Quedó ciego a los 4 años, fue campeón de surf y ahora es coach: la increíble historia de Pablo Martínez

Perdió la vista en cuestión de días a causa de una neuritis óptica bilateral. Lector voraz de filosofía y poesía, y a la espera de que se retomen las competencias, el deportista marplatense encontró una nueva pasión: el coaching personal.

El surfista de 31 años fue campeón sudamericano en dos oportunidades. Fotos: Romina Elvira.

18 de Julio de 2021 15:02

Todavía no había cumplido los 5 años cuando Pablo Martínez se quedó ciego. Para colmo, fue de una semana para la otra: perdía la visión por momentos hasta que un día no vio más. Asustados, sus padres consultaron a cuanto médico pudieron. Hasta que llegaron al Garrahan, en donde le diagnosticaron neuritis óptica bilateral, una afección que daña el nervio óptico y es irreversible. Hoy, a los 31, Pablo dice que se enojó mucho: ”Me gustaba correr y jugar como cualquier chico pero de pronto tuve que empezar a tener una postura de adulto, además de convivir con la preocupación que había alrededor mío”, cuenta. Las pocas imágenes que quedaron en su memoria son las de las tapas de la revista El Gráfico que había empezado a leer de forma precoz, gracias a la ayuda de sus hermanas mayores. 

Si bien siempre fue apasionado del deporte -fútbol, carreras de autos, boxeo, natación y vóley, le interesan de igual manera-, recién poco más dos décadas más tarde Pablo se iba a enfocar de lleno en uno de ellos, y lo iba a hacer a lo grande. Fue en 2016 cuando se acercó al mundo del surf adaptado, la disciplina en la que se consagró campeón sudamericano en dos oportunidades

El primer acercamiento de Pablo, que tenía entonces 26 años, a ese ámbito fue casi por casualidad: una entrenadora del gimnasio al que iba lo invitó a una jornada de profesionales de la salud que se realizaba en Miramar para explicar cómo ayudar a una persona con discapacidad en el mar. La actividad consistía primero en una explicación teórica sobre cómo se debía asistir a una persona discapacitada en el mar; y después, venía la parte práctica, que contemplaba el reconocimiento de la tabla y los movimientos iniciales del surf. Pablo llegó tarde, pero justo a tiempo para conocer a Matías Lombroni, quien enseguida se convertiría en su primer entrenador.

Matías y Pablo empezaron a practicar en las playas de Chapadmalal, en donde vivía Lombroni. “Me invitó a su casa y me empezó a enseñar, hasta que en un momento me dijo que había cosas que debía mostrarme en el agua”, recuerda. Lombroni le prestó todo (traje, tablas) para que pudiera empezar y eso es algo que Pablo no olvidará jamás: “Está muy loco y también fue muy valiente porque se animó a hacer algo que es difícil y siempre fue muy generoso; a mi me llevó mucho tiempo tener mis propias cosas”, dice. 

Mientras la amistad entre ambos crecía y compartían tardes enteras en el agua, Lombroni le propuso “entrenar en serio”, con todo lo que eso implicaba: mejorar fuerza, técnica y resistencia, entre otras cosas. Pero como Matías sólo podía entrenar durante los fines de semana, se sumó al equipo Fernando Elichiribehety, quien hoy es su actual preparador físico. "Sabíamos que no era el primer surfista ciego en el mundo, así que empezamos a investigar cómo entrenaban, cuál era su metodología. Nos encontramos con un mundo totalmente nuevo, amplio y había que explorar mucho. Así fue como conocimos a ciegos de Chile y España que se estaban preparando para ir a un mundial y empezaron a alentarnos para que nos sumemos", recuerda. Ese mismo año, con apenas ocho meses de práctica, Pablo Martínez participó por primera vez del Mundial de Surf Adaptado que se realiza todos los años en California, Estados Unidos.

Llegar no fue fácil: no sólo por lo económico, sino porque también tuvo que enfrentarse al descrédito de aquellos que dudaban que Pablo realmente fuera ciego. Quedó en sexto lugar, pero, más allá del resultado de la competencia, para Martínez, la experiencia le marcó un antes y después. De regreso al país, ya con Elichiribehety a cargo de su entrenamiento, Martínez ya tenía decidido participar del mundial del año siguiente. 

