100 días de internas e improvisación

Bolsonaro cumple 100 días en el poder en un contexto de caída de imagen, internas en su gobierno y con pocos logros para mostrar.

9 de Abril de 2019 17:20

Jair Bolsonaro cumple 100 días en el poder y lo primero que puede decirse es que su gobierno está atravesado por fuertes disputas internas. Liberales contra militares, evangelistas contra políticos tradicionales y el propio vicepresidente, Hamilton Mourao en una postura de diferenciación constante.  

Falta de acuerdos y gabinete dividido

Las diferencias en el gabinete generaron la salida de dos ministros en menos de 100 díasGustavo Bebbiano abandonó la Secretaría General de la Presidencia en medio de un escándalo de desvío de fondos para la campaña del partido de gobierno y amenazó con revelar datos que podrían complicar al propio presidente y Ricardo Vélez Rodríguez, desplazado de su puesto de ministro de educación sin explicar el motivo. El funcionario, filósofo y teólogo de origen colombiano representa al bloque evangelista en el gobierno y se vio envuelto en varias polémicas e incluso llegó a hablar de las tácticas del narcotraficante colombiano Pablo Escobar como ejemplo  de lo que debía hacerse para acabar con el narcotráfico en las escuelas. Su reemplazante, Abraham Weintraub, es seguidor de las teorías conspirativas anticomunista de Olavo de Carvalho y  no tiene experiencia en el cargo. Bolsonaro lo designó desafiando a los evangelistas y sin consultar a fuerzas aliadas.

Por otro lado, aparecen las tensiones respecto al rumbo económico que son cada vez más fuerte. Sin una base parlamentaria sólida y con una clara discordia entre el ministro de hacienda, Pablo Guedes y el ala militar del gobierno, el plan de privatizaciones, recortes y la reforma previsional se encuentran empantanadas y sin horizonte. Si bien el Ejército no profesa el nacionalismo de antaño, tampoco tolera el liberalismo extremo, esto impide el cumplimiento de las intenciones de Guedes.

No obstante, Bolsonaro ha obtenido algunas victorias desde su llegada como presidente el 1 de enero como  la flexibilización de las leyes sobre posesión de armas de fuego, cuestionada por el parlamento y agravada por la masacre en la escuela de San Pablo donde dos jóvenes ingresaron a los tiros, y la entrega en concesión de 12 aeropuertos como una prueba de la confianza de los inversores extranjeros.

Será difícil avanzar más sin contar con la hegemonía en el Parlamento en el cual, en la Cámara de Diputados, el Partido Social Liberal controla apenas 54 de los 513 escaños. En el Senado, a penas tiene 4, esto lo obliga a tejer alianzas, cosa que está costando más de la cuenta. Sin alianzas parlamentarias no hay gobierno y, en el mejor de los casos, no te destituyen.

El dilema venezolano y los interrogantes en la política exterior

El caso venezolano es otro de los puntos en el que Bolsonaro y su equipo no coinciden. El presidente, alineado con la Casa Blanca, no descarta una intervención militar para derrocar a Nicolás Maduro y aseguró que “estaban buscando fisuras internas en las Fuerzas Armadas Bolivarinas”. Por su parte, su vicepresidente Hamilton Mourao, dijo en plena tension en la frontera con Cucuta (con Colombia) y en Rohaima (frontera con Brasil) que no estaba de acuerdo con ningún tipo de “aventura belicista”.

Quienes conocen la interna indican que las Fuerzas Armadas de Brasil tienen vínculos con sus pares venezolanos y por eso el ejército funciona como dique de contención.

Los ejes de la política exterior brasilera son difusos. La condena a Venezuela y el alineamiento automático con Donald Trump, la nula proridad al Mercosur y a la relación con Argentina, el vínculo estrecho con Chile y la excelente relación con Israel parecen ser los cimientos. En el caso de Israel se produjo un hecho paradójico cuando luego de la visita de cuatro diás de Benjamín Netanhayu a Brasil antes de la asunción presidencial y en plena licencia médica de Bolsonaro, Mourao se reunión con el embajador de Palestina para prometerle con Brasil no iba a trasladar su embajada en Israel a Jerusalén. Bolsonaro contradijo a su vice, volvió a confirmar la mudanza y viajó a Israel para reunirse con el primer ministro. La embajada sigue sin ser trasladada y no hay certeza de que eso suceda.

