Cuatro variaciones sobre un mismo mar

Cuatro variaciones sobre el mar es el nuevo libro de Sebastián Chilano. Se trata de un breve ensayo que recorre distintas miradas y diferentes metáforas y simbolismos acerca del mar, desde los mitos hasta el poeta Huidobro, y desde la infancia hasta la paternidad. El mar ejerce una fascinación sublime a lo largo de la historia de la humanidad.

“Lo primero que pienso es que es incomprensible, es algo inabarcable", sostiene Sebastián Chilano.

27 de Julio de 2025 11:21

Podemos decir que lo sublime no radica en el objeto que miramos, sino en lo que sentimos al verlo. A diferencia de la belleza, que encanta por su forma, lo sublime nos abruma por su grandeza, nos provoca una mezcla de asombro, temor y admiración que excede lo meramente bello. Esto nos sucede ante un mar embravecido o un océano infinito: nos deja sin aliento, nos hace sentir insignificantes.

Esta definición es pertinente al momento de leer Cuatro variaciones sobre el mar, el nuevo libro de Sebastián Chilano (Queja Ediciones – 2025). Es un breve ensayo sobre lo fascinante del mar y toda la carga simbólica que este conlleva. Es el mismo mar que encandiló y abrumó a los seres humanos desde sus orígenes.

“Lo primero que pienso es que es incomprensible, es algo inabarcable y creo que a los seres humanos lo que más nos desafía, nos moviliza y nos motiva, es eso: lo que no entendemos y, en este caso, casi lo que no podemos destruir. Por lo tanto, existe una necesidad de saber, de hablar, de pensar en el mar. Además, de el hecho de estar en esta ciudad donde tenemos el privilegio de tener playas, lo que es un gran privilegio porque nos permite orientarnos. Cuando me fui a estudiar a La Plata, lo que más extrañaba era el mar, y eso que no soy una persona que practica deportes acuáticos, por ejemplo. Sin embargo, en La Plata, lo primero que buscaba para orientarme era dónde estaba el mar. Acá, todo el tiempo estoy pensando si la dirección de una calle va hacia el mar o si viene, dónde se encontrará con el mar, y eso me guía en la ciudad y evita que me pierda. En La Plata me sentía muy desamparado, me preguntaba: ¿dónde está el límite? No tenía un límite, no tenía esa referencia. Me parece que la ausencia del mar fue una de las primeras cosas que noté cuando salí de esta ciudad y creo que, personalmente, es uno de los grandes motivos que me llevan a escribir sobre él”, comienza diciendo el autor.

Es un breve ensayo que recorre distintas miradas y diferentes metáforas y simbolismos acerca del mar.

—¿Y qué te decía el mar cuando eras chico y lo mirabas? ¿Y qué cambió a esta altura de tu vida? ¿Qué te dice ahora?

—Me daba terror el mar. Era un abismo, un pozo. No pasaba de las primeras olas. Ya que me llegara a la cintura el agua era terrorífico. Ese fue mi primer contacto con el mar. Y el mar era también una ausencia, la ausencia de mi viejo, porque mi mamá me llevaba al mar, entonces, él no estaba. El mar también era esa ausencia que uno completa de grande: no estaba porque estaba trabajando y mi vieja estaba haciendo el otro trabajo, que era criarme a mí. Pero el mar era una completa ausencia y, cuando iba mi viejo, muy pocas veces, algunos domingos, él era la orilla porque tampoco se metía al mar, y él era lo que me anclaba en la orilla, porque jugábamos a la paleta ahí. Recuerdo estar horas jugando a la paleta, y él no ponía un pie en el mar, y yo nunca pasaba más allá de la cintura. Si lo pienso ahora, es como vivir entre dos mundos: el mundo de mi viejo, que era la orilla, y el mundo de mi madre, que era quizás un poco más el mar. Si lo pienso ahora, eso es lo que me trae: la infancia en parte. Y si miro a quien soy ahora, cambié el miedo absoluto al mar por el respeto. Y puedo disfrutarlo, pero lo que más me gusta es haber hecho lo que no hicieron conmigo, que es que mi hijo sepa nadar y que pueda disfrutar del mar, sin tener miedo y metiéndose en él.

