El después: lo que nunca se contó de Ariel Bualo, el psicópata que degolló a sus hijos para vengarse de la esposa

Hasta poco antes de la pandemia, el asesino siguió hostigando con llamadas a Adriana García desde el penal de Melchor Romero donde cumple la condena a cadena perpetua. Para una Navidad, también le dijo a los compañeros de la cárcel que sus hijos iban a venir a pasar las fiestas con él.

11 de Diciembre de 2021 11:03

Durante mucho tiempo, en su casa de Punta Alta, la mamá de Adriana García atendía el teléfono fijo y escuchaba una voz que repetía el mismo mensaje:

      - Yo la perdono por lo que me hizo. Yo la sigo amando. Podemos hacer otra vida juntos.

La mujer no terminaba de entender el porqué de ese llamado tan insistente. Tampoco lograba identificar quién la llamaba, desde dónde la llamaban, y qué quería decir el llamado. Sospechas tenía, en verdad, pero se negaba a creer una locura semejante.

Un día, sin embargo, no fue la madre sino la hermana de Adriana, abogada y fiscal en Bahía Blanca, la que atendió el teléfono en Punta Alta y entonces supo que del otro lado estaba él, Ariel Rodolfo Bualo, el excuñalado, el psicópata, el enfermo que arruinó a la familia tras degollar a sus dos sobrinos de cuatro y dos años como “sorpresa” de cumpleaños.

Es cierto, sí, es difícil de creer pero todo esto ocurrió hasta poco antes de la pandemia del coronavirus, según revela a 0223 Adriana García, la mamá de Sebastián y Valentina, la mujer que fue capaz de rehacer su vida en Capital Federal, con una exitosa carrera profesional como terapista ocupacional, después de sufrir una de las tragedias familiares más impactantes en la historia reciente de Mar del Plata.

Desde la Unidad Penal Nº 34 de Melchor Romero, Bualo dedicó varios años de hostigamiento a su exesposa, una vez que fue condenado a cadena perpetua por el brutal filicidio. Primero optó por escribirle cartas directamente a ella, y después decidió acosar a la mamá.

El asesino recibió ayuda de la policía para sostener el acoso a pesar de las distancias, el tiempo y, sobre todo, la falta de libertad: al registrar el número de los celulares, Adriana comprobó que los llamados provenían de dispositivos móviles que facilitaban en la misma unidad penitenciaria. “Yo llevé todas las pruebas a la Justicia y además mi hermana fue a verlo a la cárcel, constató que seguía preso y le advirtió que si seguía jorobando, esto iba a terminar peor”, asegura.

En realidad, el hostigamiento, según aclara la mujer, no estaba dirigido a la madre sino que Bualo llamaba de manera aleatoria a la casa de sus padres. “Lo que pasa es que durante mucho tiempo, antes de que falleciera mi papá, mi mamá ni siquiera atendía el teléfono porque lo estaba atendiendo todo el tiempo a él. Pero cuando papá murió, mi mamá estaba un poco más libre y ahí empezó a atender. Una vez me preguntó: ‘¿puede ser que me esté llamando…?’. Hasta que un día atendió mi hermana y confirmó que sí, era él”, explica, y agrega: “Lo que básicamente decía en las llamadas es que me perdonaba a mí y que me seguía amando. Todas locuras”.

El grado de perversión de Ariel Bualo no parece tener límites, y hasta excede por lejos cualquier drama de ficción. Para una Navidad, por ejemplo, el hombre que se desempañaba como empleado de una agencia de seguros le llegó a decir a sus compañeros del penal de Melchor Romero que los dos hijos que asesinó iban a venir a “saludarlo” para pasar las fiestas con él. “No cambió nunca: siguió haciendo las mismas psicopateadas toda la vida”, ratifica Adriana.

