Fue a la guerra con 18 años y un mes de entrenamiento militar y se prometió vivir: “Todos los días tengo una lágrima por Malvinas”
En marzo de 1982, Claudio Spinelli era “un chico bien” que jugaba al rugby y esperaba para rendir el ingreso a Abogacía. Fue sorteado para hacer el Servicio Militar Obligatorio y al mes lo mandaron a las Islas. A 43 años de la gesta, asegura que no quiere volver y no se considera una víctima de la guerra, y repasa la increíble historia de una carta y un reencuentro que esperó casi 40 años.
En marzo de 1982, Claudio Spinelli era “un chico bien”, jugaba al rugby, esperaba para rendir el ingreso a Abogacía y estaba “re de novio”. Fue sorteado para hacer el Servicio Militar Obligatorio -que comenzó de forma efectiva el 9 de marzo- y al mes lo designaron para viajar a las Malvinas. A 43 años de la gesta, asegura que no quiere volver a las Islas y no se considera una víctima de la guerra.
“Soy hermano mellizo, mi hermano quería hacer el Servicio, yo no quería saber nada”, dice Claudio Spinelli, que en marzo del 82, con 18 años había egresado del secundario en diciembre del 81, se encontraba recién llegado de un viaje familiar a Hawái, aguardando la fecha para dar el examen de ingreso a la carrera de Derecho, entrenando en el club de rugby Sporting y “re de novio” con una compañera de club que jugaba al hockey.
Cuando escuchó el sorteo por la radio y verificó que había salido su número de orden, quedó en shock. “No quería saber nada. Si había una rifa de mil números y compraba 999, salía el único número que no había comprado”, recuerda a 0223 con una sonrisa. Al día siguiente, se fijó en el diario para verificar que no había escuchado mal. “Me tuve que presentar en el Gada 601. Tenía pelo largo, me acuerdo. Me sacaban las dos cosas que más quería, la libertad y mi pelo”, recuerda el hombre que ingresó al Gada 601 el 9 de marzo del 82. Entonces comenzó la instrucción. “Pude salir a rendir los exámenes de ingreso en la Universidad el 18 de marzo y volver. Lo que tenía en la cabeza era el tiempo que iba a perder para recibirme, no se me cruzaba otra cosa”, explica.
Volvió al regimiento el 22 de marzo y a la semana recibió la visita de sus padres, que atentos a los rumores de una inminente guerra consultaron sobre la posibilidad que el joven viaje a las islas. “Claudio no va. Le preguntó mi papá al Jefe del Gada, que le aseguró que como era recién ingresado no iba a quedar en la selección”.
El miércoles 3 de abril (miércoles santo) llamaron a los más de cien soldados que cumplían con la “colimba” y les informaron que iban a otorgar las licencias para que los soldados puedan pasar la Semana Santa junto a sus familiares y volver el domingo, después del almuerzo: “Soldados: van a salir de licencia por Semana Santa con la excepción de estos, fulano, fulano, soldados clase 63, Strada, Aguilar Zapata, Casanella, Spinelli. Estos soldados están designados al rol de combate de Malvinas y no van a salir. Le van a mandar una esquela a sus padres con algún soldado que salga de licencia diciéndole que no salen de licencia porque fueron designados a la Guerra y van a comenzar la instrucción”. Ese fue el mensaje que oyó inmóvil Spinelli. “Ni siquiera teníamos el uniforme oliva… imaginate. En cierta manera íbamos a escribir parte de la historia con 18 años y ni siquiera un mes de servicio”, recuerda.
Entonces, empezó la instrucción acelerada: los cinco soldados clase 63 designados al combate estuvieron, de acuerdo al relato del excombatiente, todo el miércoles, el jueves y el viernes practicando tiro. “El sábado nos dicen que podíamos llamar a nuestras familias para que nos vengan a buscar para pasar el domingo y después del almuerzo teníamos que volver”, detalla.
