Julio Aro: “Nuestro Premio Nobel es acompañar a una mamá a la tumba de su hijo”

En una entrevista con 0223, el presidente de la Fundación No Me Olvides y excombatiente de Malvinas contó su historia personal y cómo llevó adelante la tarea de identificación de los soldados enterrados como NN en el cementerio de Darwin. 

15 de Septiembre de 2018 20:15

Hace frío y el viento sopla fuerte. No llueve, pero la humedad es constante en las Islas.  Sin embargo, Julio no siente nada de eso. Decide alejarse. Desde ahí, apoyado sobre un simple palo puede ver. Ver y sentir. 

Se toma 30 segundos. Sólo eso necesita para cambiar la perspectiva y observar lo que logró. Lo que “se” logró, porque cuando habla, nunca lo hace en primera persona. 

Madres que lloran agarradas sobre las tumbas donde ahora saben que están sus hijos. Padres que acompañan. Hermanos que se abrazan. Hay silencio. Nadie habla. No hace falta. 

Movimos el mundo”, piensa él.

Renovado el aire, vuelve y se hace parte otra vez del grupo.

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El 26 de marzo de 2018, familiares de los excombatientes argentinos que perdieron su vida en la Guerra de Malvinas entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982 y fueron enterrados como cuerpos NN en el Cementerio de Darwin, pudieron por primera vez llevar una flor a una tumba identificada con nombre y apellido.

Son 97 los héroes que ya no son “Soldados sólo conocidos por Dios”. Faltan reconocer a otros 23, y hasta ese momento Julio Aro, ex combatiente marplatense que preside la Fundación No Me Olvides que desde 2008 trabaja en la identificación, no va se va a relajar. En realidad, tampoco lo va a hacer después, porque “la causa malvinizadora es muy grande y nunca va a acabar”.

Las charlas, los viajes por todo el país, las competencias, las carreras, las redes sociales, las campañas, entre otras cosas lo van a tener ocupado “por mucho tiempo más”.

- ¿Cómo arrancó esta misión?

- El 2 de abril de 2008 viajé a las Islas, solo, a buscar al Julio que había dejado en el ‘82. Fui a ver a mis compañeros al lugar donde los había enterrado y no los encontré, me volví loco, porque faltaban un montón, no entendía nada, y me partió la cabeza la placa que decía “Soldado sólo conocido por Dios”. Entonces cuando volví comencé a darle forma a lo que fue en principio el Proyecto “Identidad Compartida” que trataba de enfrentar a una madre de un hijo argentino y otra de un inglés, ambos muertos, para preguntarle quién había ganado la guerra. Las dos habían perdido. 

Ese mismo año, junto a otros dos excombatientes Julio viajó a Londres y conoció a Geoffrey Cardoso, quien en ese momento fue su traductor, pero se convirtió luego en un amigo y ahora en un compañero para la posible nominación al premio Nobel de la Paz. 

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Cardoso es inglés y fue el encargado de reunir los cuerpos de los soldados argentinos y construir el cementerio Darwin en 1982. Tenía en su poder documentos que no dudó en entregárselos a Aro. Fue la punta del ovillo para comenzar el proceso identificación.

Gabino Ruiz Díaz fue el primer soldado reconocido. Después de todo un trabajo de investigación y comparación de datos la Fundación encontró a su madre, Elma, quien aceptó extraerse sangre para la primera muestra que dio positiva.

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Julio ya no es el mismo de hace 36 años cuando era joven y por obligación de un gobierno que no lo representaba en absoluto debió enfrentarse con quienes hoy siente sus hermanos.

Él volvió, pero otros quedaron. Cada vez que los nombra les dice “compañeros” y se le hace un nudo en la garganta cuando piensa en que si le hubiera tocado morir en las Islas, a su madre le hubiese gustado saber en qué tumba estaría enterrado.

“La historia es de las familias, son ellas las que deciden si quieren o no hacer el reconocimiento”, explica y añade: “Siempre respetamos lo que sus padres desean”.

- ¿Qué se siente haber recorrido todo este camino?
- Mucha paz, a pesar de los palos en la rueda que tuvimos. No hay nada mejor que mirar a los padres a los ojos y decirles que no les fallamos. Ese día en el cementerio, se iban felices, les dimos la posibilidad de saber dónde estaban sus hijos. La madre que arrastraba los pies, ya no lo hace, la que caminaba encorvada tampoco. Somos privilegiados por estar al lado de ellos viviendo esto.

