Perfil del monstruo que se presentaba como “gurú” y decía tener “poderes especiales”

Durante cinco décadas, Eduardo de Dios Nicosia cometió violaciones sistemáticas, de las que ni siquiera se salvaron sus propias hijas. Ritos de iniciación, torturas y hasta simulacros de fusilamiento. Su paso por la cárcel tras el crimen de un hombre en Venezuela.

18 de Noviembre de 2021 19:39

Todas las pruebas y testimonios obtenidos a partir de la investigación en torno a cómo funcionaba la denominada secta del City conducen al mismo lugar: Eduardo Agustín de Dios Nicosia era un verdadero monstruo que sometía, explotaba y abusaba de las personas que se encontraban dentro de la organización. Había nacido el 25 de diciembre de 1946 en Capital Federal, estaba casado y solía presentarse como docente de Filosofía, yoga y piano. Al momento de ser detenido, a mediados de 2018, tenía domicilio en el hotel ubicado en Diagonal Alberdi 2561, espacio en el que, escondida detrás de la fachada de una cooperativa de trabajadores, operaba la secta

Junto a su socio Fernando Ezequiel Velázquez, lideró durante los '60 un grupo religioso conocido como Instituto de Estudios Yoguísticos Yukteswar. Allí, el autoproclamado líder espiritual, dictaba clases de yoga en distintos salones de Caba. Solía vestir túnica y ofrecer a sus discípulos una “realización del ser” -tal como ocurre en la India- para poder alcanzar la “paz espiritual”. Sus adeptos, entonces, lo consideraban un “maestro” y una vía para llegar a la excelencia espiritual.

Nicosia no escatimaba en calificativos a la hora de darse a conocer ante un público nuevo: se llamaba a sí mismo “ser superior” y decía tener “poderes especiales”. Además, se jactaba de saber lo que pensaban quienes lo rodeaban. Tenía una gran capacidad para atrapar a sus víctimas y persuadirlas para que se deshicieran de todos sus bienes materiales (casas, departamentos, vehículos y dinero) y fueran a vivir con el resto del grupo. Al mismo tiempo, obligaba a sus discípulos a interrumpir todo tipo de contacto con sus familias o amigos del “mundo exterior” porque, advertía, estaban “contaminados”.

El dinero que ingresaba a la organización, ya sea por la adquisición de bienes o de la explotación laboral de las víctimas, se utilizaba para saciar los gustos de Nicosia: dilapidaba fortunas en el alquiler de propiedades lujosas, vestimentas y otros artículos, sobre todo, joyas.

Además de la manipulación psicológica de los damnificados, Nicosia impartía castigos desmesurados a quienes incumplían con alguna de las condiciones establecidas para lograr una supuesta “protección espiritual”: las golpizas, aislamientos, ayunos forzados y extenuantes jornadas de trabajo forzado sin remuneración eran una constante dentro de la organización. Ni siquiera se les permitía atención médica en caso de lesiones o enfermedades.

El hombre tenía un total control sobre la vida de los participantes del Ministerio: decidía qué servicios debían brindar, horarios y quiénes debían acompañarlo a comer, por ejemplo. Sus propios hijos -los llamaba “discípulos externos”- tampoco quedaban exentos de la red de explotación que comandaba. En caso de que alguien intentara escapar de la congregación, el “gurú” apelaba a la difamación (acusaciones sobre consumo de drogas o prostitución, la mayoría de las veces) para, no sólo denigrar a quienes pretendían huir, sino también para aleccionar a los que se quedaban. 

Las normas de conducta que imponía incluían, por ejemplo, que desde temprana edad los chicos debieran anotar en un papel sus pensamientos. Esto apuntaba, por un lado, a tratar de evitar que existieran confidencias entre discípulos y/o hermanos, y por el otro, a generar un ambiente de desconfianza generalizada.

 

 

Violaciones sistemáticas y el verso del "rito de iniciación sexual" 

Nicosia abusaba sexualmente de sus víctimas, incluidas sus propias hijas, con quienes tuvo descendencia. Con el pretexto de que él era un “ser divino”, tenía muchas mujeres e hijos con cada una de ellas, llamando a las primeras “esposas” o “madres”. Todas eran consideradas esposas del líder, incluso, aunque estuvieran casadas legalmente con otros discípulos. Producto de esos abusos, tuvo catorce hijos con seis mujeres diferentes, dos con sus hijas biológicas. En el último caso, las criaturas fueron registradas como hijos biológicos de otros miembros de la congregación. En total, se falsificó la identidad de trece personas.

Además, obligaba a los discípulos a tener relaciones sexuales entre ellos. Él presenciaba esas escenas personalmente o a través de filmaciones, con las que luego producía material pornográfico.

