Gabriela Mistral y su poesía por el mundo

Los cronistas destacan, junto a sus textos, su humildad y su preocupación por los demás. Gabriela Mistral es una de las embajadoras de la literatura chilena.

Mural en homenaje a Gabriela Mistral.

10 de Abril de 2022 08:49

Su nombre real era Lucila Godoy Alcayaga, pero se la conoció en todo el mundo como Gabriela Mistral, seudónimo que armó de la combinación del nombre del arcángel Gabriel y el apellido de un poeta que admiraba, Fréderic Mistral.

Fue maestra como su padre, muchos de sus biógrafos aseguran que fue una vocación manifiesta desde su infancia, que ejerció, primeramente, en las escuelas rurales y después en colegios secundarios de todo su país.

Dicen que su poesía surge de una experiencia trágica de su vida: el suicidio de un ex novio en 1909, poco después de haberse separado de ella (aunque otras versiones hablan de que la dejó para casarse con otra y que se suicida antes de la boda con una foto de ella en su bolsillo). Pero no será el único suicidio en torno a la poetisa chilena.

En 1942, mientras vivía en la ciudad de Petrópolis de Brasil, otra vez el suicidio se cobra a dos de sus amigos: Stefan Zweig y su esposa, ambos judíos que habían huido de la persecución nazi. Un año después se da la muerte del joven que ella llamaba Yin–Yin (ella lo llamaba sobrino, pero él la consideraba una madre, lo que generó una especulación mayor sobre su relación filial). El 14 de agosto de 1943, a los 18 años, Yin-Yin se suicidó ingiriendo arsénico. Dejó una tímida nota: “Querida mamá, creo que mejor hago en abandonar las cosas como están. No he sabido vencer. Espero que en otro mundo exista más felicidad”.

Cosechó premios y reconocimientos en todo el mundo, siendo el más importante el premio Nobel. 

En 1914 se dio a conocer como poeta con los Sonetos de la muerte. En 1922, en el Instituto de las Españas en Nueva York, publicó su primer libro, Desolación; para que en 1925 aparezca el segundo, Ternura, y, en 1938, Tala, con cuya venta quiso ayudar a los niños vascos huérfanos de guerra.

Pero sus textos aparecieron en muchas revistas y diarios de Chile, así como de todo el mundo. Siempre con la premisa de luchar por la condición de las mujeres, los niños y las niñas de cualquier parte del planeta. En este sentido, también brindó conferencias y asistió a congresos, por lo que el gobierno chileno la nombró Cónsul vitalicia sin sede fija.

Según César Aira, en su Diccionario de autores latinoamericanos (Emecé – 2001), “Gabriela Mistral escribió una excelente prosa, algo extraña como todo lo suyo;  llamaba a sus artículos y ensayos “recados”, por estar casi siempre dirigidos a alguna persona –aunque también los escribió en verso, y hay varios al final de Tala, el más memorable el dedicado a Victoria Ocampo-. Pero el ápice de su originalidad está en sus poemas. Igual que Gerard Manley Hopkins, hay en ella un horror al lugar común, del que huye corrigiendo cada verso hasta darle esa desarticulación de collage sonoro que caracteriza su prosodia, y la hace tan hermosa. Su prestigio literario sufrió un tanto al confundirse con su notoriedad social…”.

Su premisa siempre fue luchar por la condición de las mujeres, los niños y las niñas

Recorrió el mundo, nunca pudo detenerse. Todos los cronistas destacan su humildad y su preocupación por los otros y las otras. Su visión sobre la mujer explotada y sometida por una sociedad esencialmente machista, así como el reclamo permanente del derecho a la educación para la mujer era un grito de alerta de su época que se refleja en notas suyas como: La instrucción de la mujer (1906), Nuevos horizontes en favor de la mujer (1914), El voto femenino (1928), entre otros.

Cosechó premios y reconocimientos en todo el mundo, siendo el más importante el premio Nobel que le otorgan en 1945.

Chile la ve viva por última vez en 1954. Según narra Jesús Marchamalo en 39 escritores y medio, “Sufrió los últimos años de su vida un insomnio letal y organizado, que se acostaba a su lado cada noche, y cada noche le robaba el sueño. Los médicos se afanaban por darle nombre, explicación y cura, hasta que una eminencia dictaminó, tras decenas de pruebas, que el problema era que tenía amebas en la sangre. Pobre Lucila María del Perpetuo Socorro, ella que había leído demasiado a los poetas románticos, de joven; vistiéndose de amores de malaquita, sicómoros y miradas dulzonas…”.  Murió en los Estados Unidos en 1957 a los 68 años y está enterrada en Monte Grande, al norte de Chile.