Por las lágrimas de Diego, por el sueño de todos

Los jugadores están ante el partido de sus vidas. El recuerdo de las finales con Maradona. El significado de este encuentro, y lo que ojalá nos deje el Mundial.

13 de Julio de 2014 01:47

El capitalismo del fútbol mundial los convierte en millonarios. Viven en lujosas mansiones de barrios privados. Tienen los autos más lindos, los más caros. El futuro de sus hijos, nietos, están asegurados. Pero hay algo que ellos bien saben, no tiene precio, y solo se alcanza con talento y sacrificio: la gloria. 

Los jugadores del seleccionado argentino están hoy ante “el partido de sus vidas”, como definió el señor Javier Mascherano. Hasta Lionel Messi, que se cansó de ganar títulos, de ser el chico de la tapa siempre con el Barcelona, sabe íntimamente que este partido –por más que no haga falta- le agregará oro al bronce de su estatua. Sí, hoy todos le cargamos una mochila de 28 años al “10”. Como lo hicimos desde que se puso la celeste y blanca. Pobre muchacho, ¿qué culpa tuvo de haber nacido mágico jugador, encima zurdo, habilidoso, gambeteador y ganador?. Pobre crack, ¿qué culpa tiene de que antes haya existido un tal Diego Armando Maradona?. Aquel fue quien fue. Él es quien es, y qué jugador es….

Argentina jugando una final de Copa del Mundo en el estadio Maracaná de Río de Janeiro, en Brasil. Desde 1950 a esta parte, después de la gloriosa hazaña de Uruguay en aquel Mundial, esta posibilidad persistió en los sueños más profundos de cada pibe en cada esquina, desde  los potreros que ahora están en extinción hasta las actuales modernosas canchas de sintético. Sólo le faltará hoy a la perfección de la tarde, que el rival sea el dueño de casa. Pero ese clásico rival se fue de este Mundial de manera bochornosa, y entonces la hazaña, de lograrse, tendrá otro gusto más para nuestro folclore. 

No estará Brasil enfrente, pero sí estará Alemania, que bien puede decirse que después de los “hermanos”, son el clásico más importante. Su solo nombre remite disciplina, rigidez, estrategia, mentalidad de hierro. Cuatro partidos marcan a fuego a ambos países. Dos de ellos, finales del mundo. En México ´86, para un recuadro inolvidable con Diego levantando la Copa. Minutos antes, en un partido durísimo (la Selección ganaba 2 a 0, y Alemania lo empató 2 a 2), el hombre de Villa Fiorito tomó una pelota boyando en el círculo central, y ante la presión de cinco alemanes (sí, cinco, casi medio equipo), con un toque ágil y de primera dejó sólo a Jorge Burruchaga para esa inolvidable corrida y posterior definición ante el arquero Schumacher.

Cuatro años después, se volvieron a encontrar en el estadio Olímpico de Roma. Mundial de Italia. Una Selección austera en rendimiento, pero que entre las manos de "Goyco", las corridas de Caniggia y un Diego diezmado físicamente, llegó a la finalísima. Aquel partido se encaminaba a los penales, pero el árbitro mexicano Codesal sancionó un penal que no existió de Sensini a Rudi Völler. Brehme lo cambió por gol, con un tiro esquinado e inalcanzable. Y para siempre, hasta hoy, quedaron esas lágrimas de Diego. "Qué hijos de puta, qué hijos de puta", con las manos en la cintura, la medalla indeseada colgada. Las lágrimas de un tipo que jugó ese Mundial con el tobillo deformado por un golpe. La tristeza de quien hubiera merecido para su historia un segundo titulo mundial.

Veinte años después, Alemania se volvió a cruzar en el camino de Maradona y la Selección. En cuartos de final, los europeos no perdonaron: 4-0 al equipo dirigido por Diego. Otra vez lágrimas, pero esta vez en la intimidad. 

Los jugadores cantan el hit del Mundial que termina en "Maradona es más grande que Pelé". Quizás la relación entre el "10" y los hoy protagonistas no quedó de la mejor forma después de su salida como entrenador. Sin embargo, la admiración persiste. Entonces, hoy en el Maracaná, entre tantos para qué, habrá que jugar y ganar también para borrar esas lágrimas del ´90, y las del 2010 que muchos de ellos también largaron.

Jugadores, ya cumplieron. Este Mundial, estos últimos diez días, quedarán para siempre en la retina de todos los futboleros contemporáneos a este equipo. Jugamos los 7 partidos. Jugamos nada menos que la final, después de 24 años, y en el patio de la casa del clásico rival. Las tácticas, los nombres, el volúmen de juego... somos todos parlanchines. Ante el buen resultado, todos terminamos cediendo, es la realidad. Pero más aún, lo hacemos ante la actitud, el coraje, la entrega. Nos enamoramos de ustedes cuando vemos que traban esa pelota con la misma fiereza que lo haría el tío Cacho, el carnicero de la vuelta, o el pibe que nunca llegó a primera.

A disfrutar de este día histórico para el fútbol argentino. También, para el país. No es saludable la exageración de la mezcla entre patriotismo y deporte. Todos nos "cebamos" de más. Es lo que genera la pelota en nuestra tierra. Sin embargo, gracias al fútbol hoy el país está más unido que nunca. En épocas de divisiones a veces extremas, nos permitimos gritar, cantar, abrazar y llorar. Hay algo invisible que nos junta y que hace olvidar la rutina cotidiana. Ojalá, haya triunfo o derrota, ese abrazo se extienda para el resto de nuestros días, sin importar la llegada de un Mundial.