A veintiocho minutos de una explosión interplanetaria

Luzparís tiene disco nuevo. La invasión es un catálogo de canciones sobre la degradación del mundo que exige un comportamiento activo. Como dice Diego Montoya: una invitación a salir a la calle.

Búsquedas. En su nuevo disco, Luzparís usó el estudio como una herramienta para componer canciones.

21 de Abril de 2016 13:08

La invasión. La resistencia. La causa y una consecuencia obligatoria. El nuevo disco de Luzparís suelta una historia que se desarrolla entre melodías refinadas y un universo musical complejo. No era fácil el desafío de continuar después de Tierra de conejos, un álbum que parecía insuperable y que tuvo su expansión internacional. Pero parecía nomás. La invasión es una obra superior. Primero y principal: es más contemporánea. Y lo contemporáneo se escucha en la capacidad de lograr síntesis con un arsenal de planos sonoros que están y que se escuchan y que se superponen para darle estructura a canciones sencillas, amables al oído. Para una banda de rock que tiene el norte en el noise y en el postrock es todo un hallazgo.

La invasión. La resistencia.

El arma de defensa es la música. 

El concepto general del disco habla de un mundo en tensión constante. Para Diego Montoya, cantante y guitarrista, aunque el tono de la historia es ficción pura, también da muestras de terror real. “Para nosotros fue increíble cómo se dieron las cosas, lo que creíamos que era un relato fantástico, también es un relato que encaja en la realidad. La invasión no sólo es interplanetaria, también es económica, religiosa, política, social”, dice. La idea, hace cinco años, era diseñar un presente oscuro con fuerte influencia cinematográfica. La actualidad modificó el concepto hasta cerrarlo con sus propios engranajes narrativos. “Esos dos mundos se encuentran en el disco, el arte grafico también lo propone, cielos del espacio exterior, con tipografías de películas espaciales de los ochentas. Pero la portada es un gallo, signo de resistencia, maquillado para el enfrentamiento. Y si mirás bien en su cuerpo hay señales de lo que le duele, contra lo que se lucha”.

El enemigo, entonces, es el mismo de siempre: el que se apropia, el que conquista. Tal vez ya no es tiempo de sangre, sí de inocular ideas. Una forma de invasión silenciosa que, actualizada, nunca se detuvo.

- ¿Por qué en este disco decidieron volver a cantar?
- Es un poco el resultado de varios factores, en primera instancia nosotros nunca fuimos sólo una banda instrumental, Dormir con el ruido de la lluvia es un disco de canciones, si bien poca gente sabe de su existencia, esa es la verdad para nosotros. Quizás con el tiempo y la sucesión de discos, Tierra de conejos quede como una obra instrumental dentro de una serie de discos cantados. No lo sabemos. Pero sí es una realidad que a la hora de empezar a componer lo primero que pensamos fue en no repetirnos, evitar hacer la fácil o volver hacer algo que ya medio nos salía por inercia. Así fueron saliendo los temas y ahí están, cantados.

La invasión es un catálogo de siete canciones que se resuelven en veintiocho minutos treinta y seis segundos. Un disco breve en números, pero que dice todo lo que tiene que decir.

- ¿Quedó material afuera?
- Sí, canciones a medio terminar e incluso canciones enteras. Al estudio fueron nueve, se grabó gran parte de las dos que no entraron. En medio de ese trabajo fuimos viendo que estas siete funcionaban muy sólidas entre sí. Agregar canciones quizás hubiera cortado el viaje que propone el disco.

- Se escucha que es un disco muy producido, hace cinco años que trabajaban en estos temas. ¿Cómo fue el proceso creativo en un tiempo tan largo?

-El proceso pasó por varias etapas, incluyendo cambio de integrantes en el medio, tres de las sietes canciones las compusimos en la etapa con Franco Niella en bajo y el resto con la formación actual. Pre produjimos mucho, nos grabamos e hicimos una especie de disco muestra que nos sirvió de referencia para ir al estudio sabiendo qué había que hacer y qué no. Algunas melodías salieron cantando sobre grabaciones o buscando los espacios, eso es algo que nunca habíamos hecho, incluso nos permitió animarnos a empezar el disco sin tener melodías ni letras cerradas. El estudio fue una herramienta creativa y de composición. Trabajamos tranquilos.

- Este disco suena menos noise, más rítmico, más claro. ¿Cómo fue el trabajo sonoro? ¿Qué elementos de la banda decidieron mantener, cuáles no y cuáles encontraron mientras hacían las canciones?

- Siempre supimos que somos una banda que hace ancla en el rock, eso está ahí, pero sumamos todo lo que pudimos sobre nuestras influencias, llegamos a grabarnos discos compilados para que escuchemos lo que el otro estaba escuchando. Siempre supimos que el pulso rítmico era la clave, es ahí donde trabajamos mucho, en las baterías de Matías [González], en las programaciones que se suman, en los loops de las voces, en el relato dinámico de las guitarras. Rubén [Montoya] y Hernán [Légora] prácticamente parecen guitarras que se copian y se desfasan, están ahí juntas, corriéndose una a la otra.

