Semana de la lactancia: la conmovedora carta de una mamá marplatense

Mili dio a luz a sus mellizos Estani y Juanita dos meses antes de la fecha de parto. En una conmovedora carta cuenta todo lo que hizo para lograr que tomen la teta. 

Estanislao y Juanita, hoy, disfrutan de tomar la teta de su mamá.

4 de Agosto de 2021 10:16

Por Redacción 0223

PARA 0223

María Milagros Fainstein dio a luz el 30 de abril a sus mellizos, Estanislao y Juanita. Los pequeños debían nacer el 24 de junio, casi dos meses después, lo que supuso que junto a Nicolás, el papá de los mellis, atravesaran una experiencia para la cual ningún papá está preparado.

Mili dio a luz con la ilusión de sentir inmediatamente cómo alimentaba a sus bebés a través de la lactancia materna. Pero el camino fue difícil. Primero, porque nacieron con muy bajo peso. Luego, porque debían tener, al menos 35 semanas, para aprender a succionar la teta. El camino, repleto de frustración y angustia, tuvo su final feliz. Y relató todo en una conmovedora carta en la que relata su experiencia, en el marco de la semana de la lactancia materna.

 

La carta completa

No soy de hacer este tipo de cartas y menos describir mis sentimientos públicamente, pero en la semana mundial de la lactancia y después de haber leído tantas historias distintas, siento que la nuestra merece ser contada.

Mis hijos nacieron con 32 semanas de gestación, a través de una cesárea de emergencia, gracias a mi obstetra que ante una colestasis diagnosticada decidió actuar rápidamente para evitar cualquier riesgo para mí o mis bebés.

Fuimos a la clínica aquel 30 de abril, totalmente felices e inconscientes del riesgo que existía (hoy 3 meses después soy más consciente de todo lo que pasaron). Solo voy a decir que ellos nacieron 18.14 con 1,700 kilos y 18.15 con 1,500 kilos, muy chiquititos, solo pude darles un beso fugaz y tuvieron que ir corriendo a Neo (historia aparte), junto con su papá. Yo recién me pude reencontrar con ellos 15 horas después, prácticamente los conocí por fotos igual que mi familia y amigos. Es más, después que ellos, ya que las fotos circulaban y a mí me estaban cosiendo.

¿Y la hora dorada? ¿La lactancia inmediata? Ahí comenzó el baile. Los bebés tuvieron que estar 48 horas en ayunas, para ver si todos sus órganos funcionaban correctamente, mientras tanto en la habitación de la clínica teníamos que hacer lo imposible para no perder el maravilloso calostro, como dicen por ahí, esas gotas que son “oro líquido”.

Estaba muy dolorida, no había forma de realizarme una extracción manual. Entonces mi marido me ordeñó. Sí, me ordeñó como a una vaca. Un dolor… vi las estrellas, pero juntos como un equipo lo logramos. Ahí estaba ese bendito calostro que iba alimentar a mis hijos (ingenua yo, de pensar que iba a ser inmediato).

Habían pasado 3 días desde su nacimiento y todavía no los habíamos podido tenerlos a upa, seguíamos ordeñándome en la habitación, pensando que ya llegaría el momento de ponerlos en la teta. Pero el proceso era mucho más largo de lo que esperábamos. Para eso, tenían que aprender a succionar y para eso, como mínimo, tenían que cumplir 35 semanas (algo que hasta ese momento no sabíamos). Primero los alimentaron a través de una intravenosa, con agua y azúcar; después me dijeron que iban a empezar a consumir leche humana. ¡Qué felicidad sentí! Sólo que no sabía que iba a ser a través de una sonda, de a 3 mililitros, que normalmente vomitaban. Por Dios, qué frustrante.

