Veintitrés minutos con Ricardo Iorio
El líder de Almafuerte habló sobre música, política, religión, la fama y su repercusión en los medios. Todo eso con una sola pregunta.
Estaba parado en el centro del camarín, hablaba con sus asistentes; yo esperaba arriba, mudo, con el grabador y un papel con preguntas en la mano, lo veía apenas de costado.
- Vení bajá, no le preguntes boludeces, en serio, no seas boludo- me dijo el manager.
Bajé tan despacio. Ricardo Iorio se acercó y me dio la mano con firmeza. Me clavó la mirada, sonreía pero igual parecía enojado. Lo saludé, me presenté. Asintió con la cabeza y mientras daba unos pasos para atrás, sin dejar de mirarme directo a los ojos, me dijo:
- Venga compañero, por acá, póngase cómodo, usted va a conversar conmigo pero no va a grabar ni me va a sacar fotos, va a escribir de mí, va a escribir sobre lo que a usted le parezca esta conversación, así nos vamos conociendo.
Iorio me señalaba un sillón blanco. Guardé el grabador en la mochila, solamente me quedé con un papel y una birome. Atrás del sillón y en todas las paredes del camarín había fotos de personajes de la política y la cultura argentina, estaba Discépolo, Eva, Juan Domingo, Hugo del Carril y otros veinte que no llegué a ver. Iorio no me sacaba la mirada de encima, era una mirada increpante, por momentos vacía. Me miraba y movía apenas los labios. Cada tanto le daba un sorbo a un vaso que tenía sobre la mesa, era un vaso largo con una bebida dorada. Dos hielos. Intuí que era whisky, pero no quise preguntar. Le daba un trago y regresaba el vaso a la mesa. Miré la hora, de nervioso nomás, eran las ocho y treinta y cuatro de la noche, anoté el número, fue lo primero que anoté, desde el escenario llegaba la música de la primera banda soporte. Me senté. Él se quedó parado.
- Sabe lo que pasa compañero, están los pibitos estos del partido obrero fumando porro en la puerta de la universidad, estos pibitos comunistas, yo los veo fumando marihuana y se hacen los comunistas. ¿Usted sabe lo que hubiera hecho el che Guevara si los veía fumando marihuana en la puerta de la universidad? ¿De qué me vienen a hablar?
Iorio dijo todo eso con su vozarrón afónico. Terminó la frase, agarró el vaso y me miró otra vez. Me apretó fuerte el hombro con la mano derecha.
- Y le digo más. En un callejón de San Telmo, un pibito de La cámpora se está cogiendo a un nene de nueve años. Pero no lo está violando, le está dando amor. Ahí lo ve usted. Ahora hicieron un billete nuevo de cien pesos. Y en lugar de ponerlo al General la pusieron a Evita.
En ese momento entendí todo. Y yo que había criticado la entrevista que le hizo Beto Casella porque Iorio había hablado de lo que quiso, sin que nadie le preguntara nada. Qué iluso.
- ¿Qué quiere tomar? Por favor sírvase algo.
Uno de los asistentes apareció al instante al lado mío.
- Sí, Ricardo, ya le ofrecimos. ¿Qué querés tomar?
- Un agua, gracias- dije.
Iorio resopló y miró al techo indignado. El asistente abrió una heladera llena de bebidas, me acercó una botellita de agua y se quedó parado a tres metros. Escuchaba atento.
- Fíjese esto. ¿Usted conoce a Karina, la princesita?- me preguntó.
- Sí, sé quién es.
- Bueno. Imagínese que vamos a la guerra. Los soldados argentinos marchando en la frontera escuchando esa música hecha con un tarrito. Tatatá, tatatá.
Iorio canturreó y bailó irónicamente un ritmo de cumbia.
- Y el enemigo en la metralla, disparando sin pausa.
Iorio imitó el sonido de la ametralladora. La imitación fue perfecta, le temblaban las mejillas y movía el cuerpo como si de verdad estuviera disparando en el campo de batalla. Yo no sabía si reírme o tomarlo en serio.
- Esa mina no sirve para ir a la guerra. Por favor. ¿Por qué no me agarran este paquete que tengo acá?
Se agarró la entrepierna con la mano izquierda y frunció la boca. La derecha la apoyó en mi hombro. Iorio estaba vestido de negro: pantalón, remera, camisa, campera y zapatillas negras. Pelo cortado en cresta. Siempre igual.
- Nosotros no cantamos Oh sí nena, vamos para allá nena, oh sí. Nosotros no. No señor. Nosotros no.
La voz de Iorio se fue disolviendo en el aire mientras movía la cabeza de un lado a otro.
- Yo veo esas bandas que tocan el tarrito, son como quince arriba del escenario. ¿Sabe por qué son quince?
