La realidad del conventillo que se incendió hace más de dos años y que sigue "olvidado" por el Municipio

Son 27 familias las que todavía viven en el complejo del barrio Don Bosco. Y sus necesidades son tan urgentes como las que había en las horas siguientes a la noche enardecida del 7 de marzo de 2017.

29 de Julio de 2019 08:12

Dicen sentirse olvidados. Pero más contundente que su palabra es, a simple vista, el testimonio de las paredes que siguen desnudas e improvisadas, de las casas que todavía sueñan con una reconstrucción incierta, y de las cloacas que permanecen tan tapadas como las necesidades de las personas que viven en este lugar. 

Increíblemente, la postal que entrega el conventillo de Chile y Bolívar es idéntica a la que entregaba hace dos años y medio, a pocas horas de sufrir el paso de un fuego que no tuvo piedad y que devoró todo lo que se propuso con el avance de sus llamas. Hoy, las secuelas del siniestro parecen inmutables al paso del tiempo y evocan el incendio con la misma viveza, como si aquella noche del 7 de marzo de 2017 hubiese sido ayer.

 

"La verdad que no cambió nada. Todo sigue igual acá. Las únicas personas que se recuperaron son las que seguimos viviendo en el conventillo. Hay mucha gente que vive en la misma situación", asegura a 0223 Karina, que vive con sus cuatro hijos, su nuera y su nieta; el incendio la obligó a mudarse a la parte de adelante del conventillo y dejar el espacio que tenía en uno de los pasillos.

Son alrededor de 27 familias las que viven en el conventillo del barrio Don Bosco. Algunas, las que tuvieron la posibilidad o se vieron más obligadas por la extrema situación edilicia, se fueron a vivir a otros lugares pero la gran mayoría eligió reubicarse dentro del mismo complejo habitacional y luchar por un futuro allí.

En distintos sectores del conventillo, se puede divisar el paso confundido de distintos cables, los techos de chapa, restos de escombro, materiales de construcción, pilares de basura de todo tipo, y paredes inconclusas y vulnerables, ante todo, al frío que no cede en el invierno marplatense.

No se ofrecen tampoco muchas opciones en este sentido: poner una estufa eléctrica es impensado para las familias por el costo y por el mal estado en el que se encuentran las instalaciones del lugar. "No somos extraterrestres, somos personas y estamos bastante olvidados. Trabajamos, estudiamos; no somos de otro planeta, estamos acá y necesitamos ayuda", insiste Karina.

Sin embargo, pese a todo, la principal preocupación de las familias se reduce a una única cosa: el estado de las cloacas. Aseguran que están al límite de su capacidad, que se desbordan de manera frecuente, y las señalan como responsables de procesos infecciosos que sufren los chicos que habitan en el lugar.

"Las cloacas están pésimas y nadie nos da una mano. El agua se contamina y siempre tenemos enfermedades con los nenes. No tenemos ninguna ayuda de Obras Sanitarias porque ellos destapan la primera cámara pero tenemos más de una y a las demás no llegan. No se hacen cargo, y encima nos chantajean porque nos piden plata para arreglar. Cuando llueve, se rebalsa todo acá", afirma.

Y en la misma sintonía se manifiesta Soledad, que vive con su hermana, su sobrina y su hija, y que todavía no pudo hacer las reparaciones que pretendía en la casa tras el incendio porque "no dan los presupuestos". "Entre los vecinos nos ayudamos siempre, nada más", resalta.

En particular, la vecina del conventillo elige hacer foco en la crítica al Estado que sólo mostró su cara más ausente en todo este tiempo. "Muchos prometieron que nos iban a ayudar. El intendente nunca apareció. Y hubo políticos que aparecieron algunos días después del incendio para prometer cosas pero después desaparecieron", señala. 

Mónica Beatriz, por su parte, puede mostrar una cara más positiva: gracias a la ayuda de su esposo y de sus tres hijos pudo volver a construir otra vivienda dentro del conventillo. "No tengo agua adentro pero estamos bien", cuenta.

"Sé que muchos vecinos no han podido hacer sus casas. Mi hija pudo construir también acá pero con mucho esfuerzo. Pero mi hijo vive adelante, tiene dos nenitas, y todavía no pudo; está viviendo en una piecita al fondo. La verdad que la situación es tremenda", puntualiza.