El proceso técnico fue una odisea y Matías Arano, bajista, fue una de las piezas clave: pasó meses sentado en la computadora para componer la sonoridad de los sintetizadores en base a diferentes sonidos ensamblados. Lo mismo con las guitarras, se trabajaron en nueve pistas, lo cual amplió el margen de la mezcla. Un laberinto que en primera instancia generó dudas, pero el resultado final superó las expectativas. “Experimentamos en el mundo físico, el plug-in está, pero mucho se resolvió desde las tomas primarias. También incluimos vientos, cuerdas y percusión. Nos detuvimos a grabar shakers y panderetas en momentos puntuales. Decidimos poner instrumentos como saxos barítonos apoyando guitarras en lugar de ponerlos en primer plano. En el disco hay muchas cosas que parecieran que no se escuchan, pero están ahí y son parte de un todo”, explica Diego.

- El rock, en especial el alternativo, está volviendo al ritmo. ¿Ustedes se sumaron a esa tendencia o les salió así sin pensar demasiado?

- Creo que fue natural, la verdad que mucha de la música que escuchamos en estos años está empapada de ese marco rítmico y a nosotros nos gusta hacer música que nos gusta escuchar. Por relación directa termina saliendo un disco con un pulso determinado. Pero básicamente una de las premisas era dar vuelta lo que ya habíamos hecho. Si Tierra de conejos era un disco de atmósferas, homogéneo y de texturas ambientales, este disco tenía que ser diverso.

- ¿Qué aprendieron?
- Todo nos llevó mucho trabajo, tuvimos que aprender a componer de nuevo, tuvimos que tocar nuestros instrumentos intentando no caer en la fácil de la atmósfera sonora y las capas de delay. Siento que eso nos ayudó a entender de nuevo la música, reconfigurarnos, pero lógicamente, sin dejar de tener eso que teníamos. Uno puede tocar con otros yeites, pero nunca con otra personalidad. A simple escucha es un disco fácil, sin embargo, para nosotros fue mucho más difícil llegar al final de estas canciones que a las de Tierra de conejos. Aprendimos sobre el trabajo en equipo, en el estudio no sólo grabamos, levantamos pisos, vigas que se caían, recuperamos transformadores gigantes de 110 que se prendían fuego, nos cocinamos, limpiamos y dormimos juntos. Este disco fue una de las mejores experiencias de mi vida.

La invasión no se va a editar en cedé. Ya se puede escuchar por Youtube, Spotify, Deezer y ITunes, y la idea es que avance sin restricciones por cualquier plataforma digital. Cuanto mayor alcance, mejor. Fue un proceso de sinceramiento, dice Diego Montoya. “Hay que aprender a soltar. Casi ninguno de nosotros compra discos y ni siquiera ponemos uno en casa. Era momento de preguntarnos si es algo que queremos o es necesario. A la hora de invertir en un producto romántico quizás nos volquemos por el disco de vinilo. Sabemos que es una apuesta, el comentario de siempre es "muchos medios de prensa no te hacen una reseña si no le envías un cedé replicado original”. Es cierto, pero bueno, ellos también se actualizarán en algún momento”.

- ¿Pensaron en cortes o pensaron, por el tiempo tan breve, en una obra integral?
-El disco es una obra integral, incluso analizamos la posibilidad hacer un trabajo visual sobre el disco completo, pero eso no descarta que algunas canciones seduzcan más que otras. Posiblemente rotemos canciones como Titán Crucero o Villa Lobos, que creo es la canción que más se aleja de lo que habíamos hecho.

- ¿Qué posibilidades hay, creés vos, de que un disco como La invasión llegue a la escena mainstream?

- Muy pocas. Eso es así y está bien. Sin dudas este disco es mucho más digerible que un disco como Tierra de conejos, incluso si me pinchás un poco creo que un tema como Villa lobos puede ser radiable, pero no sé si alguien que escucha esa canción en la radio, que no está acostumbrado a escuchar música apenas sucia, se bancaria un tema como Bienvenido a la Tierra.

- El disco anterior tuvo gran aceptación, incluso se editó en Alemania. ¿Este disco lo pensaron como una continuidad?

- Este disco lo pensamos como un X. Se cruza en un punto con Tierra de conejos, pero una vez que llega ahí se aleja lo más posible. Es una obra completa y enmarcada en un concepto general. Tierra de conejos pedía contemplación. Acá la invitación es salir a la calle.

- ¿Cómo estás para cantar en vivo? ¿Cómo tienen pensados los shows con tantos instrumentos, tantos planos sonoros?

- Creo que estoy bien. Ahora comienzan los ensayos para ponernos a tono con el trabajo que hicimos. Varias de estas canciones las hemos tocado en vivo y funcionan, en vivo son más rockeras, más intensas. Seguramente hagamos una presentación donde se arme la estructura completa para tocar con las percusiones, vientos y cuerdas. Pero posiblemente para los recitales fuera de la ciudad sigamos trabajando con variaciones sobre sintetizadores y apoyados por las programaciones.

El disco tiene una nota.

La invasión –sugiere– es una forma de pensar a la humanidad como parte de un universo repleto de teorías conspirativas y realidades crueles, de pasados distantes y futuros inmediatos. Escuchar La invasión es la estrategia central de una resistencia secreta, conformada por equipos tácticos dispuestos a dar pelea.

Estas siete canciones son más que una oportunidad.

Son la última esperanza.