Karma: el eterno retorno

22 de Mayo de 2016 11:23

Por Redacción 0223

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Por Alfredo Di Florio, especial para 0223

En 1687, el físico británico Sir Isaac Newton publicó su obra maestra “Principios matemáticos de la filosofía natural”. El trabajo, aún hoy considerado como uno de los hitos más importantes de la ciencia, enuncia tres reglas básicas del movimiento. La tercera ley de Newton, denominada también Principio de Acción y Reacción, establece que “con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria”. En otras palabras, por cada causa existe un efecto con la misma intensidad, pero en sentido opuesto.

Este concepto, increíblemente revolucionario para los científicos europeos, no era del todo nuevo para la época y tiene su origen, nada más y nada menos, que en la Biblia. Versículos del Antiguo Testamento como “ojo por ojo, diente por diente” (Éxodo 21:24) y del Nuevo Testamento como “todo lo que el hombre siembre, eso también segará” (Gálatas 6:7) se anticipan en varios siglos a las innovadoras ideas newtonianas.

Volviendo aún más atrás en el tiempo, descubrimos que la noción de acto y consecuencia en realidad nace en la ancestral cultura Védica, una milenaria tradición espiritual que se remonta a más de 3000 años antes de Cristo. Esta ley de acción y reacción es, de hecho, uno de los temas principales del Bhagavad Gita, un diálogo de 700 versos que representa la cima filosófica de esta antiquísima civilización.

En el contexto del Bhagavad Gita, el principio físico de causa y efecto se conoce como karma. El vocablo proviene del sánscrito, idioma raíz de todas las lenguas indoeuropeas (entre ellas, el castellano), y significa literalmente “aquello que yo hago”. Se refiere en especial a las actividades o el trabajo de una persona. Aunque en Occidente el término karma esta estigmatizado y por lo general asociado a toda clase de connotaciones negativas, en su origen Védico, el concepto es mucho más amplio.

Al igual que lo expuesto por Newton, karma es un axioma del mundo fenoménico. No sólo ordena al universo, sino que además establece el movimiento en el cosmos. Desde el aspecto analítico, es una condición de la naturaleza material, tan fáctica como la gravedad y el magnetismo.

Sin embargo, el enciclopédico saber Védico nos permite indagar aún más respecto al verdadero alcance ontológico del karma. En primer lugar debemos considerar la misma noción desde tres perspectivas bien distintas: vikarma, karma y akarma. 

Vikarma se refiere a toda actividad egoísta, desprovista de cualquier aval, que se realiza únicamente en aras de la satisfacción de los sentidos sin mediar ninguna consecuencia. Es aquella acción vinculada al sufrimiento, propio y/o ajeno, que coarta la libertad y quebranta toda posibilidad de auténtico bienestar. Desde la visión del judeocristianismo, vikarma puede entenderse como pecado y, en última instancia, como una significativa contravención al orden cósmico.

Karma, por otra parte, es la actividad regulada, con un impacto positivo, que se ejecuta en sintonía con una autoridad, y con la meta de desarrollar un estilo de vida beneficioso para el individuo y la sociedad. En el marco de la idiosincrasia occidental, podemos comprender karma como religiosidad ya que involucra el paulatino progreso de una persona a través de un sistema estipulado de protocolo y ceremonial.

Tanto vikarma como karma son leyes del mundo material y, de acuerdo con la cultura Védica, sólo tienen jurisdicción en este plano terrenal. En cierta forma, ambas ideas se encuentran en el ying y yang del taoísmo o en la noción maniqueísta de bien y mal. El vikarma aporta al padecimiento del universo y el karma contribuye a su abundancia.

Akarma, sin embargo, propone una tercera alternativa por completo independiente a lo tangible. Es la acción trascendental o la actividad espiritual que vincula a las personas directamente con Dios. Sin ningún tipo de consecuencia pragmática, el akarma (textualmente, “sin causa y efecto”) es la obra amorosa que se ejecuta por y para la satisfacción exclusiva del Ser Supremo. En términos prácticos se refiere al rezo, la meditación y la ofrenda que mantienen a la Divinidad como centro.

Sólo desde la plataforma del akarma puede una persona obtener una auténtica emancipación, realizar su infinito potencial y liberarse totalmente de las limitaciones de la materia. En semejante estado de plena conciencia, el individuo parecería estar inserto en situaciones mundanas, pero en realidad, su alma esta íntimamente ligada a Dios. Tal como lo explicó el propio Jesús, “no son el mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:16).

El Bhagavad Gita 4.18 dice: “Aquel que ve la inacción en la acción, y la acción en la inacción, es inteligente entre los hombres y se halla en la posición trascendental, aunque esté dedicado a toda clase de actividades”.

Quien actúa en conexión con Dios es autónomo a las ataduras del karma. La verdadera libertad es posible únicamente en ese estadio divino, cuando todo se hace en comunión con el Señor. Una persona inteligente actúa con amor genuino y, por lo tanto, no siente ansiedad por ningún resultado. Este es el máximo grado de akarma o de acción sin reacción.