De la esperanza a la desazón: crónica de un jueves trágico para las familias de los tripulantes

Fotos: Diego Berrutti

23 de Noviembre de 2017 19:59

El octavo día de búsqueda del submarino ARA San Juan comenzó con la noticia que nadie quería escuchar: el navío explotó en la profundidad del océano Atlántico y, aunque los voceros oficiales se expresaron con cautela ante la prensa, los familiares de los 44 tripulantes dan por hecho que no hay sobrevivientes. Más aún: hasta el momento no pudo ser localizado ni tampoco se conoce qué fue lo que provocó la explosión, registrada el miércoles 15 de noviembre a las 10.31.

Minutos antes de que Enrique Balbi, vocero de la Armada Argentina, diera a conocer esa información –“se recibió una información sobre un evento anómalo, singular, corto, violento y no nuclear, consistente con una explosión”, precisó este jueves desde el Edificio Libertad, en Buenos Aires-, en la Base Naval de Mar del Plata se vieron las primeras imágenes de angustia y dolor de los allegados a los submarinistas, que ya estaban al tanto de lo que sucedía.

Según comentaron algunos al salir del lugar, el encargado de brindarles el parte oficial no logró terminar la lectura: inmersos en la desesperación, algunos familiares se abalanzaron sobre él para reclamar explicaciones.

-¡Mataron a mi hermano!-

El grito desesperado se escuchó desde el alambrado perimetral de la Base. Adentro del predio, a lo lejos, también se veían los abrazos, los llantos, el desconsuelo. Allí se encontraba Roberto, hermano de Eliana María Krawczyck -la primera submarinista de la historia argentina- quien se descompensó y debió ser internado en una clínica privada. Otras personas también necesitaron asistencia médica. De hecho, la entrada y salida de una ambulancia al asentamiento militar fue una constante durante gran parte del día.  

Itatí Leguizamón, esposa del cabo primero Germán Oscar Suárez, fue una de las primeras en atender a los periodistas que aguardaban en el acceso a la Base. “Son unos perversos, nos mintieron”, denunció la mujer, entre dolida y enojada con las autoridades de la Armada.

María Rosa, mamá del teniente de navío y jefe de operaciones del ARA San Juan, Fernando Villarreal, también dijo estar defraudada con la búsqueda. La mujer, oriunda de Punta Alta, había viajado el sábado junto a su esposo para seguir de cerca el operativo. Desde el principio, su optimismo y esperanza sobresalían entre los demás: estaba convencida de que su hijo iba a volver y varias veces lo había ido a esperar a la orilla del mar. “Tengo la sensación de que en el algún momento va a aparecer el submarino en el horizonte”, decía. Este jueves, a bordo de una camioneta gris, atravesó el puesto de control de la Base y emprendió el regreso a su hogar con la desazón de quien sabe que ya no hay más que hacer.

Poco después de las 15, en la vereda de la Base Naval, un grupo de personas se concentró a rezar por los 44 tripulantes. Mientras tanto, las muestras de solidaridad se multiplicaban con banderas, cartas, rosarios y estampitas que se iban acumulando sobre el alambrado romboidal.

César Ramírez -submarinista retirado del ARA San Luis y veterano de guerra de Malvinas-, acompañado por Rita, su esposa, se sumó a la oración colectiva, tal como lo había hecho desde el primer día. “Hay que acompañar”, dijo.

A su lado, Juan Chervo, buzo táctico retirado de la Armada, asentía. “Esperábamos el peor desenlace pero en el fondo teníamos esperanzas. Después de lo que pasamos en Malvinas, para nosotros es imposible no tenerlas”, advirtió.

Al final de la tarde, el vocero Balbi ratificó el parte informativo de la mañana: desde la confirmación de la explosión del submarino, seis buques rastrillan exhaustivamente el fondo del mar y ni siquiera se sabe a qué profundidad podría había quedado el navío. Así las cosas, la espera de las familias de los 44 submarinistas del ARA San Juan parece no tener final.