De la cima del Arnold Classic al quirófano: el giro inesperado en la vida de Flex Wheeler
Fue una leyenda viviente del fisicoculturismo clásico, lo ganó casi todo, pero una enfermedad genética lo enfrentó a la mayor batalla de su vida.
Por Redacción 0223
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California, agosto de 1965. Entre los techos calientes y las calles polvorientas, crecía un niño flaco, peleador y obsesionado con el control corporal. Aún no era Flex Wheeler, pero ya entrenaba la mente y el cuerpo como si supiera lo que vendría. Su historia no comenzó en los gimnasios, sino en los dojos, practicando Taekwondo con una disciplina casi monástica. Esa base mental sería su mejor herramienta años más tarde, cuando conquistara escenarios de fisicoculturismo frente a miles de espectadores.
En los años 80, el culturismo estadounidense era un hervidero de músculos, espejos y leyendas en formación. Allí apareció Kenneth "Flex" Wheeler, un joven que parecía haber nacido para el hierro. Su genética era tan privilegiada que, con entrenamiento y una dieta calculada al milímetro, su cuerpo evolucionó a un ritmo sobrenatural. Lo llamaban “El Sultán de la Simetría”, y no por exageración: su físico era pura proporción y estética.
En 1993, se consagró campeón del Arnold Classic, uno de los torneos más exigentes del mundo, y desde entonces, su nombre quedó inscrito entre los grandes. En el Mr. Olympia, la cumbre del culturismo, quedó dos veces segundo, solo superado por leyendas como Dorian Yates y Ronnie Coleman. No era el más voluminoso, pero su simetría y presencia escénica lo hacían único.
Detrás del brillo del bronceado y los aplausos, había una rutina inhumana. Flex Wheeler consumía entre 5.000 y 7.000 calorías diarias, divididas en seis a ocho comidas. En un mes podía devorar 400 huevos y 35 kilos de carne. Cada comida era una operación matemática: 40% proteínas, 40% carbohidratos, 20% grasas. No comía por placer, comía por estrategia. Cada célula de su cuerpo respondía al sacrificio como un engranaje de precisión.
Pero ni el cuerpo más perfecto puede escapar a lo que dicta la genética. En 1999, cuando su carrera estaba en su punto más alto, los médicos le diagnosticaron una enfermedad renal crónica hereditaria. El impacto fue demoledor. Por dentro, sus riñones comenzaban a fallar. Por fuera, seguía compitiendo. Pero ya no era el mismo. En 2003, fue sometido a un trasplante de riñón que marcó un antes y un después.
A pesar del trasplante, las complicaciones de salud no se detuvieron. En 2019, Flex sufrió una grave afección circulatoria que lo llevó a tomar una decisión extrema: la amputación de su pierna derecha. La comunidad del culturismo quedó en shock. El hombre que alguna vez representó la perfección física, ahora debía reaprender a moverse. Y lo más difícil: enfrentar la pérdida emocional de aquello que lo definía.
Flex cayó en una profunda depresión. En entrevistas, confesó que se sentía "medio hombre", que pasaba noches enteras llorando. Fue diagnosticado con depresión crónica. Pero lo más increíble es que, incluso en ese estado, nunca dejó de entrenar. A sus 59 años, Flex Wheeler sigue yendo al gimnasio siempre que su salud se lo permite. Ya no busca tamaño ni trofeos. Busca mantenerse vivo.
Hoy, su historia inspira a miles en todo el mundo. Ya no es solo el “último gran culturista clásico”, es un símbolo de resiliencia. Sus charlas motivacionales van más allá del músculo: hablan de pérdida, dolor y reconstrucción. Y aunque ya no pisa escenarios, su legado sigue creciendo.
Flex Wheeler es prueba viva de que el verdadero culturismo no es el del cuerpo, sino el del alma. Porque incluso sin una pierna, incluso después de todo lo perdido, sigue peleando como el guerrero que siempre fue.
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