"Velatorio de cenizas", el último adiós que impuso la pandemia en Mar del Plata

En casa Sampietro implementaron estas ceremonias para que las familias de las víctimas de la pandemia puedan tener una despedida digna, al no poder velar los cuerpos por el riesgo de contagio.

El "duelo congelado", una de las grandes secuelas que deja la trágica experiencia del Covid-19. Foto: archivo 0223.

19 de Junio de 2021 08:06

“Ninguna vida humana es más larga que los últimos segundos de lucidez que preceden a la muerte. Veinte, treinta, sesenta, diez mil años de pasado tienen la misma extensión y la misma realidad. Del incendio colosal no queda más verdad que la ceniza.” (El entenado, Juan José Saer; 1983) 

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Dato. El dato abunda en pandemia. Hoy se puede saber – con precisión fría, matemática – la tasa de mortalidad, la tasa de letalidad, la cantidad de fallecidos por día, la cantidad de fallecidos por edad, la cantidad de fallecidos por comorbilidad, la cantidad de fallecidos por sexo. Pero son números crueles, superficiales. Que no se conmueven por biografías, ni por las familias que hay detrás. Tampoco responden las preguntas importantes: ¿cuántas personas se van sin acompañamiento? ¿Cuántas personas llegan al último día sin poder ver una sola cara conocida? ¿Cuánta dignidad hay en morir en soledad?

El dolor no se cuantifica. El dolor no se mide. El dolor se siente, y se vive diferente. Los funebreros están acostumbrados a lidiar con las múltiples expresiones de dolor ajeno. Es su trabajo. Pero desde que el Covid-19 paralizó al mundo, desde que el virus alteró hasta el rito más sagrado, se enfrentan a otra cosa: a un sentimiento potenciado por la bronca. Porque los familiares de las personas fallecidas por la enfermedad no tienen posibilidad de despedirse físicamente de su ser querido. El protocolo sanitario no admite grises y prohíbe los velatorios tradicionales por el riesgo de contagio que supone el cadáver, tal como ocurrió en los tiempos de la peste bubónica.

La separación brutal - antinatural - que sufre el sobreviviente con el deudo se tolera en la mayoría de los casos, pero a veces no se soporta. "Estamos cuerpo a cuerpo con las familias y sabemos que podemos ‘ligar’ el enojo de la gente por la situación, por lo que está pasando, y lo comprendemos. Pero varias veces nos ha pasado que viene el familiar de alguien que fallece por coronavirus y lo quiere velar sí o sí. Y la verdad que no podemos hacerlo y en algunos casos terminamos perdiendo el servicio. No es un tema de capricho. Nosotros entendemos el dolor pero también nos queremos cuidar. Yo tengo familia", dice Diego Carosone, de casa Sampietro.

Carosone es el director de ceremonial de la cochería, una de las más reconocidas en Mar del Plata, y destaca que, a pesar de las discusiones que puede haber con las familias, "la mayoría de la gente entiende" las restricciones "cuando te sentás a hablar". Porque las medidas afectan, incluso, a las despedidas de aquellos que mueren por causas ajenas a la pandemia. Los velorios son cortos, de dos horas, con un aforo de hasta diez personas. Sí, todo, en estos tiempos, parece quedar reducido a un trámite.

"El 95% de las personas es muy consciente. Llegamos a tener velatorios donde la gente está directamente afuera. Son muy pocos los problemas o intercambios de palabras. Siempre tratamos de pedir que roten pero nosotros tampoco somos quién para decir 'vos rotá, vos no'. Cuando está la esposa, la madre o el hijo del que falleció, uno no le puede pedir que se vaya afuera. Es insensible. Confiamos en la responsabilidad y, por suerte, hay mucha comprensión en este tipo de cuestiones. Tampoco es que exigimos cosas ilógicas en un momento tan difícil. Somos coherentes", asegura.