- ...
- Porque no tienen vergüenza. En nuestra banda son tres los que tocan. Tres.
El último tres lo pronunció con un grito ahogado. Y me mostró tres dedos.
- Después vienen esos Calle 13 a cantar que llueva café en el campo y no sé qué gilada. Por favor, en su país te dan un billete que dice In god we trust. Y la embajada de Puerto Rico les da seis millones de pesos para que anden tocando.
- ¿Sabe que habría que hacer con esos seis millones?
- ...
- Yo investigaría quién mató a Facundo Cabral. Porque Facundo Cabral no se murió, a Facundo Cabral lo mataron.
- ¿Escuchabas a Cabral?
- Por supuesto. Tiene grandes obras. Los psicólogos son médicos judíos que le tienen miedo a la sangre. Esas palabras se las escuché a un maestro como Cabral.
Mis preguntas no eran preguntas, eran un intento de hacer algo en ese monólogo impredecible. Había escrito un cuestionario guía antes de llegar a Gap, una de las preguntas estaba relacionada con su persona, justamente quería saber si jugaba un personaje cuando daba una nota. No hizo falta preguntarle nada. Un rato antes ya me lo habían advertido. El manager, antes de bajar al camarín, me había dicho:
- Mirá, a Ricardo hay que cuidarlo. ¿Vos sos casado?
- Casado no, pero estoy en pareja.
- Bien. ¿Tenés hijos?
- Fui papá hace dos semanas.
- ¡Bien! Porque si sos un pibe de treinta años soltero te manda de vuelta a tu casa. Con Ricardo es así. El otro día echó a todos los fotógrafos de un show. Les dijo que estaban ahí haciéndose los locos porque habían hecho un curso de cuatro meses y los echó a la mierda. Y había fotógrafos de toda la vida. Pero bueno, atento, porque con Ricardo es así la cosa.
En el camarín hacía frío.
- ¿Vos sos cristiano?- me preguntó.
- Sí- le mentí porque no me animé a contradecirlo.
- Bien. Porque muchas respuestas están en Jesús de Nazaret. Yo no creo en eso de la resurrección, ni en que multiplicó el vino y el pan, esas son todas estupideces. Jesús fue como un gran faro. Después vienen esos que dicen que después de la vida no hay nada. Eh, guacho, no hay nada después de la vida. Y pum, te matan y se escapan en una motito.
Alguien en ese momento le gritó su nombre, alguien que acababa de llegar y que, por lo visto, era de confianza. Era un hombre desgarbado, vestido con una campera de jean, tenía la cara trabajada por los años y parecía que los dientes se le iban a caer de la boca
- Pero miren quién llegó, después dicen que la falopa hace mal. Qué injusticia. Salud amigo- dijo Iorio sonriendo mientras levantaba su vaso. Escuchó la contestación y seguimos conversando. Conversando, claramente es, en este caso, una forma de decir.
- Mi sueño es tener un boliche como este lleno, con tres mil ladrillos de cocaína, y que después de muchos años me pregunten ¿Iorio, qué hiciste con el boliche? El boliche me lo tomé campeón.
Así dijo: me lo tomé campeón. Sin coma, usó la palabra campeón como un adverbio de modo. Y se rió con todo el cuerpo. A Iorio se le cierran los ojos cuando se ríe.
-¿Sabe usted qué pasaría si en este país prohibieran la cocaína? Ahí sí se arma una jodida de verdad. En la democracia es complicado, tenemos presidente, diputados, concejales, y cuando queremos saber cómo se repartieron la guita que se afanaron es imposible saber cuánta gente se llevó cuánto. Si esto fuera una tiranía habría un solo tirano para juzgar. El poder estaría concentrado, bueno, pero sería mucho más efectivo para hacer justicia contra los traidores.
La sonrisa se le desdibujó inmediatamente. Otra vez la mirada increpante.
- ¿Usted sabe qué es lo peor que me podría pasar?
- ...
- Que después de un concierto me vaya a encarar a una pibita de diecisiete años acá a la esquina. Yo ya tuve diecisiete años, ahora soy un hombre mayor, tengo panza. Yo estoy para otras cosas. ¿Usted cuántos años tiene?
- Treinta y dos.
- Yo estoy para agarrar a su señora madre. Yo ya fui un adolescente con el abdomen como una tabla de lavar.
Cuando Iorio se estiró en busca del vaso un asistente me hizo gestos de lejos, sin decirme nada me sugería que me fuera, entonces me puse de pie, con la intención de saludar y seguir camino. Iorio me miró desafiante.
- ¿Le están diciendo que se tiene que ir? Por favor, acá la estamos pasando bien. Siéntese, le voy a contar más cosas.
