Catorce presos civiles, una cárcel tenebrosa y un objetivo: poblar la ciudad

El pabellón 1 del presidio de Ushuaia fue conservado tal como era en la época en la que funcionaba la cárcel del fin del mundo. Fotos: Luciana Acosta 

10 de Julio de 2017 10:29

Los orígenes de la ciudad de Ushuaia están directamente ligados a la construcción del presidio, la cárcel más tenebrosa que existía en el país hacia fines del 1800. En 1883, el entonces presidente Julio Argentino Roca impulsó la creación en estas tierras una colonia presidiaria al estilo europeo, con la idea de argentinizar el territorio. Seis años más tarde arribaría a bordo del buque “1º de Mayo” la primera partida de 14 presos civiles reincidentes que fueron alojados de manera provisoria en casas de madera y chapa. Ellos mismos levantaron el edificio de cinco pabellones, bajo el sistema de panóptico que permitía a los guardias observar la totalidad de las instalaciones desde un punto central. En total, se erigieron 380 celdas, con muros de 80 centímetros de espesor.

Por las condiciones infrahumanas en las que vivían los condenados -eran confinados en celdas de 1,93 por 1,93 metros y en muchos casos, por la ubicación del edificio o por falta de ventanas, jamás veían la luz del sol-, el presidio pronto se convirtió en sinónimo del peor castigo.

El asesino serial de niños Cayetano Santos Godino, conocido como el “Petiso orejudo”, y el anarquista ucraniano Simón Radowitzky, fueron algunos de los personajes más célebres que pasaron este centro de detención. Una leyenda urbana cuenta que durante su juventud, Carlos Gardel también pasó por estos pabellones, condenado por el delito de estafa. Sin embargo, hasta el momento, el dato es incomprobable: su presencia sólo fue confirmada por testimonios de los primeros pobladores y la versión se transmitió a través de las diferentes generaciones. Los registros oficiales del establecimiento fueron destruidos o desaparecidos.

Los presidiarios realizaban diferentes tareas como parte de su condena: tuvieron a cargo la construcción de las veredas de la calle San Martín -hoy, centro comercial de la capital de Tierra del Fuego-, puentes y edificios públicos, así como el corte y acopio de leña para la provisión de energía para la incipiente población.

 

El edificio del presidio, hoy convertido en museo, fue declarado patrimonio histórico nacional en el '99.

 

Todas los días del año a las 5 de la mañana partía desde el presidio un tren de cinco vagones y recorría 25 kilómetros hacia el corazón del bosque fueguino con una veintena de presidiarios que talaban con hachas y sierras los árboles de lenga. Una segunda formación arribaba alrededor de las 7, con 90 hombres que, apenas vestidos con el traje a rayas azules y amarillas, trabajaban incesantemente hasta pasadas las 17. Sólo podían interrumpir la tarea unos minutos para comer y lo hacían sobre el suelo, la mayor parte del tiempo, cubierto por la nieve. El trabajo en el bosque era uno de los más elegidos: para muchos, constituía la única posibilidad de tomar contacto con la luz del día.

Este circuito es hoy una las principales excursiones para el turismo. Lejos de lo que supo ser, el ahora denominado “Tren del fin del mundo” recrea el camino que hacían a diario los presidiarios. Desde las ventanillas del interior de formaciones nuevas y confortables se observan los troncos hachados a comienzos del 1900. El tamaño de los tocones de los árboles evidencian a qué altura estaba la nieve cuando los talaron: siempre se los cortaba al ras. A la derecha, una corriente de agua producto del deshielo acompaña todo el recorrido: es el río Pipo, que lleva su nombre en homenaje a un detenido que huyó y que fue encontrado días más tarde, congelado, no muy lejos del lugar de donde había escapado.

En 1947, el presidente Juan Domingo Perón ordenó por decreto cerrar el presidio. El edificio, que primero pasó a manos de la Armada Argentina y luego quedó prácticamente abandonado, fue declarado monumento histórico nacional en 1999. En la actualidad funciona como museo en el que se encuentran fotografías, información sobre los presos que pasaron por esas celdas y hasta stands de venta de souvenirs. El pabellón 1 es el único que no fue intervenido y conserva las características originales. Al atravesar la puerta que lo separa del hall central, el frío y la oscuridad permiten imaginar por un instante cómo vivían aquellos presos reincidentes condenados al destierro en el extremo sur del mundo.