En diálogo con 0223, Carosone revela que Sampietro comenzó a implementar los “velatorios de cenizas” para que las familias de las víctimas de la pandemia puedan despedirse. Con dignidad, al menos. “Ahora se hacen cada vez más estas ceremonias. No las habíamos hecho nunca. No digo que sea lo mismo pero por lo menos es una manera que tiene la gente de homenajear al familiar que se fue de golpe, sin despedida, sin aviso, sin ningún contacto cercano. No deja de ser triste y doloroso”, dice, y sostiene: “El velatorio es muy importante. Porque el duelo no pasa por vestirse de negro, eh. El duelo es asumir la muerte, aceptarla. Y no es fácil aceptar esto”.

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En el campo de la salud mental, toda pérdida (física, laboral, de relaciones, de encuentros) se reconoce como un “duelo”. El duelo es la reacción-respuesta personal, cognitiva y afectiva, que tiene una persona frente al acontecer de una pérdida, según sintetiza el psiquiatra Roberto Ré (M.N:43.935), quien considera que el contexto inédito de pandemia genera que “toda la sociedad esté impactada” en mayor o menor medida: “La cantidad de fallecimientos pone en punto crítico seguridades frente a la continuación de la vida y esto genera, especialmente en el hombre y la mujer actual, un estado especial de incertidumbre”.

Ré es el director y fundador de la Red Sanar, una organización gratuita y ecuménica con más de dos décadas de historia en el país – cuenta con un dispositivo en Mar del Plata – que trabaja sobre las bases de la psicoeducación. El médico reconoce que el trabajo “es altamente significativo e intenso” desde marzo del 2020 tanto en los consultorios como en las redes sociales. “Muchas personas se han acercado con distintos tipos de grados de ansiedad, fobias u obsesiones. Hay una segunda pandemia que es la pandemia de la salud mental. Este aislamiento genera un duelo en relación con las circunstancias del mundo y hay muchas cosas nuevas que tenemos que aprender a resolver con el tránsito de esta situación que nos tomó por sorpresa”, advierte.

 

El duelo tiene etapas y se trabaja por tiempos. El primer paso lo determina el “shock”, o “impresión significativa”, y después aflora la “emoción perturbadora” a través de sentimientos evidentes como el enojo y la impotencia. El llanto o tristeza, en esta instancia, no tiene por qué aparecer necesariamente. “Uno se va sumergiendo en la pena de manera gradual y sistemática hasta que llega un momento en el que hay que salir del silencio”, dice el profesional, quien estima que, en promedio, un paciente con “equilibrio psíquico” puede demorar un año en superar la experiencia traumática.

Al psiquiatra no le sorprenden los nuevos ritos de despedida que tienen lugar en la pandemia y recuerda, en el mismo sentido, el fuerte peso histórico-religioso que tiene la ceniza para la civilización occidental. "No deja de ser una representación simbólica antigua que está en la memoria colectiva de todos los pueblos que venimos de la civilización del libro, es decir, de la Bibilia, donde hay un Dios único. Ahí, la ceniza es lo más cercano a la muerte porque es la consumación de lo orgánico. Por eso en los antiguos pueblos tirar ceniza era una forma de representar la muerte", argumenta.

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Por su labor de largos años, el hombre de Sampietro reconoce que tiene “motivos dolorosos como para escribir un libro” pero recuerda particularmente el caso de una mujer cuyo padre, un adulto que estaba internado hace seis meses en una residencia de larga estadía de la ciudad, falleció en un reconocido hospital privado por un problema respiratorio. “Por los síntomas, ingresó como caso Covid. Ya estaba grande, con un estado de salud muy delicado. Luchó cuarenta y ocho horas hasta que falleció al mediodía. Pero a la tarde, a la hija la llamaron para decirle que al final no se había contagiado. Y ella lloraba, más que por la propia muerte, porque no lo había podido despedir. Porque lo había dejado solo. Sentía que lo había abandonado”, comenta.

Carosone comparte esta historia para poner en evidencia las circunstancias límites que impone la pandemia y, al mismo tiempo, para demostrar el grado de dolor con el que convive permanentemente el sector funebrero. Él reconoce, de hecho, que no es infalible y que lo han conmovido muchas situaciones durante el trabajo. “Este tipo de cosas que te digo te pegan mucho. No es que uno es duro y no le pasa nada. Hay personas que las ves y realmente te dan ganas de ponerte a llorar con ellas. Yo, quizás, puedo entrar a una morgue y ver varios cadáveres y no me impresiona porque estoy acostumbrado pero ver el dolor de la gente es otra cosa totalmente distinta. Eso sí te llega”, confiesa.