Al igual que los otros testimonios, la vecina coincide en la falta de ayuda del Estado y hasta asegura que le fue negada la posibilidad de cualquier asistencia: "Fui al Unzué y me dijeron que no me podían dar nada porque este lugar estaba tomado. Nunca recibí nada".

 

Las tierras que sólo fueron promesas

Luciana también recuerda la presencia de algunos funcionarios en el conventillo y las promesas que surgieron a las pocas horas del incendio voraz. Ella está a cargo del merendero, que se sostiene con el aporte que hace el Movimiento Peronista de Base.

La joven, que vive desde hace una década en el lugar junto a sus hijos y su hermana, destaca que Vilma Baragiola, cuando entonces estaba al frente de la Secretaría de Desarrollo Social, fue la "primera" en acercarse en busca de dar una solución frente al adverso escenario.

Una de las soluciones más trascendentes consistía en reubicar a las familias en 16 tierras fiscales distribuidas en diferentes barrios del oeste, el sur y el norte de la ciudad, donde se construirían módulos habitacionales. Los plazos para materializar la iniciativa nunca resultaron claros. Y, a la fecha, las familias siguen esperando.

Ahora, Luciana no evita el cuestionamiento a las actuales autoridades de Desarrollo Social por la falta de respuestas a distintas gestiones. "Patricia Leniz (NdeR: titular de la cartera) directamente ni te entiende: sos un cero a la izquierda para ella. Hemos ido y nunca nos atendió. No hay respuesta alguna", asegura.

Después de lo que fue la marca que dejó el siniestro, la responsable del merendero reconoce una situación "decadente" en el conventillo. "Sigue todo igual. La verdad que estamos cada vez peor", señala, y agrega: "La situación no está como para irse; no se puede ni alquilar. Muchas veces la gente no tiene para comer y menos para un alquiler. Hay vecinos que solamente tienen este pedacito de casa".

Luciana, además, advierte un contexto de necesidades en alza: dice que aproximadamente 20 chicos concurren al espacio solidario que está en el complejo pero asegura que "ahora vienen chicos de otros lugares que piden tomar la merienda". "Vemos que la necesidad es cada vez más grande. A veces llegamos a tener como 30 chicos", ejemplifica.

 

El desalojo, una alarma de pasado

Otra de las preocupaciones que mantuvo en vilo durante mucho tiempo a las familias que habitan el conventillo fue la inminente posibilidad de un desalojo, tras ser solicitada la medida por los titulares de los dominios del predio que está en Chile al 2000.

Se vivieron días, semanas, meses, con profunda angustia e incertidumbre: de haberse accedido a un desalojo, y sin respaldo alguno del Gobierno, el destino de cientos de personas no encontraba otra salida más que la calle. Pero hubo una novedad judicial positiva al menos.

A través del Movimiento Peronista de Base, se gestionó la posibilidad de que Carina Ponce, abogada de la Defensoría de Pueblo de la Provincia de Buenos Aires, tomara intervención para colaborar con una resolución que beneficie a las familias y así ocurrió.

"Ella nos ayudó y se hizo cargo de las 27 familias. No nos pidió ni un peso porque sabía la situación en la que nos encontramos y pudo parar el desalojo por cuatro años", resalta Luciana, quien también forma parte de la organización social.

En este marco, la responsable del merendero también se muestra abierta a recibir cualquier donación de la comunidad. Si bien reconoce que se envían leches desde Desarrollo Social al mismo tiempo aclara que la ayuda "no es constante". "Acá se gestiona todo para el día a día desde el movimiento al que pertenecemos", remarca.

"Tratamos de no pedir porque duele que nos juzguen tanto. Cada vez que salimos con algo, la gente enseguida dice que somos una porquería. Y la verdad que esas palabras duelen, sabiendo lo que nosotros pasamos para vivir acá y para que nuestros hijos estén bien. Pero siempre vienen bien las donaciones de alimentos, de frazadas o lo que sea. Por suerte, siempre hay gente muy buena que se acerca y comparte algo", concluye.

 

 

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