—Y usando un poco esa comparación que usabas con respecto a tu papá y a tu mamá (él en la orilla y ella un poco más adentro en el mar), ¿podemos decir también que ella era más osada? ¿Era la que enfrentaba? ¿Era la que movía todo? ¿O no hay paralelo con lo que fue en la vida?

—Quizás, mientras elaboraba esto, pensaba que era un buen cierre literario decir eso. Quizás ella no fue tan osada como yo lo pienso, pero sí, sí representan eso. Si voy un poco más, ella quizás es más lo salvaje que tiene el mar, más lo impredecible que tiene el mar. Y si tengo que ser más fiel y menos literal en lo que estamos charlando y construyendo en este momento, pienso que ella es lo salvaje, es lo impredecible, es lo brutal que tiene el mar, y también es lo sedante, lo tranquilizador cuando el mar está calmo. Eso se conjuga mucho más en mi madre y es esa impredecibilidad que no sabés si hay viento, si no hay viento, si es más frío, si es más cálido. Eso es mi madre. Y mi viejo siempre fue a la orilla.

—Eso me interesa, porque vos hablás de eso en el libro. Algo que no es del todo del mar, pero tampoco es del todo del continente, ¿qué es la orilla en realidad? ¿Qué es una orilla?

—Lo tomé de Pascal Quignard, él habla sobre un concepto para designar esa franja de arena húmeda que deja el mar cuando se retira, que no es la orilla propiamente dicha. Nosotros en castellano no tenemos, o yo no conozco, una palabra que designe a esa porción de la playa que es cambiante. Cuando leí eso, dije: "Esto es extraordinario". Detenerse en esa parte de la arena mojada que queda cuando la ola se retiró y no sabés si la siguiente va a cubrir la misma cantidad o menos. Bueno, un poco eso es la vida humana y un poco es lo que también motivó este libro.

—Decías recién que esa orilla es como la vida misma, y ¿qué pasa con el proceso de escritura? ¿Hay una orilla en tu poética o es solo deriva?

—Hay un destino que no siempre es el papel, que no siempre es el libro impreso. Mirá, la verdad es que este libro yo pensé que no se iba a publicar. Hay un destino de búsqueda. Quizás en este libro es bastante definitivo en cuanto a lo que tengo que decir sobre el mar, si bien mucho quedó afuera, eso otro, de alguna manera, va a mutar y va a terminar en otros textos, en otras formas. Pero hay una orilla que es la inseguridad de escribir, la escritura es eso: una inseguridad. Y el escritor siempre se da cuenta de que está haciendo trampa o que está repitiendo o que está usando un método que ya han probado y certificado otras personas o él mismo. Entonces, me gusta correrme a un costadito y volver a hundirme en la arena. ¿Viste esa sensación que tenés cuando te quedas quieto en el agua, en la orilla, hasta la cintura, que te vas hundiendo y te vas hundiendo, porque casualmente el mar te va sacando los cimientos, la arena de abajo? Bueno, esa sensación está bueno recuperarla cuando escribís porque te hace sentir honesto.

Los preparados un texto de Sebastián Chilano del 2020.

—Hay una parte en el libro donde recuperás la actitud que tuvo el rey Jerjes frente al Helesponto, hoy Dardanelos, que, al no poder cruzarlo por su furia, por una tempestad, decide azotarlo, ¿qué simboliza ese episodio en relación con la actitud humana frente a la naturaleza?

