Desengrietar la política exterior

¿Cuál será la política exterior del próximo gobierno? 

28 de Mayo de 2019 17:53

Argentina necesita una política exterior sostenible en el tiempo. Para eso es necesario abandonar los bandazos y discutir las prioridades para insertarnos en un mundo complejo, hostil y, por sobre todas las cosas, incierto. 

En épocas en donde se intenta desengrietar la política doméstica, urge dejar los lugares comunes y debatir integralmente que queremos hacer en el plano internacional. Para tal fin, es clave abandonar la anulación de los logros del otro para construir los puentes que nos permitan diseñar relaciones exteriores inteligentes desde tres perspectivas: soberanía, integración y comercio. Cómo nos paramos ante los problemas y conflictos internacionales y regionales, de qué manera pensamos una articulación flexible pero virtuosa y que vendemos y a dónde. 

De esta manera, para comenzar a pensar lo que debemos hacer debemos dejar en claro lo que no tenemos que volver a realizar o, en tal caso, continuar haciendo. 

El gobierno de Mauricio Macri recuperó la relación con las potencias centrales de las que el kirchnerismo se había alejado. Durante su primer año de gestión, el gobierno nacional tuvo visitas relevantes y de alto nivel como Barack Obama, Matteo Renzi y Francois Hollande, entre otros, y en 2018 fue un destacado y virtuoso anfitrión de la Cumbre del G20. Esto puso a la Argentina en un lugar de referencia que merece ser reconocido.

El problema del acercamiento con este sector del mundo fue descansar en inversiones a las que se les subordinó el crecimiento económico que nunca llegaron por el hecho que los actores globales cambiaron de proyecto, reglas y, ante ese viraje de un contexto global multilateral a uno proteccionista unilateral, el gobierno no tuvo respuesta. Además, descuidar la relación con China durante el primer tramo hizo que la necesidad de financiamiento lo lleve a firmar un acuerdo con el FMI y retornar a los mercados de oriente con el gigante asiático incluido. 

Por el contrario, el gobierno anterior priorizó desde las épocas de Nestor Kirchner la relación con China acudiendo a la mas alta asociación estratégica integral en 2014. Esto sucedió al unísono del alejamiento de otros mercados incluyendo una confluencia que podría haber sido necesario entre Mercosur y la Alianza del Pacifico.

“Un buen presidente debe comprender el proceso histórico y los vientos del mundo”, dijo Carlos Pagni hace poco en una entrevista para un podcast en La Nación. Con este lema podemos señalar que la decisión de Kirchner de apostar a la integración regional como parte del agotamiento del modelo neoliberal y jugar el juego multilateral acercandose a China pero sin romper con Occidente fue correcta. 

De la misma forma, la apuesta de Mauricio Macri de apostar al globalismo sin pensar en la posibilidad de un cambio de escenario fue, al menos, de una ingenuidad que expuso la ausencia de un plan de contingencias. La decisión de congelar el Mercosur con el factor venezolano como excusa hizo perder la oportunidad de reforzar un polo regional en un escenario de bloques. 

El Mercosur del periodo progresista tuvo el eje Argentina-Brasil como motor, es decir, cuando la relación avanzaba el bloque se posicionaba, cuando había discrepancias se estancaba. Esto hizo que el resto de los integrantes (Uruguay y Paraguay) consideraran al Mercosur como demasiado burocrático y restrictivo para economías que depende en gran parte de la importación. En cierto punto, Brasil y Argentina no comieron ni dejaron comer.

Esta realidad fue un pretexto para que el cambio de orientación de los gobierno terminaran de parir este Mercosur que no existe. No es ni proteccionista ni liberal. Esto nos pone en el juego unilateral de Estados Unidos tanto en el plano comercial como en el político, imponiendo condiciones, por ejemplo, en la crisis venezolana o en la relacion que esta parte del continente tiene que tener con China.  Lo de la Casa Blanca es bastante elemental, ya que, como toda potencia pretende fragmentar para hegemonizar e imponer. Lo hizo siempre y lo seguirá haciendo. 

Otro debate ha sido sobre el rol de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) que fue acusada de tener un sesgo izquierdista. Si bien es cierto que estructura nación en los albores de la hegemonía progresista, es injusto negar que fue efectiva como espacio de resolución de conflictos, en todo caso el problema de Unasur fue quedarse a medio camino. ¿Acaso no el Grupo de Lima o el Prosur no tienen un sesgo ideológico también? El problema es que las estructuras cambian en función de correlación de fuerzas coyunturales y, que no tengamos un espacio que independientemente de la corriente ideológica que administre, sirva para debatir, consensuar y resolver problemas que nos involucran a millones de latinoamericanos es verdadero problema.

Desngrietar la política exterior es abandonar dogmas que no se necesitan en un panorama global en el cual el pragmatismo mueve piezas que junta sectores que no tiene coherencia en un programa ideológico. Sin entrar en comparaciones, la Unión Europea, que hoy enfrenta problemas realmente que ponen en vilo su existencia, dio cátedra en la importancia de la integración posicionado a Europa como bloque. ¿Acaso alguien piensa que Alemania o Francia pueden ser relevantes en soledad?

¿Es posible pensar una forma de relación comercial que acompañe un modelo desarrollo que genere crecimiento e inversiones? ¿Estamos a la altura de construir un espacio autónomo en el que podamos abordar problemas graves como la crisis en Venezuela o la violencia política en Colombia? ¿Porqué no pararnos con autonomía e inteligencia frente a la guerra comercial entre China y Estados Unidos?

Son preguntas para pensar la política exterior de la etapa que se viene que requiere de menos épica y más pragmatismo para no empezar de cero cada vez que el timón cambia de manos.