“Ser mamá me ayudó a terminar de amigarme con mi enfermedad”

Vanesa Potes (40) tiene la enfermedad de Wilson, una patología poco frecuente que le afectó al cerebro. A casi dos décadas de su diagnóstico, llegó Luana, su primera hija, y empezó a ver el mundo con otros ojos. “Siento que la maternidad es una manera más de trascender”, dice.

A Vanesa (40) la maternidad la volvió una mujer menos estructurada, más intuitiva y generosa con ella misma.

18 de Octubre de 2020 08:11

Los primeros síntomas le aparecieron a los 19: edemas en las manos y tobillos, hinchazón de la lengua, hepatitis, dificultad para concentrarse, ver, deglutir y hablar. Sin embargo, Vanesa Potes (40) pasó los siguientes dos años sin saber qué le pasaba a su cuerpo. El diagnóstico llegó el 12 de febrero de 2002, el día que cumplía 22 años, cuando los médicos le dieron, por fin, un nombre a ese conjunto de síntomas: enfermedad de Wilson

La enfermedad de Wilson es un trastorno hereditario poco frecuente -se calcula que hay 25 casos cada un millón de personas- que consiste en el exceso de acumulación de cobre en órganos vitales como el hígado, riñones, cerebro y córneas. Si bien el organismo necesita de ese metal y el hígado libera el excedente en la bilis, el almacenamiento de cobre en niveles altos es tóxico y puede llegar a provocar la muerte. 

“Estuve muy enojada”, dice Vanesa hoy, 18 años más tarde. “Es un shock muy fuerte porque cuando se enferma uno también se enferma todo el entorno”, sostiene. Sin embargo, con el tiempo, pudo aceptar su nueva realidad. “Empecé a dejar de castigarme tanto y a comprender de a poco que ahora mi vida era así”, cuenta.

La idea de convertirse en madre siempre dio vueltas en la cabeza de Vanesa: planeaba serlo antes de los 35. “Pero cuando cumplí esa edad me seguía planteando si podría ser mamá, tenía mucha incertidumbre, mucho miedo”, recuerda. Entonces, siempre con el acompañamiento de Eduardo, su pareja, decidió consultar a distintos profesionales y se realizó diferentes estudios médicos para conocer cuáles eran los riesgos. El 24 de octubre de 2017 las dos rayitas de un test de embarazo la tomaron por sorpresa. Vanesa tenía 37 años y había dado el primer paso para cumplir su sueño. 

Vanesa, Eduardo y la pequeña Luana.

“Tuve un embarazo feliz, normal, aunque siempre todo muy controlado”, dice. El día que se internó por el nacimiento de su hija, le detectaron hipertensión. Lejos de asustarse, pidió lapicera y papel y le escribió un poema a Luana, la beba que apenas unas horas más tarde iba tener en sus brazos. “Cuando la vi por primera vez fue algo maravilloso; me di cuenta de que iba a ser capaz de superar mis propias dificultades para verla crecer”, rememora. 

A Vanesa no la salvó la maternidad, se salvó ella sola. Pero ser madre la volvió una mujer menos estructurada, más intuitiva y generosa con ella misma. “Pude terminar de amigarme con mi enfermedad. La discapacidad deja marcas pero yo siento que esta es una manera más de trascender”, define. 

Luana hoy tiene dos años y juega en todos los ambientes de la casa mientras Vanesa trata de cumplir con su trabajo home office (es empleada de la Dirección de Políticas para personas con discapacidad de la municipalidad de General Pueyrredon) y atiende las demandas de la nena. “Ellos son nuestros pequeños maestros y nosotros somos sus grandes guías. Puedo cometer miles de errores pero cuando le veo los ojitos, sé que voy a hacer lo que sea para seguir viéndola crecer”, asegura.