—Sí, el relato es breve. Es un rey que azotó el mar para castigarlo, mandó a sus súbditos a que le dieran ochenta azotes al mar. Y es una de las cosas más absurdas que puede hacer alguien con poder y, a la vez, más humana que puede hacer alguien con poder: sentir que puede dominar. Pero yo no lo asocio a nuestro dominio sobre la naturaleza, sino que en el texto yo lo pensé más asociado con nuestro intento de ser escritores o de escribir. Lo que hacemos es azotar el mar. Pensamos que estamos haciendo algo que va a cambiar todo y estamos azotando el mar, moviendo un poquito del agua de la historia de la humanidad, de la lengua humana, que es minúsculo. Y en ese acto, quizás podría definir esto que yo hago como escritor, no lo quiero generalizar a otras personas, pero yo siento que hago eso, que cada libro es azotar el mar, y es absurdo y, a la vez, me define como ser humano, como persona, como búsqueda. Sí, tenés razón, estaba también esa impotencia porque por el mar había perdido Jerjes en ese momento. Él no pudo cruzar cuando quería cruzar por una tempestad y le destruyó la mitad de la flota y tuvo que volver a armarla y esperar meses hasta poder rearmarse y cruzar, lo que logra al final hacer. Y ahí decide, da la orden de que le den azotes al mar. Pero lo pienso más en relación, por ejemplo, con mis libros publicados, ya no los cuento porque cada libro fue eso, un latigazo que al principio uno pensaba que estaba escribiendo el mar y en realidad estás escribiendo algo que se va a perder y es maravilloso en cierto punto eso.

Los antiguos griegos tenían una relación muy estrecha con el mar y por eso realizaban rituales específicos para ganarse el favor de los dioses marinos antes de emprender un viaje. Uno de los más comunes era ofrecer sacrificios a Poseidón, el dios del mar. Estos podían ser animales arrojados al agua o libaciones de vino vertidas al mar desde la proa del barco. El objetivo era calmar su temperamento y asegurar una travesía segura. Poseidón, que lleva en su mano su arma distintiva, el tridente, con el que agitaba los mares en las tormentas y también las entrañas de la tierra en los terremotos, era tremendo en su furia. Su nombre parece indicar, muy frecuente en Homero, “el que abraza o agita la tierra”.

El caballo, por ejemplo, estaba consagrado a Poseidón y se le sacrificaba arrojándolo al mar durante algunas festividades en Rodas. En cuanto a la equitación y la navegación, Poseidón comparte ámbito con otra diosa, Atenea, aunque cada uno conserva sus competencias: Atenea inventó el freno y las técnicas de la navegación, es decir, el saber civilizado para someter los elementos, mientras que Poseidón impulsa y vivifica la energía primordial de esos mismos elementos, modulando desde dentro la salvaje potencia del caballo y la furia del mar embravecido.

Estos rituales eran parte esencial del código moral y religioso del mundo homérico y revelan que, en el mar, la supervivencia no depende solo del coraje, sino también del respeto a lo sagrado. El mar, sagrado y temible. Pero el respeto al mar no es solo un capricho humano o divino. La naturaleza misma lo grita, lo presiente. Por ejemplo, los caballos mismos, esas criaturas de tierra firme, tiemblan ante las olas o los perros que retroceden ladrando, como si injuriaran al agua, intentando competir con su furia. En Kamchatka, se dice que los perros pasan noches enteras en ese inútil y conmovedor desafío.

El ojo es un breve ensayo publicado por el autor.

Cuenta Chilano que, en el epitafio de la tumba del poeta Vicente Huidobro dice: “Aquí yace el poeta Vicente Huidobro. Abrid la tumba, al fondo se ve el mar”.

Ese mar, como algo que el ser humano no puede comprender completamente. ¿Por qué? Porque, aunque no lo parezca hoy en día, la distancia entre el hombre y el mar es abismal. Alguien dijo: “En cada ola, parece que el mar le habla al hombre: ‘Mañana tú dejarás de ser y yo soy eterno. Tus huesos reposarán bajo la tierra y yo existiré aún, majestuoso e indiferente’”.

Por eso cierra Chilano diciendo que, la frase de Huidobro en una de sus poesías, “A veces me hago mar”, supone el querer ser algo enorme. “Ser deseado. Querer ser inmenso. Me parece que no le veo ninguna connotación negativa a querer hacerse mar, en ese sentido. Creo que, si pensamos en lo que podríamos ser siendo mar, seríamos algo de lo que todo el mundo hablaría, que todo el mundo quisiera ver, que todo el tiempo estuviera omnipresente, como esos grandes escritores o escritoras de la historia de la humanidad que todavía nos acompañan”.