Rodolfo Giménez

Para rehacer su vida en Capital, y despojarse de los prejuicios inexorables de un pasado de tragedia, Adriana García tuvo que apelar a su primer nombre, Mabel, con el que las personas no la solían identificar ya que no había tomado mayor trascendencia mediática durante el seguimiento del impactante caso. Y el exesposo, para “sobrevivir” a su estadía en la cárcel de Melchor Romero, también tuvo que cambiar de nombre. O, al menos, esa es la justificación que le dieron las autoridades penitenciarias a ella.

Desde que ingresó al penal, Ariel Bualo dejó de ser Ariel Bualo y se transformó en Rodolfo (segundo nombre de pila) Giménez (apellido materno). Lo increíble es que a Adriana García nunca le avisaron del cambio de identidad, por lo que cuando finalizó el juicio que se desarrolló en el Tribunal Oral Criminal N° 3 en septiembre de 2001 y quiso pedir el divorcio, tuvo que vivir otra larga y dolorosa odisea para poder ubicarlo, notificarlo y terminar, de una buena vez, con el trámite de separación.

“Estuve durante muchos años sin poder divorciarme porque no lo encontraba. No sabía ni siquiera dónde estaba preso. Tuve que viajar a La Plata con una amiga que tenía un contacto en el Gobierno y cuando fuimos al lugar donde están registrados todos los presos, lo buscamos por el documento y recién ahí lo pude localizar para notificarlo del divorcio”, afirma.

Cuando Adriana preguntó el motivo del cambio de nombre, las autoridades carcelarias insistieron en que se trataba de una decisión necesaria para que el psicópata no fuera atacado por otros internos al enterarse del aberrante filicidio que cometió. Una explicación que, en definitiva, no deja de ser una gran paradoja del destino: la Justicia no se preocupó por proteger a la mamá ni a sus hijos pese a las múltiples denuncias presentadas pero sí se ocupó de proteger a un psicópata homicida.

Vivir el mal

Bualo sigue pasando sus días en el mismo penal de Melchor Romero para presos psiquiátricos, puntualmente en el pabellón evangélico. Cuando recibió la pena a reclusión perpetua, los magistrados de Mar del Plata por primera vez aplicaron las accesorias por tiempo indeterminado previstas en el artículo 52 del Código Penal, de modo que el asesino no puede gozar de beneficio excarcelatorio alguno, salvo una conmutación de pena o un indulto que se emita desde el Ejecutivo.

Adriana García lo sabe bien pero no se descuida ni se confía, y dice que siempre está atenta a sus pasos, para monitorear dónde y cómo está. “Yo siempre pido que me informen, más que nada por cuidado. Y no es por mí, porque yo sé que a mí no me va a hacer nada pero sí le puede hacer algo a mi entorno. Él quiere hacerme mal pero que lo viva; él quiere eso”, remarca, y reitera: “Es un enfermo pero no está loco. No hay que confundirse: es un psicópata”.

Noches de violencia

Durante el embarazo de Valentina, Bualo tomó la costumbre de despertar a Adriana “en forma insistente y reiterada cada noche”, solo para iniciar una discusión o para burlarse de ella por cualquier motivo, un extraña conducta que, naturalmente, le provocaba un fuerte agotamiento físico y psicológico.

Foto: Bualo mostraba un perverso perfil de "trastorno de la personalidad".

Sumida en un estado de profunda confusión, a la mamá le costaba explicar a su médico lo que sentía y entonces el exesposo aprovechaba para tomar la palabra en la consulta y mostrarse como un hombre “comprensivo y protector”, algo que también sucedía con amigos y conocidos, frente a quienes fingía ser una persona “afable y cariñosa”.

Y en otra época, el exesposo había adoptado el hábito de moverse violentamente y hacer ruidos en la cama por las noches, masturbándose hasta que también lograba despertar a Adriana. Y cuando ella le preguntaba qué pasaba, Bualo respondía que no había pasado nada, que todo era producto de su imaginación y le pedía que visitara a un psiquiatra.