- Los documentos que tenía Geoffrey eran propiedad de los gobiernos también. Eso significa que la tarea de identificación podría haberse iniciado antes. ¿Qué te genera eso?

- Las herramientas que tenemos y usamos son porque se nos ocurren a nosotros. El Estado tiene más y mejores, pero no las utiliza. Creo que Malvinas le importa a muy poca gente. El 2 de abril se acuerdan, sí, pero el 3 ya no. Ni siquiera les ofrecen a los padres viajar a las Islas, al cementerio, nunca fueron invitados, no digo todos los meses, pero aunque sea alguna vez que les demuestren que les importan. Todo lo que lograron los excombatientes, siempre fue por lucha propia.

-  ¿Las Malvinas son argentinas?

- Sin dudas, pero hay que buscar otra manera de recuperarlas, no la guerra, no la violencia. Las guerras son inútiles, no hay guerra ni buena ni santa ni justa, son todas lamentables. 
La guerra la hacen los Estados y la pierden los pueblos.  

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- Entonces, ¿en qué lugar quedan los ingleses?

- Todos somos seres humanos, pasa sangre por nuestro cuerpo, nacimos donde nos tocó. Sin dudas podemos pensar distinto, pero la prioridad siempre la tiene el ser humano.

- ¿Qué le dirías al Julio que peleó en Malvinas?

- Nunca lo traje, quedó en Malvinas y en cada viaje lo voy trayendo de a poquito, pero ese Julio nunca va a volver entero. Esa persona que se enfrentó a los ingleses no tenía otras opciones, hoy sí. 
Estoy en contra de la guerra, no me gusta tener el olor a pólvora en las manos.

- ¿Modificarías algo?

- Haberle dado un abrazo más fuerte a mi vieja, otro a mi viejo y uno más fuerte a mi hermano antes de ir. Me hubiera despedido más fuerte de mi familia.

"No hay guerra ni buena ni santa ni justa, son todas lamentables"

- Junto a Geoffrey fueron postulados por la Universidad Nacional de Mar del Plata como Premio Nobel de la Paz, ¿qué sentís?

Es una caricia que nos hicieron desde la universidad muy linda, un mimo muy lindo. Si se logra llegar con los avales y solamente entrar a la competencia, ya está ganada porque hay un argentino que va a estar nominado, algo que no muchos lo logran. Yo digo que el Premio Nobel de la Paz ya lo tenemos. Acompañar a una mamá hacia la tumba de su hijo, eso es lo que nos da paz. Ese premio es egoísta, pero es lo único que vamos a poder tener nosotros y nadie más.

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Los aviones a Malvinas llegan una vez por semana y sólo el segundo sábado del mes hace una parada en Río Gallegos; los otros tres días hay que ir a Chile para llegar. 

En total, fueron 8 las veces que Julio viajó. Sin embargo, “el viaje” fue el último, en marzo, cuando los 200 familiares pudieron reencontrarse con las tumbas de sus hijos ya identificados. “Ese día fue mágico y único, había café y té para que pudieran tomar y calentarse, pero nadie agarró nada, las madres solo se agarraban de las tumbas, con pañuelos se secaban las lágrimas y nos decían: ‘Gracias hijo por ayudarme a encontrar a mi hijo’”, cuenta Aro y agrega: “Todos somos ya una familia”.

“Hoy, entrás al cementerio y te cuesta encontrar placas que digan Soldado Sólo Conocido por Dios, y eso es impagable”, sentencia con una sonrisa en su cara.

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Ya se fueron todos, pero él se queda. Necesita otros 30 segundos. A solas. Para volver a mirar. 

Elige sentarse en la cruz más grande, esa que se encuentra en el medio protegiendo a las demás. Esa que aparece en los manuales escolares cuando se habla de Malvinas y de Darwin. 

Siente paz. No quiere cerrar los ojos por miedo a que el sueño se diluya, porque siente que lo que alguna vez soñó, se hizo realidad. O más aún, mejor. 

Quiere gritar, llorar, reir, putear. No sabe bien. Necesita descargar el peso de todas las placas que tenía sobre su espalda y ahora ya no.

Julio, vamos”, le gritan desde el colectivo y lo despiertan.