El arte de ayer, el arte de hoy

Las primeras muestras de pinturas del ser humano se encuentran entre el norte de España y el suroeste de Francia, siendo las más conocidas las cuevas de Altamira y las de Lascaux. Tienen más de 35 mil años y aún hay dudas sobre si había una intencionalidad en la práctica o solo era por placer.

Las pinturas nos llegan hasta hoy debido a las condiciones climáticas que proporcionaron las propias cuevas.

27 de Noviembre de 2022 10:38

Llamamos Prehistoria al período que va entre la aparición de los primeros homínidos y la invención de la escritura. Si bien se reconocen dos etapas, la edad de piedra y la de los metales, en la parte final del Paleolítico, entre 40 000 a. C. hasta 10 000 a. C, es cuando aparecen las primeras manifestaciones artísticas como pinturas rupestres en Europa (aunque se detectan algunas manifestaciones más antiguas en el continente africano).

En ese momento, la sociedad era nómada y estaba conformada por cazadores, pescadores y recolectores. Durante la estadía vivían en abrigos y cuevas en grupos muy pequeños.

En ese contexto aparece el homo sapiens, antecesor del ser humano actual, quien prevaleció por su superioridad cultural y su capacidad de adaptación. Este alcanzó muchas extensiones territoriales y comenzó a despertar su interés por las creencias religiosas y la expresión artística.

Se han encontrado en el interior de las cuevas, así como en abrigos al aire libre.

Las muestras más antiguas se encuentran entre el norte de España y el suroeste de Francia, siendo las más conocidas las cuevas de Altamira y las de Lascaux.

Las paredes de las cuevas eran útiles para darle volumen a las imágenes que representaban hechos cotidianos de la sociedad. Se han encontrado en el interior de las cuevas, así como en abrigos al aire libre.

Las pinturas demuestran ciertos efectos de movimiento que nos hacen pensar en las condiciones del arte actual. Aquel del Paleolítico pintaba lo que estaba viendo, sin técnica y sin pensar en un concepto de arte. Se trata de un arte de cazadores primitivos que estaban aún descubriendo una forma de salir del individualismo y meterse en moldes sociales inestables.

Las muestras más antiguas se encuentran entre el norte de España y el suroeste de Francia.

Las imágenes representan figuras de animales y algunas figuras antropomorfas. Se usaba el grabado y la pintura con símiles pinceles y los dedos de la mano. José Antonio Cabezas, en En busca del fuego (Espasa2020), explica que “En cuanto a los materiales, era característico el uso de pigmentos minerales orgánicos pulverizados, como el óxido de hierro, manganeso, hematita, limonita, arcilla, yeso y carbones vegetales. Los colores que estos elementos proporcionaban se correspondían con un amplio espectro de matices, que iban desde el rojo hasta el negro, pasando por los tonos ocres, marrones y blancos. Estos pigmentos se aglutinaban con algún tipo de elemento, como la grasa o la resina, para que se adhirieran mejor al soporte sobre el que se iban a aplicar”.

Las pinturas nos llegan hasta hoy debido a las condiciones climáticas que proporcionaron las propias cuevas con una temperatura estable y una situación de humedad acorde.

Entre los animales que se representaron han quedado mamuts, rinocerontes, caballos, bisontes y de los antecesores de los toros. También se pueden encontrar figuras geométricas y representaciones de figuras antropomorfas en situaciones sociales o religiosas. Mención destacada es la representación de las manos, tanto en positivo en color como negativo, que era pintada a través del pulverizado de la pintura con la ayuda de una paja o tubo (la mayoría son manos izquierdas). Algunas de las figuras antropomorfas están disfrazadas y en otros casos con los órganos sexuales bien definidos.

Las muestras más antiguas se encuentran entre el norte de España y el suroeste de Francia.

Si bien no se sabe la intencionalidad de las obras, o si eran rituales, el ya citado José Antonio Cabezas en su libro explica varias de ellas: “Una primera interpretación del arte Paleolítico fue propuesta por Édouard Lartet, geólogo y prehistoriador francés, quien pensaba que las pinturas en las cuevas y las decoraciones en los utensilios estaban hechas por mero placer, lo que en términos actuales se entendería como el arte por el arte. Esta teoría fue abandonada cuando se descubrió que no solo había dibujos y grabados en las entradas de las cuevas o en salas amplias, donde podían ser admirados por todo el grupo, sino que había otras realizadas en lugares angostos a los que únicamente se podía acceder tumbado o en cuclillas. Otra teoría muy extendida fue la de la magia simpática, formulada por Reinach a principios del siglo XX y desarrollada por Henri Breuil, arqueólogo y sacerdote francés considerado el padre de la Prehistoria. Breuil opinaba que estas representaciones favorecían la caza. En su opinión, estos pueblos primitivos creían que, si plasmaban al animal en la pared, quedaría bajo su dominio y que el éxito de la caza estaría asegurado. De la misma forma, para defenderse, pintaban animales depredadores que suponían un peligro para ellos, con el fin de destruirlos y, además, reproducían escenas donde aparecían machos y hembras para fomentar la fecundidad y, así, la multiplicación de las especies”, entre otras.  También suma las opiniones de  Jean Clottes y David Lewis-Williams, que por su parte, sostenían que “Las manifestaciones artísticas paleolíticas eran fruto de experiencias místicas, sueños, visiones e, incluso, del estado de trance en el que se encontraba su pintor. De esta manera, según estos autores, las cuevas eran lugares de culto a través de los cuales el hombre podía entrar en contacto con los espíritus. Por último, han surgido otras teorías que proponían que estas pinturas, signos y grabados eran un medio de comunicación. Pero ninguna de ellas ha quedado realmente demostrada, quizá porque, al tratarse de un tema tan subjetivo, no ha sido posible hacerlo”.

Resulta muy complejo identificar cuál era la finalidad de las obras o su significado por la distancia temporal, pero Arnold Hauser, en su clásico Historia Social de la literatura y del arte, sostiene que “Todos los indicios aluden a que este arte servía de medio a una técnica mágica y, como tal, tenía una función por entero pragmática, dirigida totalmente a inmediatos objetivos económicos. Pero esta magia no tenía sin duda nada en común con lo que nosotros entendemos por religión; nada sabía, al parecer, de oraciones, ni reverenciaba fuerzas sagradas, ni estaba relacionada con ningún género de creencias ni con ningún ser espiritual trascendente (…)  La mejor prueba de que este arte perseguía un efecto mágico y no estético, al menos en su propósito consciente, está en que en estas pinturas los animales se representaban frecuentemente atravesados con lanzas y flechas, o eran atacados con tales armas una vez terminada la obra pictórica. Indudablemente se trataba de una muerte en efigie. Y que el arte paleolítico estaba en conexión con acciones mágicas lo prueba, finalmente, la representación de figuras humanas disfrazadas de animales, la mayoría de las cuales se ocupa indiscutiblemente de ejecutar danzas mágico-mímicas”.

La idea sobre el arte es algo muy operativo, pero esencialmente indefinido. La gran pregunta es si el arte prehistórico, aquellas pinturas de las cuevas del paleolítico que nosotros consideramos arte, lo era para ellos también.

Quizás, como pensaba Theodoro Adorno, hay arte desde el origen mismo de la humanidad o, al menos, desde un momento muy temprano. Tal vez se hacía solo por el placer que provocaba y/o una contemplación desinteresada. Quizás hoy sigamos haciendo lo mismo o, acaso, en algún momento se perdió el camino.