En este marco, os preguntas sobrevuelan la política exterior brasilera. ¿Cómo va a mantener el virtuoso intercambio comercial con China haciendo seguidismo a Estados Unidos? ¿Qué pasará con el mercado de carne que Brasil tiene con los países árabes si terminan trasladando la embajada de Tel Aviv a Jerusalén?  Solo Bolsonaro lo sabe.

Caída de la imagen

El pueblo brasilero que eligió a Bolsonaro tenía la expectativa puesta en dos elementos centrales que el gobierno no pudo resolver en estos 100 días: corrupción y seguridad.

Ambos fueron claves para la victoria en las urnas dado que los partidos tradicionales en general y el PT en particular, estuvieron atravesados por casos graves de corrupción. Al punto fue, al menos para la tribuna, su compromiso con el combate a la corrupción que el juez del Lava Jato, Sergio Moro, fue nombrado como ministro de justicia y seguridad.

El juez que metió en la cárcel al propio Lula Da Silva en un proceso muy cuestionado, buscó condensar el grueso de las demandas electorales pero hizo solo presentó una propuesta de ley para combatir el crimen organizado.

 En menos de 100 días un funcionario tuvo que dejar el cargo por desvío de fondos ilegales y  el Ministerio Público y el Consejo de Control de Actividades Financieras (COAF) inició una investigación de las huellas de sospechosos depósitos del mayor de los Bolsonaro, Flávio, y de uno de los asesores parlamentarios de este, Fabrício Queiroz. Según las autoridades reguladoras Flavio, quien también es senador, recibió 48 pagos sospechosos por un total de aproximadamente 25.000 dólares en un solo mes de parte de su ex conductor Fabricio Queiroz, quien también realizó un pago a la primera dama Michelle Bolsonaro de aproximadamente 5.500 dólares.

La encuesta Datafolha, de las más serias en Brasil, arrojó datos preocupantes para el gobierno en una encuesta realizada a 2086 personas entre el 2 y el 3 de abril. El índice de aprobación de Bolsonaro se ha reducido a 32%, el más bajo para cualquier presidente en su primer mandato en Brasil, aunque todavía muy por encima del índice de aprobación de un solo dígito que su antecesor, Michel Temer, tenía al final de su gestión.

Por otro lado, la encuesta de opinión de  Atlas Político sostiene que el 30.5 por ciento de los ciudadanos considera la gestión del mandatario como “óptima o buena”. Mientras que en febrero esa cifra era de 38.7 por ciento, según el sondeo realizado del 1 al 3 de abril en el país sudamericano. Además, 31.2 por ciento  de los ciudadanos cree que su gestión es “mala” o “pésima”. Por encima del 22.5 por ciento que pensaba eso hace dos meses.

Brasil mantiene una tasa de desempleo de 12,4%, de acuerdo con el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IGBE), y el desaliento llegó a un nivel récord: unas 4,9 millones de personas desocupadas dejaron de buscar trabajo desanimadas por no haberlo encontrado

Realidad mata retórica

Bolsonaro hizo un culto de su retórica violenta durante sus casi 30 años como diputado exprimiendo al máximo ese perfil durante la campaña electoral y el creciente escepticismo de la población con el sistema político.

En el poder aparecen complicaciones, Bolsonaro insiste en seguir el manual de estilo de su filosfo predilecto de exterma derecha que esta convencido en que todos los males son responsabilidad de la izquierda. Llegó a decir que "el nazismo era de izquierda" con tal de sostener lo insostenible.

La realidad es que en la medida que Bolsonaro se aferra a su fundamentalismo ideologico y religioso, se aleja de la posibilidad de gobernar con tranquilidad. Brasil es más complejo y no es posible conducir los destinos de la nación más importante de Suramérica solo con bravuconadas.