Moreno: La cruda belleza de un realismo sucio y existencialista.

Moreno (Borde Perdido Editora – 2025), la nueva novela de Diego Cano, emerge con toda su fuerza a medida que uno avanza en la lectura. Hablamos de un texto que no solo se lee, sino que se habita.

Es en su carácter político donde Moreno revela su verdadera fuerza.

1 de Junio de 2025 10:21

"Los drogados nunca pisaban las hormigas. Tenían las pupilas tan dilatadas que ya no podían imponer la mirada de día, aunque les daba una sensibilidad inusual por los insectos y animales. Sin embargo, a pesar de la droga, el sueño no los dominaba y sí la energía feroz de un vivir infinito", comienza diciendo el narrador de Moreno, la  nueva novela de Diego Cano.

Desde sus primeras líneas, el lector se ve inmerso en un universo denso, con diálogos punzantes, cargados de frases filosóficas y una atmósfera opresiva, pero real y cotidiana para muchos habitantes de barrios de diversos lugares del país.

Cano nos sumerge en las entrañas de un barrio que es un verdadero agujero negro, un espacio que devora y transforma, un Moreno que se siente en las tripas de la provincia, ese límite entre la ciudad y lo que se esconde en sus márgenes. La experiencia del lector, quizá “acostumbrado” a otra realidad, se convierte en la del propio narrador: sienten el impacto de lo desconocido, de lo crudo, de lo que desborda cualquier imaginario previo.

Sin embargo, esto no evita que el texto también esté cruzado por lo político. Desde una droga que vuelve blancos a los negros, hasta una necesidad de escalar en la línea de autoridad de las agrupaciones, la historia está en juego constante con la relación apariencia-verdad o discurso y realidad. "Yo tengo formación en Ciencias Políticas, entonces me brota esa parte cuando leo o cuando escribo, no puedo evitarlo. Me interesa cómo se construye un discurso, cómo se arma un relato y cómo se llega a instalar que eso puede cambiarle la vida a alguien", sostiene el propio Cano. Por su parte, Manuel Moyano Palacio, desde la contratapa, agrega: "No están, pero sí están: el ‘Denle verga’ de El Matadero, el Moreno de La vuelta de Martín Fierro, el Moreno periodista y fundador de la patria, la Morena escritora plebeya, el tango ‘Qué conchaza tenía la vieja’ de Los Sorias".

Portada de Moreno.

—¿Vos decías que esta novela tiene cierta influencia más de Laiseca que de Aira?

—Sí, claro. Hay cosas que la diferencian del estilo "aireano" y la acercan más a Laiseca. Por ejemplo, esta novela, para mí, es sumamente política y Aira no tiene una novela así. Después, está todo ese realismo sucio, todo eso tan crudo que la acerca a Laiseca. De hecho, hay un jueguito con uno de los protagonistas, John Craguin, que es un homenaje a la primera novela de Laiseca: Su turno para morir. Quizás a Aira se le acerca en ese fluir a la deriva, casi sin límite, que va para donde va la historia, pero que, además, cierra. Y ahí aparece otra diferencia: yo creo que Aira me criticaría eso, en el sentido de que hay algo más con un sentido hacia dónde va la novela.

El "caos" en Moreno tiene un propósito, el delirio una lógica interna. La trama, centrada en una droga que vuelve "blancos" a sus consumidores (una metáfora brutal sobre la apariencia y la realidad, la identidad y la disolución), es el engranaje perfecto para explorar la miseria humana, el poder, la política y la resistencia.

El humor, crudo y descarado, se infiltra en medio de la tragedia, como un respiro incómodo que desnuda aún más la precariedad de los personajes.

Frases como: "Negaba querer negarlo todo como forma de enfrentarse a su vida" o "Lo que tenía que hacer era no pensar, que siempre es mejor que pensar en exceso", le dan un vuelo mayor al texto y a los personajes que las enuncian. Aparecen así, de la nada, en medio de otros discursos y en otros registros, demostrando el buen uso del lenguaje y el acertado sentido de la oportunidad para construir un personaje del autor.

La obra literaria de Diego Cano.

Pero, como se dijo, es en su carácter político donde Moreno revela su verdadera fuerza. La novela de Cano es un grito, un discurso que se construye a través de la experiencia misma de la escritura y la denuncia de que la ficción también se nutre de la realidad. "Viste que en un momento en la novela toman una comisaría, yo me puse a buscar sobre eso y me encontré con que eso pasó en realidad, habían tomado una comisaría. Es una historia real. Mi novela es todo un mundo delirante, pero construido con cosas que pueden pasar y que, sobre todo, pasaron", ejemplifica el autor.

Las ilustraciones de Nicolás Moguilevsky se integran a la experiencia de lectura de forma orgánica. Los trazos dialogan con la impronta de la novela, "Porque las ilustraciones tienen que ver con eso sin límites", dirá Cano. Pero también tienen que ver con ese sentido vanguardista del libro, con la presencia de las onomatopeyas, de los ruidos, de la repetición de palabras, de lo experimental.

"Moreno" tiene 86 páginas. Pero no se dejen engañar por el tamaño. Es una historia muy potente, densa y cargada de significatividad. Por ejemplo, la invención de la droga, que juega con la percepción de la blancura, no es solamente un recurso o un juego narrativo; es una herramienta filosófica y política que cuestiona la construcción de relatos, la imposición de discursos y la manipulación de la verdad.

La nueva novela de Diego Cano no le pide permiso al lector. Te agarra de sorpresa, te fuerza a seguir adelante con la lectura, te obliga a una experiencia sensorial sin pausa. Moreno, con sus 86 páginas, dialoga con Aira, con Laiseca y con la realidad de todos los días. Pero cuidado, porque dialogar no quiere decir que unos hablen sobre otros. La voz de Moreno se planta con potencia y se impone a fuerza de maduración y singularidad literaria.