Malvinas: "Después de 26 años de haber terminado la guerra me enteré que había perdido un hijo"

El caso de Juan Omar Ferreyra es uno de los 110 soldados que fueron identificados tras permanecer décadas en el Cementerio de Darwin como NN. Su madre contó como fue viajar a las Islas y dejar un rosario en la tumba que ahora tiene nombre y apellido. 

2 de Abril de 2019 08:08

No pudo con su genio. Vio que los ingleses estaban avanzando y necesitaba decírselo a sus compañeros. Así que salió de su escondite y se acercó a otra de las cuevas ocupadas por soldados argentinos. "Están cerca y nos pueden atacar", les dijo y a pesar de que los demás soldados le insistieron para que se quedara, él siguió al tercer refugio. No alcanzó a llegar: una bomba cayó justo sobre él.

Era 11 de junio y faltaban unas pocas horas para que Aldo Omar Ferreyra cumpliera sus 20 años. 

Con sus compañeros ya habían organizado quién se encargaba de robar los chocolates en los negocios abandonados de las Islas para tener algo dulce para festejar. En Argentina, su familia también hacía sus propios preparativos para sorprender al joven "si aparecía". Pero nada de eso ocurrió.

En la batalla de Monte Longdon, como pasó a conocerse ese combate de la Guerra de Malvinas, los ingleses se llevaron la victoria. 

Juana De Jesús Ferreyra (73) es la madre de Aldo Omar y recién 26 años después de haber terminado la Guerra se enteró de lo que había pasado con su hijo. Durante este tiempo lo dio por desaparecido. Así se lo habían explicado las mismas Fuerzas Armadas Argentinas.

Después de haber recibido la primera carta del joven desde las Islas, todas las semanas siguientes viajó con su marido al cuartel de La Plata, donde estaba alistado, a preguntar por su hijo. "Me mentían", dice hoy a 0223 y cuenta que le explicaban que "ya lo iban a traer".

Fue a buscarlo a Campo de Mayo también. Ahí había internados, mutilados, heridos, pero Aldo Omar no estaba. Hasta que un día, en su casa de Santa Teresita, un militar le golpeó la puerta y le dijo que "estaba en la lista de desaparecidos". 

A esa visita le siguieron otras tantas. Juana no recuerda quiénes eran ni qué rango tenían. No le importaba.

Váyanse a la mierda! Yo quiero a mi hijo en casa, si tienen un pedacito de dedo, de uña, de algo, tráiganmelo, pero no me vengan con que no tienen noticias de él", les gritaba.

Así, 26 años. Sin novedades. Nadie le decía que su hijo estaba muerto. 

"Lo esperé. Día y noche. Si ladraban los perros, yo pensaba que quizás era Mi Negrito que había llegado, cada día pensaba que podía tocar la puerta", cuenta.

Hasta que un día, por casualidades de la vida, el sargento que estaba a cargo de Aldo en la guerra se comunicó con ella. Viajó a Junín de los Andes y allí le contaron lo que no quería escuchar.

Esa noche lloró tanto que no durmió. Después de 26 años de haber terminado la guerra supo que "había perdido un hijo".

Convencida por un grupo de familiares de soldados caídos en Malvinas, Juana viajó por primera vez al Cementerio de Darwin en 2009. Las tumbas en aquel momento eran todas igual, cada una con su placa de "Soldado sólo conocido por Dios". No decían nada.

Sin embargo, cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense, en conjunto con la Cruz Roja Internacional y la Fundación No Me Olvides comenzaron con los trabajos de la identificación de los soldados enterrados como NN en Malvinas, llamaron a Juana para contarle que su hijo había sido reconocido. 

No lo podía creer. "Me preguntaron si me anotaban para el próximo viaje y dije enseguida que sí", se acuerda.

"Si ladraban los perros, yo pensaba que quizás era Mi Negrito que había llegado"

El 26 de marzo del año pasado volvió a viajar. Esta vez sabía dónde estaba su hijo. Con un plano, le habían explicado donde tenía que ir y cuando vio la tumba por primera vez el tiempo se frenó. 

Le preocupaba no tener un negocio donde comprar flores, pero una persona le dijo que en los cementerios militares al día siguiente "las retiran todas". Entonces, junto a su hijo más chico, le dejaron a Omar un rosario que había sido traído del Vaticano. 

Estuvieron en suelo kelper unas tres horas. "Lo suficiente", dice ella.

Con algunas horas de diferencia, mientas Juana y su hija se subían al avión, el padre de Omar tenía un ACV. Él se había quedado en La Plata junto a su hija, esperando que los demás integrantes de la familia Ferreyra vuelvan con las noticias.

Y así fue. Esperó. Esperó a que Juana le contara todos los detalles del viaje.

"Le conté sobre el cementerio, sobre lo bien que nos trataron, lo que le dejamos al Negrito, el viento en las Malvinas, y el vuelo que fue buenísimo", explica.

El 31 de marzo, cerró sus ojos para siempre.