El fracaso de una idea de progreso

Unos días atrás un colectivo que transportaba niños y niñas con destino a San Clemente del Tuyú volcó en la Ruta 2. Murieron dos niñas y varios más resultaron heridos. En los días que siguieron otros dos siniestros fueron noticia, esta vez en la Ruta 11. Podemos suponer que estos últimos eventos llegaron a la opinión pública por su espectacularidad, por ocurrir en la ruta, por la lupa que impone la tragedia. Sin embargo, aunque todo estos hechos parezcan extraordinarios en realidad no lo son.

Según estadísticas oficiales, en Argentina murieron en incidentes viales 5420 personas durante el año 2017. Si dividimos esa cifra por la cantidad de días que tiene el año el resultado es que hubo 15 víctimas fatales por día en las calles y rutas del país. La mayoría de ellas en el contexto urbano. Estos datos pueden refinarse señalando la tasa de mortalidad, que fue de 12,3 personas cada 100.000 habitantes, un valor un poco por debajo del que corresponde a la región de las Américas; o mencionando la tasa de fatalidad que fue de 2,3 personas cada 10.000 vehículos.

Digamos algo más: los siniestros viales son la principal causa de muerte alrededor del mundo para los jóvenes que tienen entre 15 y 29 años de edad. Argentina, por supuesto, no es una excepción. Antes de cerrar este párrafo, veamos algunos datos locales. En Mar del Plata, durante el año 2018 ocurrieron 1739 choques con consecuencias lesivas o fatales. Participaron en ellos 3644 personas, murieron 72, es decir, alrededor de 6 por mes. ¿Qué dicen estos números sobre nuestro sistema de transporte? ¿Por qué motivo algunas de estas muertes conmueven a las mayorías, mientras que otras solo se convierten en frías estadísticas y en inconsolable dolor privado?

Podemos decirlo más alto, pero no más claro: nuestro sistema vial es intrínsecamente inseguro. Las lesiones y muertes no son un resultado indeseado, como a veces se afirma, sino una consecuencia esperable. Todo choque es un hecho multicausado en el que interactúan las características del vehículo, las condiciones ambientales (infraestructura, cultura, normas de tránsito), y el comportamiento humano. Determinar la responsabilidad o los factores que actuaron en el momento de un siniestro suele ser un problema que interesa a la justicia, o a las compañías de seguros, pero llega siempre tarde. Es una reacción, antes que una acción. Las acciones anticipan aquello que quieren evitar, las reacciones intentan remediar el daño cuando ya se hizo presente.

Suele decirse que el 90% de los siniestros se debe al factor humano. Explicado de otro modo, aun suponiendo condiciones de seguridad absoluta en el vehículo y en la infraestructura (que raramente existen), las personas cometemos errores (voluntarios o involuntarios) que derivan en choques. Dado que son inevitables, debemos esforzarnos en reducir la gravedad de sus consecuencias. El sistema vial debe ser indulgente con los errores. Equivocarse no puede conducir a la muerte. Para ello deben realizarse cambios radicales.

A diferencia de lo que puede creerse, muchas de las intervenciones que funcionan ya los conocemos. Ninguna de ellas es suficiente si se realiza de manera aislada. Todas deben formar parte de una aproximación sistemática. Entre los cambios necesarios están reducir los límites de velocidad máxima para adecuarlos a la tolerancia del cuerpo humano, tanto en zonas residenciales como en rutas; calmar el tránsito por medio de modificaciones en infraestructura; segregar los vehículos por volumen, dirección y función; recuperar el tren como medio de transporte de carga y de pasajeros; favorecer formas de movilidad mixta con especial énfasis en la movilidad activa y el transporte público; y proteger a los usuarios vulnerables (peatones, ciclistas, motociclistas, niños, ancianos).

Al comienzo de la nota nos preguntábamos por qué algunas muertes nos conmueven y otras no. Responder esta pregunta es difícil ya que las razones de la sensibilidad social suelen ser opacas. Podemos suponer que motivos como la edad de las víctimas, las circunstancias, o los lugares donde ocurren, generan reacciones colectivas de dolor e indignación. Sin embargo, es necesario que la atención de la sociedad se dirija hacia los hechos que ocurren de manera silenciosa. Los siniestros viales y sus consecuencias no son siempre ni únicamente el resultado de los comportamientos aberrantes de algunos individuos. Son, sin dudarlo, el indicador del fracaso de una idea de progreso. Si no cambiamos seguiremos sumando muertes evitables.

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