A tres años de la tragedia del ARA San Juan, el recuerdo de las esposas de los submarinistas

Para muchas, la vida se detuvo por completo y hay quienes aún continúan esperando que regresen. Otras siguieron adelante, pero asumieron una lucha personal: que las futuras generaciones recuerden a los marinos como héroes de la patria. 

A pesar de que el viento rompió varias, los familiares de los submarinistas se ocupan de que no falten las banderas en el alambrado de la Base Naval Mar del Plata.

15 de Noviembre de 2020 08:04

A tres años de la implosión del submarino ARA San Juan, la mayor tragedia marítima del país en tiempos de paz que conmocionó al mundo entero, el dolor por la pérdida de los 44 tripulantes y el reclamo porque se investigue qué fue lo que ocurrió ese fatídico 15 de noviembre de 2017 se mantienen tan vigentes como el primer día. Para muchas de las esposas de los submarinistas, la vida se detuvo por completo. Incluso, hay quienes aún continúan esperando que regresen. Otras siguieron adelante, pero asumieron una lucha personal: que las próximas generaciones recuerden a los marinos como héroes de la patria. 

Para el suboficial mayor Alberto Cipriano Sánchez (46), ese iba a ser el último viaje de su carrera ya que había cumplido con la cantidad de millas navegadas. Antes había pasado por los submarinos ARA Salta y ARA San Luis, la Fragata Libertad y el rompehielos Almirante Irizar. A la vuelta, le esperaba un nuevo destino: la Fuerza del Comando Submarinos de la Base Naval Mar del Plata. “Tenía una foja excelente”, asegura Marcela Fernández, la mujer que lo acompañó durante veintitrés años y se convirtió en la madre de sus dos hijos, Julián (16) y Juani (10).

Marcela y su papá, a la espera de novedades sobre la búsqueda del ARA San Juan.

“Fue un horror lo que pasó, todavía no me entra en la cabeza. Cada vez que se acerca la fecha, lo poco que pudimos hacer para salir de la depresión se vuelve para atrás”, dice. A pesar de que vio las imágenes de los restos de la nave en el fondo del mar, Marcela sigue sin entender que el submarino y su tripulación se encuentran en ese lugar, en el fondo del mar. “Yo lo sigo esperando, todavía no me sale decir que soy viuda o que él está muerto”, explica. El hecho de no tener un lugar donde llevarle al menos unas flores, hace que el duelo sea más difícil.

Alberto era un fanático de los autos, la fotografía y los viajes, sobre todo, a los destinos de nieve. En su tiempo libre se dedicaba a arreglar celulares y compresores. Sin embargo, su gran pasión siempre fueron los submarinos. “Tenía una gran vocación, amaba lo que hacía; era muy inteligente, era un hombre justo”, asegura Marcela, a quien todavía le parece verlo con el overol engrasado que solía vestir a bordo de la nave.

El día anterior a que el ARA San Juan saliera de la Base con destino a Ushuaia, Marcela acompañó a Alberto a dejar todas sus cosas en la taquilla, tal como lo hacía cada vez que se iba a navegar y, dice, la atravesó una sensación rara. La despedida también se hizo más larga de lo habitual para un hombre de mar, acostumbrado a estar mucho tiempo alejado de su familia. “Ese día me fui llorando al trabajo, con mucha angustia. Él ya se había ido mil veces y una estaba acostumbrada, pero fue como si hubiera estado presintiendo que algo malo iba a pasar”, se acuerda Marcela.

El 8 de noviembre de 2017, un rato antes de que el submarino zarpara de Ushuaia con destino a Mar del Plata, Sánchez grabó un video para su familia. Con el paisaje fueguino de fondo, Alberto saludó a sus hijos y a su esposa. “Los quiero y los amo mucho, en unos días nos volvemos a ver, si Dios quiere”, se lo escucha decir. Marcela se animó a mostrarlo recién ahora, luego de que sus hijos le pidieran que dejara que todos vieran cómo era su papá. Es uno de los pocos recuerdos que les queda de Alberto: se llevó consigo la computadora familiar, en donde quedó almacenada la mayoría de las fotos que se habían sacado juntos.

Sobre el alambrado de la Base Naval sobreviven unas pocas banderas que recuerdan a los submarinistas y Marcela es la responsable de que eso suceda. Una gran parte se fue rompiendo por el viento y las llevaron al Museo de la Fuerza de Submarinos, pero ella se ocupa de reponerlas. “Siempre trato de que estén, es una forma de mantenerlos presentes”, dice.

