran Centauro, Marbella, La Campagnola… Cuando los desembarques de caballa  y anchoíta no despegaban se reunió con las autoridades gubernamentales de todos los niveles para ponerlos al tanto de la alarma que se encendía.

“Con lo que compramos el año pasado nosotros  tenemos stock para trabajar hasta Semana Santa, el resto está más o menos en una situación parecida” reconoce Pennisi. Salvo Centauro, que cuenta con barcos propios, las otras firmas acuerdan con armadores para garantizarse la materia prima.

Pero cuando no aparecen los peces no hay acuerdos que valgan. Y el año pasado fue uno de esos años. La zafra fue irregular, con períodos de mal tiempo, pescado chico, principalmente la anchoíta y la caballa, escasa. Muchos armadores no aguantaban buscar los cardúmenes dos o tres días colando agua porque ya no les daba la ecuación del combustible.

Enlatando atún es la única manera que tienen las fábricas conserveras de mantener ocupados a su personal. Pero ese objetivo choca de frente con otra realidad: las grandes cadenas de supermercados compran el atún directamente enlatado en origen, a un precio mucho más barato. 

La rentabilidad de un supermercado que le compra latas de atún a una conservera marplatense que lo reprocesó, es del 20%. Si la importa directamente su rentabilidad es superior al 100%.

“Hemos pedido al gobierno que se establezcan una serie de restricciones a la importación de atún enlatado como para defender la industria nacional en esta difícil coyuntura”, cuenta el industrial al tiempo que insiste que se trata de una medida paliativa y puntual.

Según datos que aportaron desde la Cámara, en el 2013 Argentina importó unas 120 millones de latas de atún, entre entero y desmenuzado, que sin ningún valor agregado ni cambio de etiqueta, del puerto capitalino llega al depósito y de ahí a la góndola de los supermercados.

Los conserveros no tienen problemas en competir con las importaciones. Pero hoy luchan por mantener la producción y el trabajo. “Nosotros podemos tener ocupadas nuestras líneas de producción hoy ociosas, a nuestros trabajadores,  importando atún entero y reprocesarlo acá. Todos los eslabones que intervienen son argentinos: latas, aceites, cartón, logística, y el supermercadista sigue manteniendo un buen nivel de rentabilidad”, sostiene Pennisi.

En la Cámara advierten un doble beneficio al reducir las importaciones de latas de conserva: no solo se protege un sector productivo de la economía nacional sino que también se ahorrarían divisas. Por cada millón de latas que se importan, calculan que salen 250 mil dólares.

De acuerdo al informe de coyuntura recientemente divulgado por las autoridades pesqueras, el año pasado Argentina importó 20 mil toneladas de productos enlatados, por 75 millones de dólares.  

En el caladero argentino hay atunes pero aparecen solo en verano, cuando la corriente de Brasil eleva la temperatura del agua. La intermitencia de las capturas aleja cualquier posibilidad de montar toda una industria atada a sus fluctuaciones.

El túnido más frecuente en las descargas es el “bonito”, que es capturado por la flota artesanal con red de cerco. En los últimos días se descargaron más de dos mil cajones, unos 65 mil kilos, a razón de $20 por kilo en el puerto local.

También está el “albacora de aleta amarilla”, aunque hay que navegar más millas/gastar más combustible para ir en su búsqueda y los resultados son inciertos. No lo pesca cualquiera y nadie se aventura ante semejantes riesgos. Daños colaterales de la falta de rentabilidad de los armadores fresqueros.

La carga del “bonito” oxigena los flacos bolsillos de los pescadores artesanales y permite a las conserveras llenar algunas latas con producto nacional. Pero no alcanza para todos ni permite planificar porque nadie sabe hasta cuándo los viejos pescadores pueden atraparlo en la red.

Las incógnitas sobre vuelan todos los eslabones de la industria. Si logran desactivar la alarma, los conserveros tienen un nuevo desafío, próximo en el horizonte. Si ninguna variable ha cambiado del año pasado a este, es probable que no haya interesados en buscar caballa y anchoíta cuando llegue el invierno. La falta de rentabilidad de los armadores fresqueros suma daños colaterales.