“Fue a buscarme al Gada mi papá, que estaba re enojado me acuerdo porque me habían sorteado”, dice. En ese momento, Claudio decidió enfrentarse a su padre, que el mismo día quería sacarlo del país, y comunicarle su deseo de ir a la Guerra. ”No puede ser que te hayan lavado la cabeza y estés orgulloso de ir a la guerra”, le decía su padre, que ese mismo sábado quería sacarlo del país, pero Claudo no quiso convertirse en desertor. “Hoy por hoy lo veo y como padre, ni loco me sacás un hijo para llevarlo a la guerra, ni en pedo”, reflexiona.
“No le dijimos a mi mamá que iba a ir a las Islas. El domingo almorzamos con mis papás, mi hermano y mi novia y cuando me llevaron de nuevo, el domingo, nos despedimos”, recuerda. El lunes partió junto a sus compañeros hacia Río Gallegos. “Ahí quedaron varios soldados y al día siguiente llegamos a Malvinas en un Hércules C 130. Cuando bajamos, el capellán del ejército nos dio la misa de bienvenida. Eso fue el 11 de abril, me acuerdo”, rememora Spinelli, que había sido asignado debido a su poca instrucción militar al área de comando. “Tenía a mi cargo radios de comunicación de las Fuerzas Armadas, por donde pasaban los ataques, las alertas coloradas, ataques con armas de puño”, explica.
Los horrores de la guerra
Pero, después de pisar las Islas y ser informado de la tarea que le correspondía se encontró con un escenario impensado para sus 18 años. Lo primero que se le ordenó hacer fue cavar pozos que luego se convertirían en trincheras. “Yo era un chico acostumbrado al rugby, al entrenamiento, eso era todo nuevo… En la guerra confluyen las peores de las miserias y tenés que sumarle tres factores que en diez días te aniquilan: frío extremo, hambre extrema y agotamiento. En 10 días los zapatos quedaron podridos y ajados por el agua. Hubo muchos soldados con dedos amputados porque se engangrenaban. Llevábamos apenas diez días, no habíamos tenido el “bautismo de fuego” y ya comíamos pésimo, dormíamos mal, y gracias a Dios todavía no teníamos el suelo que se había helado, todavía la cabeza se iba a cualquier parte. Una guerra es brava, las cosas que ves en la guerra…”, reflexiona.
“Soldados, no tengan temor. Va a haber fuego de propia tropa” les dijeron a los chicos que estaban junto a Spinelli el 30 de abril. “A partir de ese día fue un bombardeo constante. No hubo un día que no nos ataquen”, dice el letrado, que recuerda que durante los ataques tuvo que enterrar a cinco compañeros, algunos ya los había empezado a considerar amigos y fue ahí donde tuvo una revelación: “Me di cuenta que estaba solo. Que así como enterraba a mis amigos, mañana podían enterrarme a mí y me prometí vivir, no hacerles cargar a mis padres el dolor para toda su vida de tener un hijo muerto en la Guerra y volver a pisar una cancha de rugby”, asegura.
Durante el desarrollo de la guerra, además de la penuria extrema y el maltrato por parte de algunos de sus superiores, Claudio y sus compañeros estaban ajenos a lo que pasaba no solo en el continente, sino en las propias Islas. “Nosotros pensábamos que estábamos haciendo un repliegue táctico, cuando en realidad estábamos perdiendo y nos estábamos rindiendo. Nosotros pensábamos que íbamos ganando…. nadie nos decía nada hasta que llegó la rendición”, revela.
Cuando finalmente Argentina firmó la rendición, los soldados atravesaron una semana “muy dura” hasta volver a su hogar. “Fueron días bravos. Los superiores no estaban, estuvimos prisioneros tres días y nadie nos explicaba nada. Nos hicieron entregar las armas, los correajes -cinturones, cantimploras, cordones- y estuvimos en los galpones del aeropuerto donde guardaban las provisiones”, repasa.
El cese al fuego y la espera para volver al continente también fue caótica. “Era un desastre, prendían fuego, abríamos las latas de conserva que se almacenaban porque estábamos muertos de hambre. Tomábamos agua de la calle.... Un día nos despertaron y nos subieron a gomones y nos llevaron a los barcos de la Cruz Roja que nos trajeron a tierra”, dice 43 años después.