Viajar con su familia, otra de las grandes pasiones de Sánchez.

El suboficial primero Ricardo Gabriel Alfaro Rodríguez (38) también tenía previsto embarcarse por última vez a bordo del ARA San Juan. Se había recibido de submarinista en 2009 y desde entonces no había parado de navegar. Pasó por el ARA Salta, la Fuerza de Comando de Submarinos y hasta viajó a la Antártida. En 2016 le entregaron un reconocimiento por las millas hechas. Andrea Mereles (39), su esposa durante diez años, recuerda de punta a punta y con detalles la carrera de Alfaro y hoy, tres años después de la fatalidad, sigue soñando con el reencuentro. “Fueron años muy difíciles”, reconoce.

Nacido en San Juan y papá de Camila (19) y Tiziano (10), Alfaro era amante de los autos, ir de camping y un gran devoto de la Difunta Correa. Tenía dos sueños: comprarse una casa y una camioneta. Aunque amaba su trabajo, Andrea revela que en el último tiempo deseaba no seguir navegando. Incluso, había confesado en su casa que en la navegación de julio de ese mismo año habían tenido siete alertas por distintos desperfectos en la nave, incluidos un corte de luz y un principio de incendio. Por eso, antes de irse, le advirtió a Andrea que si pasaba algo, “no le perdonara nada nada a los de la Armada”. Como si supiera del fatal desenlace, en los días previos también le había cambiado el humor: estaba nervioso, fumaba mucho.

Ricardo Gabriel Alfaro Rodríguez junto a Andrea y sus hijos, Camila y Tiziano.

El 25 de octubre de 2017, el submarino zarpó por última vez de Mar del Plata. Temprano, a las 5.30, Alfaro que viajaba en remís hacia la Base, le pidió al conductor que lo llevara de regreso a su casa. “Se bajó del auto y entró a casa a decirnos que nos amaba mucho y se volvió a ir”, dice Andrea, quien cree que estaba triste como pocas veces lo había visto. “Era una buena persona, amaba a su familia. Él decía que tenía que irse porque la patria lo necesitaba, aunque también sabía que a veces la patria le daba la espalda”, relata.

Al igual que Marcela Fernández y otras tantas mujeres, Andrea durmió durante una semana en la Base Naval, durante los siguientes cinco meses fue a diario hasta allí a reclamar precisiones sobre lo que había sucedido y hasta acampó en Plaza de Mayo para pedir explicaciones al gobierno. “Quiero respuestas para decirle a mi hijo qué pasó con su papá”, remarca.

Anabela Aguirre (33) era la esposa del cabo principal de Inteligencia Enrique Damián Castillo (35), oriundo de Lomas de Zamora y el único tripulante que no era submarinista de carrera. Le habían avisado que debía embarcarse en el ARA San Juan 48 horas antes de zarpar y la noche anterior estaba un tanto nervioso, no sólo porque era la primera vez que iba a subirse a un submarino, sino porque tampoco conocía el motivo de su embarque. 

Enrique Damián Castillo, Anabela y la pequeña Lucía. Fue la última foto que se tomaron juntos.

Cuando se despidieron, por alguna extraña razón, ella presintió que él no iba a volver. Por eso, a diferencia de la mayoría de las esposas de los tripulantes, cuando se confirmó que se desconocía la ubicación de la nave, Anabela no tuvo ninguna esperanza de que Castillo regresara con vida. “Yo sabía que no volvía, fui una de las primeras que lo dije”, recuerda la mujer que decidió no ir a la Base Naval a la espera de novedades sobre los rastrillajes en el mar y, en cambio, se dedicó de lleno a cuidar a Lucía, su hija que en ese momento tenía apenas trece meses.

Anabela y Enrique estuvieron juntos durante cinco años y hablaron por última vez el 8 de noviembre del 2017. Ahí él le dijo que estaría de vuelta para el 27 de noviembre, el día de cumpleaños de ella. Poco después de la tragedia, Anabela y su hijita se mudaron a La Pampa, en donde ella tiene a su familia. A pesar de que era muy chiquita cuando lo perdió, Lucía (4) suele preguntar por su papá. “Le digo la verdad: que está en el cielo, en la luna”, cuenta Anabela, que se dedica al diseño gráfico y fue una de las impulsoras del pedido porque se declare al 15 de noviembre feriado nacional en recuerdo de la tripulación del ARA San Juan. “Quiero que mi hija y las siguientes generaciones sepan que los 44 fueron héroes de la patria”, define por último.