Una reflexión a 40 años de la recuperación democrática

15 de Noviembre de 2023 10:35

Por Redacción 0223

PARA 0223

Por Paloma Milagros Kelly (Ciencia Política, Unmdp), especial para 0223.

 

En este año, se cumplen 40 años de democracia ininterrumpida en Argentina, cuatro décadas sin proscripciones y con gobiernos continuos elegidos de manera democrática. Sin duda alguna, la democracia es un sustantivo que entra en escena en la arena política en cada año electoral. A pesar de que muchas veces es sobrevalorada o difamada, es lo que nos permite vivir en armonía y en paz desde hace décadas.

Ocasionalmente, la democracia se encuentra en un vacío, lleno de promesas incumplidas, en donde el vaso se rebalsa de deudas. No obstante, y a la vez, es un término que es víctima del famoso “estiramiento conceptual” (Sartori, 1987), es decir, a todo lo llamamos democracia, pero ¿qué es realmente? Teniendo sus raíces en el antiguo griego, en donde demos significaba pueblo y kratos indicaba gobierno, la democracia correspondía al poder del pueblo. Si nos basamos en autores como Robert Dahl (1989), veremos que la democratización consiste en el debate público y en el derecho a participar. Asimismo, el principio rector de ella es el de la ciudadanía, en donde se encarnan distintas normas de decisión y procedimientos de participación, como es el sufragio universal (O'Donnell y Schmitter, 1984). Ahora bien, hay dos términos que no se enuncian en estas significaciones y que definen al sistema democrático: las libertades y los derechos. Estos conceptos cobraron relevancia en Argentina a partir de la transición hacia la democracia en 1983, en donde los derechos y las libertades, tanto individuales como grupales, se vieron suprimidos y encarcelados bajo el telón de la dictadura más oscura que haya atravesado la historia de nuestro país. A raíz de ello, el fervor de la lucha por ellos se hizo eminente.

Pese a que con la democracia se han obtenido victorias, ella misma ha acarreado retrocesos en donde los problemas estructurales emanan. Como bien mencionaba Norberto Bobbio (1986), el mundo de la democracia no disfruta de salud óptima, lo cual trae sus propias consecuencias. Estas demandas que la ciudadanía engendra no son ninguna novedad. Podemos hablar de los índices de pobreza e indigencia, de la inseguridad, de la inestable economía, de la población marginada y de otros temas que conforman ese nudo de desilusiones que todos los argentinos vamos tejiendo. A raíz de ello, aparecen determinados sentimientos que se expresan cotidianamente en las calles: el disgusto, el hartazgo, la desilusión y el enojo. No es paradójico que estas emociones movilicen, en cierto porcentaje, a los ciudadanos a la hora de emitir su voto en las elecciones. 

La aparición en la escena pública de sujetos que elevan los estandartes de la ideología de derecha presentando un discurso contra la “casta política” -representada en la política clientelar y la tradición partidaria- no es una mera casualidad. Desde hace un tiempo que se viene engendrando esta ola de derecha que nos invita a repensar nuestro hábitat natural democrático y con ello sus valores y sus principios. Actores políticos como Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil han traído a escena posibles soluciones ante las demandas de ese electorado agotado frente a una democracia con promesas rotas. El caso argentino no es una excepción. Aún cuando el fenómeno -del cual hoy somos más partícipes que nunca- se ha ido engendrando hace ya varios años, nos sorprendemos del advenimiento de figuras como Javier Milei en la política.

Sin embargo, esto no es nada novedoso. La emergencia álgida de Milei responde contundentemente a los ciudadanos argentinos que se han cansado de la gimnasia diaria política o de la “casta política” como también del avance de las ideas liberales y de derecha. Pasó de ser un personaje que descolocaba al público a ser un líder que hoy en día disputa el poder nacional con la fuerza y alianza política que más ha gobernado luego del 2001. Por lo cual, no hay que desestimar a Milei y titularlo como el simple candidato que responde a los votos bronca o castigo. Es el único candidato en este año electoral que pudo capitalizar con éxito el detrimento de lo que se inició luego de la crisis del 2001. Por lo tanto, es necesario entender al fenómeno de Milei a la luz de una nueva crisis de representatividad que aqueja a nuestro país, como también del avance indiscutido del aluvión de la derecha que él representa. 

Sin embargo y cumpliendo 40 años de democracia, Milei pone en discusión temas que han sido sepultados e indiscutidos en nuestra historia. No solo cuestiona determinados asuntos, sino que además tensiona algunos aspectos inherentes a la democracia con la que convivimos. Con ello me refiero a asuntos tales como los derechos humanos, la reivindicación de la teoría de los dos demonios, los desaparecidos de la última dictadura cívico-militar y los derechos adquiridos por las luchas colectivas. En gran medida, todo ello se enmarca en el siguiente fragmento del discurso presidencial: “Ustedes sigan tratando de discutir la historia, de reescribirla, nosotros venimos acá para gobernar, para una Argentina nueva, una Argentina distinta, que es imposible con los mismos de siempre”. 

Es con ello que nos podemos preguntar: ¿Javier Milei pone en cuestión al sistema democrático que se inauguró a finales de octubre de 1983? ¿Se inicia una nueva era en donde la famosa “casta política” no existe más? ¿O es simplemente una nueva metamorfosis de la democracia?

Bibliografía:
Bobbio, Norberto. (1986). El futuro de la democracia. México: FCE.
Dahl, Robert. (1989). La Poliarquía. Participación y oposición. Capítulo 1-3. Madrid: Tecnos. 
O´Donnell, Guillermo., y Schmitter, Philippe. (1984). Transiciones desde un Gobierno Autoritario: Conclusiones tentativas sobre las democracias inciertas. Buenos Aires: Paidós.
Sartori, Giovanni. (1987). La política. Lógica y método en las ciencias sociales, México: FCE.