La historia de Emilia, la guardavidas que se hizo un lugar en un mundo de hombres

Es la única mujer que hoy integra la comisión directiva del Sindicato de Guardavidas. Viajó por el mundo hasta que decidió parar y formar una familia. Víctima de violencia de género y con dos hijos chicos a su cargo, tiene jornadas laborales de hasta 12 horas. Ahora lucha para que sus compañeras tengan más derechos.

Foto: imagen ilustrativa / archivo 0223. Foto: Francisco Giovanoni.

16 de Marzo de 2019 18:30

María Emilia Di Scala es guardavidas desde hace 31 años y es la única mujer que participa de la comisión directiva del Sindicato de Guardavidas de Mar del Plata, puesto que ocupa desde 1992. Su caso es un ejemplo de lo difícil que aún resulta a las mujeres acceder a puestos de decisión y hacerse un lugar en ámbitos que históricamente fueron de los hombres. Sin ir más lejos, de los 420 trabajadores que hay en el sector, no llegan a 50 las mujeres en actividad.

Emilia -jefa de sector de los guardavidas de Punta Mogotes del turno mañana, docente del Emder y licenciada en Nutrición- reconoció que al principio, cuando ingresó al cuerpo de guardavidas en el ‘88, no encontró más alternativa que tratar de pasar por uno más para poder trabajar. Es que, sí, encontraba obstáculos en las cuestiones básicas, en lo cotidiano. “Durante cinco años trabajé en Chapadmalal y el baño era el bosque, el pasto. Yo iba igual pero la realidad es que necesitamos mejores condiciones de trabajo, casillas mejor construidas, con baño y agua potable. Todavía se mantiene esa precariedad en los lugares de trabajo”, contó.

Su historia fue una de las tantas que se compartieron en el marco de la III Jornada de Intereses Marítimos que se desarrolló el viernes en el Concejo Deliberante y cuya temática giró en torno al rol de la mujer y su participación en mundo de la ciencia y la investigación, la salud y el gremialismo, entre otros ámbitos. (Ver en más info)

“Siempre las luchas gremiales tuvieron que ver con el conjunto de los guardavidas pero nunca hubo reclamos que estuvieran relacionados directamente con las mujeres; esos temas se fueron resolviendo a los ponchazos”, señaló más tarde, en diálogo con 0223. Por ese motivo, dijo, semanas atrás el sindicato y la municipalidad firmaron un acta acuerdo para que la actividad tenga su propio convenio colectivo de trabajo, tal como ocurre en el sector privado. Para Emilia es el momento de poner énfasis en las licencias por maternidad y los tiempos de la lactancia, algunas de las “cuestiones que se resuelven como excepciones cuando deberían estar reguladas”.

A pesar de los dificultoso que pudieron haber sido sus inicios, su rol en el gremio y, sobre todo, su experiencia personal, le ayudaron a verse de otra manera: hoy, esta mujer de 50 años que tiene jornadas laborales de hasta 12 horas y cuida a dos chicos de 7 y 8 años, sabe, por fin, que ya no necesita intentar ser como un hombre para tener un lugar, sino, por el contrario, trabajar junto a otras compañeras para reclamar por sus derechos.

“A los 40, después viajar por el mundo con el deporte paralímpico y de dedicar mi vida al trabajo, me dí cuenta de que quería formar una familia, tener hijos. Entonces, paré: dejé el deporte, abandoné la arena y comencé a realizar tratamientos de fertilidad. Después de estar tanto tiempo en el mundo masculino, tuve que conectar con mi cuerpo de mujer”, recordó.

Dos años después del nacimiento de su segundo hijo, Emilia se separó y al tiempo volvió a formar pareja. Pero nada resultó como esperaba: “Descubrí que era un psicópata que iba a matarme”, dijo sobre el hombre que la hostigó, persiguió y controló durante varios meses después de finalizada la relación violenta en la que había caído. Entonces, fueron sus propias compañeras de trabajo las que advirtieron que necesitaba ayuda y la auxiliaron. “Me pusieron en contacto con Susana Mercado, de la Dirección de Políticas de Género (en aquel momento, Dirección de la Mujer) y me salvaron la vida”, aseguró. Así, entró a otro mundo desconocido: el de las denuncias por violencia de género, los pedidos de restricciones perimetrales y hasta de un botón antipánico que aún lleva consigo porque le da cierta tranquilidad.   

Pese a sus prejuicios y sus temores, el hecho de que su historia se hiciera pública en su ámbito laboral no le generó ningún inconveniente en ese sentido. Incluso, logró que sus compañeros varones del sindicato comprendieran que un caso de violencia de género no es una tema de pareja que se debe resolver puertas adentro. “Para mí eso fue un triunfo porque probablemente nunca vaya a ir preso, pero hacerlo te ayuda a recuperar tu dignidad. Ahora me siento mejor persona, sé que tengo un valor”, definió.

“Quiero contar que cuando te plantás como hombre te perdés tu parte femenina que en algún momento de tu vida te pasa la cuenta. A partir de esto, mi vida dio un giro y siento que me potencié. Pensé que admitir lo que me pasaba iba a perjudicarme, que era un signo de debilidad, pero después entendí que no era yo la que tenía que vivir escondida debajo de una piedra, es él el que tiene que sentir vergüenza”, enfatizó.

Ahora, Emilia asumió el compromiso de allanar el camino para que ninguna otra guardavida sienta que debe esforzarse para poder ser parte de ese espacio y, además, se sumó al reclamo por recursos y designación de personal necesario para la Dirección de Políticas de Género y, particularmente, por políticas públicas para mujeres víctimas de violencia de género. “A mi me salvaron la vida y me dieron la posibilidad de seguir trabajando, en lugar de ser una carpeta psiquiátrica crónica”, resaltó.

Temas