Mujer víctima de maltrato crónico

Durante el debate oral, los jueces marplatenses Daniel Adler, Eduardo Alemano y Hugo Trogu que conformaron el Tribunal Oral Criminal N° 3 encontraron a Ariel Bualo como autor penalmente responsable de los delitos de “homicidio calificado y homicidio calificado en concurso real, cometidos con alevosía”.

Uno de los análisis centrales fue el de la imputabilidad del homicida, al tener en cuenta – en palabras del propio Trogu – que “la ‘locura’ del autor es lo único que podría explicar lo inexplicable para cualquier persona del común, pues es ‘inconcebible’ que un padre mate a sus hijos y más aun de un modo tan brutal y perverso”.

Sin embargo, en el juicio no fue fácil arribar a una conclusión definitiva sobre la particular mente asesina de Bualo. Dos de las tres psiquiatras forenses afirmaron que se trataba de un “trastorno de la personalidad donde existen características comunes al borderline y al perverso narcisista” mientras que el otro profesional lo encuadró finalmente en el supuesto de la “personalidad asocial”, también llamada “psicopatía”.

Foto: con el asesinato de Sebastián y Valentina, Bualo quiso "castigar" a Adriana por alejarse de él.

Más allá de estos tecnicismos, el magistrado Trogu, que fue respaldado en los dichos por el resto de sus pares, no dudó en calificar a Bualo como un “enfermo mental” que comprendió perfectamente lo que hacía. “El imputado, a pesar de su patología psiquiátrica, fue capaz, al momento del hecho, de vivenciar los valores y, concretamente, la vida humana de sus dos hijos a las que puso fin, pues tomó la decisión al respecto procurando enmascarar con palabras de amor y renuncia sus verdaderos motivos, cuales fueron la ira que sentía hacia su esposa y su deseo de castigarla”, razonó.

Y a pesar de no contar con una pericia específica, el mismo juez definió a Adriana García como una “mujer víctima de maltrato crónico”.  “Su esposo fue para con ella una persona violenta y abusiva. Hizo referencia a inequívocos actos de violencia psicológica (abandonos, torturas, amenazas, burlas, desvalorización, daños, falta de respeto, invasión de la privacidad, manipulación de los hijos, menoscabo sexual, etc.), los que sumados a los episodios de franca agresión física, debieron producir efectos destructivos o desestructurantes (inseguridad, confusión, miedos, sentimientos de impotencia, resignación, soledad y desamparo, etc.)”, enumeró sobre los padecimientos de Adriana García, en el mismo fallo al que accedió este medio.

Responsable moral

La trágica historia de Adriana García y sus hijos no solo fue emblemática por la crueldad del caso sino por la sordera de la Justicia frente a un caso gravísimo de violencia de género. Antes de que se materializara el filicidio, la mujer denunció en numerosas oportunidades a Bualo por hechos de violencia, y reclamaba con desesperación que le impidieran ver a Sebastián y Valentina porque temía por sus vidas. Pero nadie la escuchó y las autoridades la obligaron a cumplir con el régimen de visitas bajo amenaza de cobrarle multas, interponiendo la Ley 24.270 (conocida como ley Apadeshi).

Así, el 15 de noviembre de 2000, casi un mes después del aberrante crimen, Adriana recibió una notificación judicial de la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) Nº 4 de Mar del Plata, que en ese momento estaba a cargo de María de los Ángeles Lorenzo,  donde se le informaba que las actuaciones iniciadas a partir de sus denuncias por amenazas y lesiones, habían sido archivadas por falta de pruebas. Sí, por falta de pruebas…

Hasta el año pasado, esa misma fiscal daba charlas en el Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual bonaerense donde recordaba la “función clave" que cumplió en la unidad Especializada en Delitos contra la Integridad Sexual en Mar del Plata, que congregaba la mayor cantidad de causas vinculadas a estas faltas del código penal hasta que fue cerrada en 2003.