En diciembre de 2017, pero esta vez con el respaldo de la Asociación de Surf Argentina, Martínez volvió a competir en las playas de San Diego, al sur de California. Si bien el poco tiempo que estuvo -llegó apenas unas horas antes del inicio del mundial- no le permitieron llegar a aclimatarse y se quedó con la sensación de que podría haber sido mejor-, el surfista se trajo contactos de deportistas de Chile y Brasil y una idea: promover los torneos de surf adaptado en Argentina.

Las gestiones para impulsar la competencia a nivel local empezaron a las pocas semanas e incluyó un encuentro con la entonces vicepresidenta de la Nación, Gabriela Michetti, quien se mostró interesada en la iniciativa. Así, entre el 9 y 10 de noviembre de 2018, Mar del Plata fue sede del Primer Campeonato de Surf Adaptado, un evento histórico para el deporte nacional. En la oportunidad, 44 competidores de Argentina, Colombia, Uruguay, Venezuela, Chile, Brasil, Ecuador, Perú e Israel, dominaron las olas de Playa Grande y Martínez se consagró campeón; título que ratificaría en la siguiente edición. “Fue un año difícil: trabajamos mucho para mostrar a Mar del Plata en el mundo, para que a nadie le faltara nada durante su estadía y, en el medio, perdí a mi papá”, relata.

Su última participación de un mundial fue en marzo del 2020, poco antes del inicio de la pandemia. “Otra vez hubo que juntar plata de todos lados para comprar los pasajes: hicimos rifas, recibimos donaciones, sacamos de donde no había”, asegura. El seleccionado argentino tuvo una enorme actuación en aquella ocasión: el equipo integrado por Georgina Melatini, Nicolás Gallegos, Sebastián Ruiz Díaz, Zoe Giannini, Rodrigo Mairal, Luciano cruz Llosa y Pablo Martínez, terminó en el décimo puesto, la mejor posición en la historia de los mundiales para el surf adaptado argentino.

La rápida propagación del Covid-19 en el mundo y, particularmente, en el país, detuvo circunstancialmente la carrera deportiva de Pablo Martínez, pero le permitió concentrarse en una actividad que rápidamente se convirtió en su nueva pasión: el coaching de vida o personal. “Es una disciplina que tiene en cuenta tres aspectos muy importantes: el cuerpo de una persona, las emociones que sentimos y el lenguaje. Decimos que las emociones y el lenguaje pasan por el cuerpo; todo se une ahí. Tiene una base filosófica y vemos a los seres humanos como creadores de posibilidades. Es decir, consideramos que somos capaces de reinventarnos y de crear una forma de ser a partir de las decisiones que tomamos, algo que no podría ocurrir si no nos ponemos a pensar qué está pasando en nuestra vida”, explica. Lector voraz -consume desde libros de medicina, gramática y música, hasta filosofía, novelas realistas y poesía-, Pablo aclara que el coaching “no es algo terapéutico”, sino que se centra en cambios a realizar a futuro. 

La cuarentena extendida le posibilitó además escribir y publicar el libro Destilando Arte” (Zeta, 2021), en el que junto a su colega Elvira Jara, abordan los vínculos de las personas ciegas con el arte. “El coaching me permitió llevarme bien con mi timidez. Ahora estoy del otro lado de la línea y me callo menos de lo que debería. Entiendo que tiene que ver con que me siento mejor con mi forma de pensar y con lo que he leído mucho en estos últimos años”, asegura el deportista, que se define como una persona “muy curiosa”. Pensar en “cosas que nos puedan acompañar en la vida”, es para él, algo fundamental.

Padre soltero de una nena de 7 años, también se dedica a la crianza de la pequeña, con quien comparte el gusto por la lectura. “Leemos juntos, una parte cada uno y, aunque a veces se me complica hacer la voz de alguna princesa, nos divertimos igual”, se ríe.

Pese a la suspensión de las competencias, Pablo nunca dejó de entrenar y hoy lo hace seis días a la semana: tres veces nada en la pileta del club Kimberley y el resto de los días, en el mar. Sus playas preferidas son las de La Perla, Playa Grande y Waikiki; siempre, a la mañana. Si bien ya está familiarizado con el mar, antes de ingresar, elonga y escucha a su entrenador, que le hace una descripción detallada del panorama y recién ahí entra al agua. Todo el tiempo atento a las indicaciones de su preparador físico, enseguida se sube a la tabla y empieza a nadar para atrapar la primera ola. Y en la cresta, se siente libre. Así le gusta contarlo. Aunque tampoco hace falta: se le nota en la cara, en el movimiento liviano de su cuerpo.