Consciente de que a raíz de las prácticas incestuosas podía embarazar a sus hijas biológicas, encargaba a otras mujeres que controlaran sus ciclos menstruales. Las violaciones sistemáticas se extendían a todas las mujeres de la congregación como parte de “ritos de iniciación sexual”. Atacaba a las mujeres en el ámbito de la clandestinidad y el secretismo y, de hecho, aquellas que quedaban embarazadas, debían guardar silencio sobre lo ocurrido.

Nicosia sometía a sus víctimas -muchas, menores de seis años-, aduciendo que era parte de los ritos de iniciación sexual o aprendizajes que les servirían para poder formar una familia en el futuro, y las obligaba además a tragar su semen porque daba “buena energía”. Otro de los argumentos para avalar sus abusos era que debía violarlas para evitar que otros hombres las lastimaran. Los denominados ritos de iniciación sexual incluían orgías de las que participaban madres e hijos biológicos o entre hermanos de sangre.

 

 

Torturas, golpizas y simulacros de fusilamiento

De acuerdo a los testimonios expuestos por las víctimas en Cámara Gesell, en algún momento, todas las personas reclutadas padecieron o presenciaron distintos actos de violencia física y psicológica por parte de Nicosia. Uno de los entrevistados contó ante la justicia que el “líder espiritual” lo lanzaba de cabeza por las escaleras, previo sujetarle los pies con cinta de embalar. O que solía electrocutarlo con una máquina de acupuntura, le tiraba alcohol en los ojos y nariz, e intentó ahogarlo en el inodoro. Otro dio cuenta de que Nicosia solía torturarlo con electricidad para “sacarle los demonios de adentro”, cuando aún era chico.

Los relatos de las víctimas abundan en detalles escabrosos: quemaduras en las manos para borrarles las huellas dactilares, encierros durante meses, comida podrida como castigo, golpes con rebenques, infecciones sin ningún tipo de tratamiento médico y hasta simulacros de fusilamiento estaban a la orden del día. 

Ni siquiera los niños y niños de la secta quedaban librados de la ferocidad del “gurú”: en una oportunidad los obligó a presenciar el descuartizamiento de un poni, al cual luego debieron quitarle las vísceras, y los instaba a disparar con arcos y flechas a gatos colgados de los árboles. Esto, en reiteradas oportunidades, incluía el uso de armas de fuego.

 

 

El instructor de yoga que promovía relaciones “swingers ligth” y murió en la cárcel

En 1978, Eduardo Agustín de Dios Nicosia y un grupo de discípulos se trasladó a Caracas, Venezuela, en busca de nuevos adeptos ya que consideraba que Mar del Plata estaba "agotada". Allí, en 1980, quedó detenido, acusado de haber participado del crimen de una “discípula externa”. A fines de 1984, tras recuperar su libertad, forzó a toda la estructura a regresar a Mar del Plata y a instalarse en el hotel Litoria. Al año siguiente instaló el grupo en una quinta ubicada en la localidad bonaerense de Moreno hasta 1991, cuando retornó a Venezuela.

El 5 de julio de 2018, dos días después de que se allanara el hotel City y quedara al descubierto el accionar de la organización delictiva, Nicosia fue indagado pero se negó a declarar. El 27 de septiembre de ese mismo año, rompió el silencio y dijo que se había desempeñado como instructor de yoga desde 1972 -actividad que definió como “filosofía de vida”- y rechazó la existencia de una secta.

En el mismo sentido, desestimó las acusaciones de violaciones y abusos que recaían sobre él. Según sus dichos, junto a otras parejas llevaba una forma de vida que denominó “swingers ligth”, en la que tanto hombres como mujeres tenían los mismos derechos. En cuanto a sus hijos, reconoció solamente a tres y los identificó como los que “tienen dedos pinza de langosta”. Al mismo tiempo, dijo desconocer si era padre de siete personas y negó su paternidad sobre otras dos.

Durante su declaración, Nicosia explicó que cada matrimonio que conformaba el “grupo swinger” inscribía a los niños nacidos de las respectivas madres como hijo biológico de la pareja en el Registro Civil. En la misma línea, sostuvo que nunca obligó a nadie a tener relaciones sexuales ni le propinó golpes o torturas; y que tampoco tuvo relaciones sexuales con sus propios hijos ni otros de los que no estaba seguro de que fueran.

Tras ser detenido, Nicosia fue alojado en el Complejo Penitenciario Federal 1 de Ezeiza, en donde murió en enero de este año. Tenía 74 años y su estado de salud se había debilitado en los últimos meses de vida.