“Los muertos no se negocian”
Cuando por fin estuvo nuevamente en Mar del Plata -con 17 kilos menos y sin pelos en los brazos-, Claudio se propuso retomar su vida en el punto en el que la había dejado. Terminó lo más rápido que pudo la carrera de abogacía con el claro propósito de ejercer y no pasar a ser “el soldadito que volvió de la guerra y vende estampitas, el loco de la guerra”. “Tenía muchas cosas para hacer todavía, era muy pendejo”, dice.
Para Claudio, Malvinas es una “página dorada” en su vida y no concibe la vida sin las Islas y no hay un día en el que no piense en ellas. “Todos los días tengo una lágrima por Malvinas y cuando llegan estas fechas hay toda una mezcla, pese a que pasaron 43 años”, dice el hombre que decidió dejar de ejercer su carrera como abogado y volcarse de lleno a entrenar chicos en Sporting.
El hombre, que fue declarado discapacitado con estrés postraumático, asegura que los soldados de Malvinas no tuvieron todos los beneficios que tienen los excombatientes del mundo ni el reconocimiento que tuvieron los familiares de las víctimas de la dictadura. “A Alfonsín le agradezco infinitamente que nos haya devuelto la libertad y lo respeto por su honestidad, pero no puedo no ver el negacionismo de su gobierno para Malvinas”, lamenta.
Cuando en 2021, Claudio se presentó a la Junta Médica para validar el Anexo 40 -subsidio que perciben los excombatientes- el psiquiatra le preguntó si recordaba “algo cruel que haya vivido en la Guerra”. “No lo podía creer. Años de terapia me llevó y vos me preguntás eso, como los nenes, ¿Querés saber si maté a alguno?”, fue su primera respuesta.
“Pasé una terrible, me la recontra banqué, pero no soy víctima. Todos los días tengo una lágrima por Malvinas y entiendo el llanto de los excombatientes”, cierra.
-¿Volviste o pensaste volver en algún momento a las Islas?
-No. Tuve la posibilidad de viajar hace unos años con Rugby sin fronteras, pero por una serie de cosas no se concretó. Después un amigo viajó, y me mandó fotos de cómo estaba hoy el sector donde se desarrollaron los combates y ver eso me hizo entender que no quiero volver. ¿Para qué?
Un encuentro de novela
“Yo pensé que algunas cosas solo pasaban en los culebrones venezolanos”, asegura con una sonrisa Spinelli. Es que hace unos años recibió un llamado que lo desconcertó. “Un domingo me llama un colega de ustedes y me dice que le preguntaron por mí y me pasó el número y el nombre”, dice.
“Llamo a ese número, me presento y me dice que su nombre es Irina y hace 40 años que me está buscando. Imaginate mi sorpresa”, cuenta. “Resulta que en la guerra lo mejor que te podía pasar era, aparte de sobrevivir, recibir una carta, y las maestras les hacían escribir cartas a los nenes para que les lleguen a los soldados”, dice, al tiempo que recuerda que una de las cartas que recibió fue la de Irina, que él contestó de forma breve y luego olvidó. “No me acordaba que le había escrito. Si te fijás no es una carta tradicional en un papel blanco impoluto. Es un papel de guerra, todo manchado”, cuenta.
Pasó el tiempo. y con la llegada de las redes sociales, Irina Lanz -oriunda de Trenque Lauquen- comenzó a publicar en diferentes grupos la carta con el pedido para dar con Claudio, hasta que una vecina de la mujer que tenía un hijo de 8 años que jugaba al rugby le comentó que en el encuentro que se había disputado en Mar del Plata había un entrenador que se llamaba Claudio Spinelli y había sido combatiente. “Yo me acuerdo de ese nene, de ese encuentro que tuvo la particularidad que dejaron tierra de las Islas en las canchas”, revela. Entonces, Irina se contactó con el club marplatense y pudo dar finalmente con el “soldado desconocido” que había recibido su carta de niña.
“Desde entonces hablamos tres veces por año seguro. A veces participa su familia de las charlas. Tenemos mucho respeto, nos hablamos todavía y hablamos siempre de Malvinas y de rugby. La guerra también deja este tipo de historias”, concluye.
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