Mientras tanto, había que incentivar esa lactancia diferida, y ahí estaba yo en mi casa (mientras ellos seguían internados) con el sacaleche. Qué manera más fría de comenzar la tan deseada lactancia materna. Pero así nos tocó, cada 3 horas religiosas me sacaba leche, no importaba si era de día, de noche o de madrugada; si estaba en mi casa, en un auto o en lo de mis papás (el sacaleche siempre en la cartera).

Fueron pasando los días, con muchas cosas en el medio. Y así llegamos a la semana 35 casi 36, donde ellos debían aprender a succionar. Pero surgió un nuevo problema: no tenían el peso suficiente. ¿Y eso que tiene que ver? Muchísimo. El proceso de succión requiere de muchísima energía, y esa energía gasta calorías y por lo tanto bajan de peso.

En ese momento tuvimos que empezar a tratar a los mellis de forma diferente. Me concentré en Estani (con la culpa que eso conlleva) para que aprendiera a succionar y así poder alimentarse de mi pecho. Pero fue difícil; era tan chiquito que hacía dos succiones y se quedaba dormido. Necesitábamos que coma, que engorde. Así cuando llegara a las 36 semanas y sus 2,200 kilos pudiera irse a casa con nosotros. Entonces me sacaba leche en casa, íbamos a la clínica y como no succionaba me daban una mamadera (por suerte, con mi leche). Pero él la vomitaba y me decían: “No importa cómo come, lo importante es que engorde para que pueda ir a casa”. Y tenían razón: dejábamos de lado la lactancia a través del pecho, porque él se seguía alimentando con leche humana, hasta que nos dieron el alta.

La llegada a casa, cuando un bebé te queda en Neo, tiene gusto a poco. Pero acá estábamos los tres conociéndonos entre idas y venidas a Neo, porque Juanita seguía internada. Me tenía que sacar leche para llevar, darle de comer a él, tratar de que se prenda a la teta, cosa que era casi imposible. Se quedaba dormido inmediatamente, entonces otra vez, me sacaba leche y se la dábamos en mamadera y así seguimos durante 15 días más.

Con Juanita fue distinto, ella se desesperaba por el pecho. Tal era su desesperación que gastaba mucha energía y no engordaba. Así que nuevamente tenía que postergar mi deseo de amamantar. Incluso vomitaba tanto, que tuvimos que darle leche de fórmula, y realmente con las ganas que tenía de que ella esté bien y venga a casa con nosotros nada importaba.

El 12 de julio nos dieron el alta. ¡Cuánta felicidad, cuánto miedo y tantas emociones juntas! Había llegado nuestro momento, el de alimentarnos piel con piel, pero no fue como imaginé. No lograban tomar más de 2 minutos sin quedarse dormidos. Nosotros, con el estrés de la  posible vuelta a Neo constantemente, nos sacábamos leche, en cualquier horario. Cada vez se fue haciendo más difícil, con dos recién nacidos en casa, dando mamaderas con mi leche o con fórmula y luchando con la teta.

Fueron momentos de mucha frustración, veía un freezer repleto de leche, que sólo podía llegar a ellos a través del binomio sacaleche-mamadera. Hasta que un día conocí a una pueri, y ella nos cambió la vida. No solo por enseñarnos una técnica, sino porque nos infló el pecho, nos dijo que estábamos haciendo las cosas bien (qué importante es que te lo digan), que íbamos por buen camino, que con unos pequeños ajustes todo iba a fluir y así fue.

Empecé dando la teta individualmente, hasta que cada uno aprendió a succionar y comer bien. Hasta que un día me animé y los puse a los dos: qué poderosa me sentí, qué sensación tan única.

Y así pasaron los días. Hoy acá estamos 3 meses después, haciendo malabares para lograr la lactancia. Doy la teta de a uno, a veces de a dos, me saco leche en la madrugada, damos fórmula, damos leche materna en mamaderas. Tratamos de hacer lo mejor para ellos, con mucho sacrificio. Todo desde la entrega y el amor, porque dar la teta no solo es un deseo sino también una decisión.