Volví a sentarme en el sillón y tomé un poco de agua. El asistente movió los hombros y frunció la pera con gesto de no entender nada. Yo tampoco entendía mucho, pero ponía cara de estar en sintonía con lo que estaba sucediendo.
- Yo vivo en el campo. Soy de tierra adentro, cada vez más adentro. Esta empresa, toda esta empresa, la monté yo con mis canciones. El problema es que ahora tengo mantener a todos estos vagos de mierda.
- ¿Qué hacés en el campo, Ricardo?
- Me hago la paja y me trago la leche. Eso hago. Yo vivo en el campo porque no me bancaría a un vecino escuchando cumbia todo el día. ¿Vos sabés que le dijo el ahijado de Hitler a Hitler antes de que se muera?
- ...
- La próxima mano dura, Adolfo- dijo y se echó a reír en silencio.
Iorio tiene la capacidad de decir cualquier barbaridad y ablandarla al instante, o al menos dejarla flotando en un espacio dudoso, entre la ironía y el desparpajo más violento que escuché en mi vida.
- ¿Usted sabe qué soy yo?
- ...
- Pregúnteme.
- ¿Qué sos vos?
- Yo soy el barro que se subleva.
Lo dijo con un tono de tormenta que me hizo endurecer la piel. No sé si fue miedo, pero fue algo bastante parecido. Cuando Iorio no me miraba fijo a los ojos, yo aprovechaba para anotar las cosas que me iba diciendo; las anotaba textuales, con esos códigos apurados, típicos de los periodistas, mucho más raros, por lejos, que los garabatos de médico.
- Estoy pensando en escribir una canción que se titule Levantándola en pala. ¿Sabés a qué pala me refiero no?
- ...
Iorio, sonriendo, se llevó la mano a la nariz varias veces.
- Sabrá usted que uno de mis errores fue usar mi nombre verdadero. Estuve embargado nueve años ¿Y sabe por qué? Porque cualquiera que me busca me encuentra en los padrones. ¿Usted se piensa que el Paz Martínez se llama Paz Martínez? Vamos, che. Yo uso el mismo nombre que usé en la escuela. Yo me acuerdo de todos mis compañeros de colegio.
- ¿A qué escuela fuiste?
- Fui a muchas. Me gustaban más las industriales, pero nunca me gustó mucho eso de las escuelas.
- ¿Terminaste?
- Sí, terminé primaria, secundaria y también tengo estudios terciarios. Pero lo mío es hacer esto que hago ahora, llevar mis canciones por el país. Yo puse todo en esto de componer y cantar con mi banda. Igual aunque no me gusten mucho las escuelas soy un tipo informado.
- ¿Cómo te informás?
- Leyendo a Krishnamurti, a los espiritistas. Y escuchando a los que saben. Ahora parece que están todos conectados pero hay gente que todavía no respeta a Pappo ni a Spinetta.
El asistente volvió a hacerme señas, cabeceó para un costado y cerró los dos ojos. Me puse de pie.
- ¿Ya se va? Es un gusto hablar con usted. El problema es que me pongo viejo y me pongo violento. ¿Sabe por qué soy viejo? Porque hace treinta años que no duermo. Pero quédese tranquilo, que la próxima vez vamos a hacer algo como lo que usted quería.
Iorio me abraza primero y después me da la mano.
Aproveché ese momento, los dos de pie, para hacerle una pregunta. La única.
- ¿Cómo te llevás con la fama, Ricardo? Ahora sos un artista famoso. Te conoce hasta la gente que no es del palo del metal.
- Me conocen porque di alguna entrevista en televisión, en el programa de Casella, por ejemplo. Y me escucharon diciendo verdades, como las que digo en mis canciones. Así que está bien.
Otra vez nos abrazamos. Le agradecí y salí de los camarines junto con tres asistentes.
- Muy bueno- me dijo uno, el que parecía más simpático. Hablaste de todo, hace rato que Ricardo no hablaba con un periodista.
Miré la hora. Las ocho y cincuenta y siete. Anoté ese número también
- Estuvo raro- dije.
- Ricardo es así todo el día.
Se acercó el manager.
- ¿Le dijiste que fuiste papá?
- No, casi no le dije nada.
- Qué lástima, porque Ricardo se hubiera puesto contento. En una de esas hasta te daba trescientos mangos para que le regales algo al nene. Ricardo es así.
Di las gracias, salí de Gap, pedí un taxi y volví a casa hablándole al grabador para capturar los detalles frescos.
Entre las notas y lo que fui dictando salió esta no-entrevista.
Iorio dijo conversación. Eso fue, una conversación, entre él y mi silencio.
O una anécdota extensa.
Todavía no lo sé.
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