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“Duelo congelado” es el diagnóstico médico que enmarca el drama que viven las miles de familias de personas fallecidas por coronavirus, es decir, el drama de no tener un cuerpo para despedir. En estos términos, surge una analogía clara: el dolor de la pandemia es solo comparable con el de las tragedias nacionales más importantes. El “duelo congelado” es lo que ya vivieron – y viven, probablemente – las Abuelas de Plaza de Mayo con los nietos que arrebató la dictadura. O lo que ya vivieron – y viven, probablemente – los familiares de los “44 del ARA San Juan” que durante años le pidieron a Mauricio Macri que rescate al submarino: no por el submarino, sino por los cuerpos que allí descansan. O lo que ya vivieron – y viven, probablemente – los familiares de los tripulantes de los buques marplatenses Repunte y Rigel.

En una investigación publicada a fines del 2020, Julieta Arbizu, Claudio Cepeda y Mariana Kantt, los profesionales del Centro de Asistencia Psicosocial, Prevención y Seguridad (Capps) del Puerto local que brindaron contención psicológica a las familias de los marineros del Rigel y el Repunte, advierten que este particular trauma “imposibilita la elaboración de la pérdida” y provoca que el proceso de aceptación “se extienda interminablemente”. “Para las familias del puerto de Mar del Plata, transitar las calles con largas caminatas, levantando las banderas cuando se cumple un mes más del hundimiento de cada barco, es su visita al cementerio. Los muros pintados, las placas, canciones y documentales son los rituales que particularmente logran poner en palabra la angustia de la ausencia”, explicaron los especialistas, en un documento donde narran sus experiencias con familiares de desaparecidos en el mar.

El referente de la Red Sanar coincide con la mirada y advierte que la resolución del duelo congelado demanda “mucho más tiempo”. Dice que, a veces, estas experiencias pueden extenderse por dos o tres años o transformarse en “duelos crónicos”, algo que el especialista en superación de traumas, duelos y fobias mira con profunda preocupación. “Quien no resuelve un duelo, sin lugar a duda, va a pagar un alto costo de vida y de expectativa de salud mental. Es importante la resolución del duelo en tiempo presente y en el ‘timing’ que cada uno necesita para elaborarlo”, señala.

El psiquiatra, además, aclara que ningún duelo debe ser “medicalizado” ni resuelto a la fuerza a través de fármacos ansiolíticos o antidepresivos. “Solo cuando el dolor y el sufrimiento ha tomado un estado de importancia significativa desde el punto de vista clínico, hay que medicar al paciente para evitar un sufrimiento y un menoscabo mayor. No es una solución. Es una medida que acompaña para no tener otras complicaciones como desgastes por mal dormir o estrés o liberación de neurotransmisores negativos que van a provocar daños en la salud general de la persona”, explica, y ratifica: “El verdadero proceso pasa por la comprensión y la reflexión”.

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Ré también concibe un “tiempo de educación especial” previa – es uno de los abordajes que propone como eje su organización - que se puede brindar a las personas para que dispongan de herramientas genuinas para afrontar un duelo a futuro. Es decir, se puede aprender a vivir un proceso de estas características sin tener que sufrir una pérdida. “En estos casos, los avatares del duelo suelen ser más cortos, más productivos, y suelen tener una mejor relevancia significativa”, considera.

“A través de la psicoeducación, uno puede comprender las distintas etapas y este aprendizaje sirve para después, cuando ocurre la pérdida. Lo importante no pasa por resolver esto con mayor o menor rapidez sino sin tanto costo de estrés, sufrimiento y salud. Todo duelo, en definitiva, implica un aprendizaje personal intransferible y queda claro que cuando es bien elaborado puede marcar el territorio para una vida sana”, concluye el médico.