Pero Adriana no solo padeció la peor cara de la Justicia antes del filicidio sino durante el mismo juicio contra Bualo: en el debate, el fiscal Carlos Pelliza llegó a acusarla de tener “responsabilidades morales” en el asesinato de sus dos hijos. “Eso me hizo dudar de si yo debía estar viva o no. No sentía que merecía vivir”, grafica, al dimensionar el dolor y el daño de una acusación tan absurda como insólita.

Foto: a pesar de los ataques fiscales, Adriana García se mantuvo firme hasta el último día del juicio que condenó a Ariel Bualo.

Inclusive, Adriana recuerda que el mismo fiscal la llamó un día antes del juicio para contarle que había soñado que su exesposo le pedía “ayuda”, un comentario que tardó mucho en comprender hasta que hace un par de años entendió que se trataba de una “psicopateada” más de parte del hombre del Ministerio Público. “En el juicio me insistieron en que yo lo llevé a él a asesinar a mis hijos porque no se los quería dar. Era ridículo. Lo único que buscaban era provocarme un estado de locura”, apunta.

Resarcimiento tardío

Adriana García tuvo que esperar 18 años para que la Justicia le diera la razón. En una sentencia firmada el 28 de noviembre del 2018, la Suprema Corte bonaerense hizo lugar a la demanda por daños y perjuicios que la mamá inició contra el Estado por no proteger a sus hijos, reconociendo la falta de acción de las autoridades judiciales y policiales, y su "incapacidad de apreciar la gravedad del riesgo de la situación en la que se enfrentaba" tanto ella como Sebastián y Valentina.

Por cuatro votos contra uno, el máximo tribunal ordenó que en primera instancia se dictara una nueva sentencia indemnizatoria. Eduardo Néstor de Lázzari, Héctor Negri, Hilda Kogan y Julio Pettigiani, presidente de la Corte, fallaron a favor y solo Esteban Genoud votó en contra del reclamo.

“Los hechos oportunamente denunciados debieron ser debidamente investigados, evaluados: evidenciaban una situación de riesgo, una peligrosidad ostensible. Si efectivamente se hubiera procurado salvaguardar la integridad psicofísica de las víctimas, el fatal desenlace podría no haber sucedido”, enfatizaron los jueces, en un tramo del histórico dictamen reivindicatorio.

Hechos que estremecen 21 años después

En el mediodía del lunes 16 de octubre de 2000, Bualo fue a la casa de Adriana – todavía era su esposa pero ambos estaban separados de hecho desde abril – para retirar a sus hijos con la promesa de llevarlos a almorzar a la casa de su propia madre para luego ir a jugar al "pelotero"; dijo que los iba a traer de nuevo, en el mismo día, pero “un poco más tarde que lo habitual”.

Al justificar esa demora, el psicópata le dijo a Adriana que, como un día antes había sido el Día de la Madre, pretendía compensar la "visita" que le correspondía. Antes de irse con Sebastián y Valentina, le dio un regalo a ella – también por el Día de la Madre – y le avisó que sus hijos le iban a dar una “sorpresa” para su cumpleaños, que sería dos días después.

Luego de almorzar en la casa de su madre, y lejos de cumplir con el resto del itinerario, Bualo se dirigió con sus hijos a la vivienda de su padre, ubicada en Bouchard al 7222. Allí, entre las 14.50 y las 20.50 del 16 de octubre, y en momentos donde los chiquitos estaban sentados a la mesa del comedor mirando la tele, su padre los degolló con un cuchillo de aproximadamente 15 centímetros de hoja.

Antes de concretar los ataques, el hombre escribió varias cartas donde justificaba su decisión. Las misivas fueron dirigidas a un juez y un fiscal y otra a Adriana. Luego del accionar homicida, intentó suicidarse, provocándose cortes en el cuello, uno en el codo izquierdo y varios en el brazo izquierdo, en la zona del antebrazo y la muñeca. Todas las heridas, sin embargo, fueron de carácter superficial y no alcanzaron para ser mortales. Así, el 17 de octubre de 2000, a las 8.55, Ariel Bualo llamó a la policía y relató una pesadilla que hasta hoy conmueve y remueve los peores sentimientos.