Un recorrido por la dolorosa vida de Frida Khalo

21 de Octubre de 2020 17:55

Quien diría que cuando Magdalena Carmen Frida Kahlo y Calderón se trasladó a Ciudad de México con el fin de asistir a la escuela preparatoria en 1922, iba a conocer allí al gran amor de su vida. Diego Rivera realizaba un mural para el anfiteatro Simón Bolívar, cuando vio por primera vez Frida. Siete años más tarde, se casaron y dieron mucho de qué hablar, ya que fue un matrimonio fuera de serie y lleno de infidelidades. Uno de las peores fue el engaño de Diego con la hermana menor de Frida, Cristina Kahlo. En 1939, se divorció de Diego Rivera, aunque volvieron a casarse en 1940. Esta pareja también se llevaba las miradas por las diferencias físicas entre los dos, ella era pequeña de estatura y contrastaba con la gran altura de Rivera. 

Para entonces, Frida era una desconocida, pero la afortunada de estar con el famoso muralista mexicano. Con el tiempo ella comenzó a tener más trascendencia y fama… tal vez por todo lo que significa como símbolo femenino y lo que atravesó en su vida. “Sufrí dos accidentes graves en mi vida, el primero cuando me atropelló un tranvía y el otro accidente es Diego”, dijo la artista. De Frida, Diego escribió: Frida es ácida y tierna, dura como el acero y delicada y fina como el ala de una mariposa. Adorable como una bella y profunda sonrisa y cruel como la amargura de la vida.

Frida nació el 6 de julio de 1907 en Coyoacán, casa de su madre Matilde Calderón y González, una mestiza de origen oaxaqueño, y de Guillermo Kahlo, fotógrafo judío de ascendencia germano-austrohúngaro. Su hogar que la vio nacer, actualmente llamado Casa Azul de Coyoacán, que es un museo, también la vio morir a sus 47 años a causa de una trombosis pulmonar. Sus últimas palabras fueron: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”. Esta frase hace referencia a lo sufrida que fue su vida desde pequeña. Tuvo una herencia genética de espina bífida, que le ocasionó en su niñez nueve meses encamada, con la consiguiente deformación y cojera del pie derecho, lo cual disimulaba con varias medias o un tacón más grueso, que no le fue impedimento para practicar deportes de gran esfuerzo.

Pero esto no fue todo para la pobre Frida. El 17 de septiembre de 1925, regresando de la escuela en autobús, sufrió un accidente de tráfico: experimentó fracturas en la pelvis y en la columna vertebral, así como otras lesiones de gravedad y un total de 32 operaciones a lo largo de su vida. El accidente la condenó a una vida de invalidez intermitente; pero también le dio la oportunidad de establecer contacto con el mundo maravilloso de la pintura. En su cama de hospital, aprisionada dentro de una coraza de yeso, Frida tomó los pinceles que le había obsequiado su padre y comenzó a pintar. En 1926 pinta el primero de sus numerosos autorretratos: el “Autorretrato con traje de Terciopelo”.

“Mi padre tenía desde hacía muchos años una caja de colores al oleo, unos pinceles y una paleta en un rincón de su tallercito de fotografía. Yo le tenía echado el ojo a la caja de colores. No sabría explicar el por qué. Al estar tanto tiempo en cama, enferma, aproveché la ocasión y se la pedí a mi padre. Mi mamá mandó hacer con un carpintero un caballete que podía acoplarse a la cama donde yo estaba, porque el corsé de yeso no me dejaba sentar. Así comencé a pintar mi primer cuadro”, contó.

En sus pinturas Frida manifestaba su fuerte mexicanismo, el amor por su tierra natal, sus ideologías y la igualdad de género. En sus autorretratos se plasmaba con rasgos masculinos: cejas copiosas, las cuales hoy son utilizadas en la moda y llamadas “cejas a lo Frida”, bozo pronunciado y labios unidos. Muchas de sus obras se trasladaban a salas de operaciones, camas de sanatorio. Lo que pensaba o sentía primero lo plasmaba en un soporte, pasando entre la vida y la muerte, el valor y el miedo, el amor y los celos y todo lo relacionado con su interior.

 

Su importancia como artista fue ganando terreno y reconocimiento, aunque la técnica que utilizaba no era la más tradicional pero de todas formas realizó un total de 150 obras. Con grandes contrastes de colores, perspectiva plana y un estilo que iba en torno al surrealismo y el expresionismo. Tuvo el privilegio de ser admirada por artistas e intelectuales de su época como Pablo Picasso, Marcel Duchamp y Vasili Kandinski.

Frida fue una morena, delgada, lisiada de por vida. Con una risa que se expresaba a veces con comentarios ingeniosos, incluso con palabras de la jerga callejera propia de los campesinos mexicanos. Siempre se diferenció por su vestimenta masculina y sus llamativas joyas. Sus adicciones de alcohol, tabaco y analgésicos eran leves en comparación con la mayor que fue Diego Rivera. Se consagró siendo de las primeras pintoras que expresó en sus obras la identidad femenina desde su propia óptica como mujer, dejando de lado la visión que se dibujaba desde el mundo masculino. Hoy en día sigue siendo un símbolo de identidad y fortaleza para las mujeres por su historia de vida, forma de  verla a través de su arte  y frases como: “pies para que los quiero si tengo alas para volar”