El lujo es vulgaridad

Así lo quiero ver: picante. No porque esos gestos inusuales lo conviertan en mejor jugador… eso es  imposible. Sino porque  en esos gestos Messi es cada vez más humano y por lo tanto más nuestro. Más maradoniano. Más potrero… más argentino.

En este mundial Messi se mostró más humano, más nuestro.

Siempre me llamó la atención esa idea de que Messi es mejor que Maradona porque fuera de la cancha es un pibe educado, respetuoso, podríamos decir que hegemónico. Digo hegemónico porque durante mucho tiempo no conocíamos su discurso más allá de alguna frase suelta en entrevistas repetitivas y controladas seguramente por agentes de prensa. Conocíamos su voz pero no su discurso, hasta que en 2019, después de quedar eliminados de la Copa América tras perder 2 a 0 con Brasil, Messi embistió contra la Conmebol, dijo que el arbitraje había perjudicado a la Argentina y que seguramente la entidad que maneja el fútbol sudamericano no haría nada porque “maneja todo Brasil”.

Ese es el Messi que me gusta, el que pone en palabras, el que elabora discurso con el dolor de un pueblo. Messi dijo entonces lo que todos los que amamos el fútbol sentíamos. Y así, dejó de ser solamente el marciano que es capaz de romper todos los récords para convertirse en nuestro capitán. En el hombre detrás del mito, en el sucesor definitivo de Maradona, ahora sí en todos los terrenos.

En esa Copa América, Messi también se convirtió en el hacedor de un grupo que —junto al cuerpo técnico encabezado por Lionel Scaloni— empezaba el camino de reconstrucción y refundación de una selección que cargaba la cruz de la derrota, pero sobre todo que había quebrado la relación simbólica con el pueblo futbolero. No había identificación. Eran para muchos los “millonarios” que no sentían la camiseta, incluso algunos imbéciles se animaban a decir que Messi no era argentino porque no cantaba el himno.

Qatar muestra a un Messi líder y feliz.

Entonces empezamos a ver a Messi riéndose, a Messi disfrutando de la Selección, del encuentro con sus compañeros, mientras la curva de su carrera alcanzaba la cúspide y empezaba a descender, a tal punto que el Barcelona ya no creyó que era viable invertir millones de Euros para mantenerlo en la plantilla y puso en crisis todo dejándolo sin contrato. Mientras Messi caía en su club —y empezaba a buscar lugar en el PSG— la Selección se convertía en su casa y nos daba un título importante después de décadas. Ya no estaba la figura poderosa del jefecito Mascherano, tampoco el Diego hombre, siempre espejo de sus frustraciones. Ya no. El diez y la cinta de la celeste y blanca eran solo para él. Para él como conductor de los nuevos que sentían que le debían la gloria.

Y Messi supo entonces interpretar su rol. Su rol en la cancha —no hay dudas que es el mejor Messi de todos los que vimos en la selección— pero también en el vestuario y frente a las cámaras. Hablándole a los rivales, a los árbitros, al poder… cara a cara. Arengando con el lenguaje plebeyo que lo acompaña desde siempre aunque la hegemonía de la Real Academia lo haya querido educar durante años. Messi habla en rosarino. Sin las eses, con la boca entrecerrada. Así habló siempre, pero ahora así también construye nuestro discurso: “¿Qué mirá, bobo… andápa´ya, bobo?", dice a alguien que está fuera de campo. No sabemos quién es y Messi no sabe que está al aire, y así se funda el gran mito. Desde el barro del lenguaje se vuelve identidad: el capitán ya no se mide… usa su poder para decir lo que nosotros no podemos a los que se creen superiores y son capaces de humillarnos. Porque eso es lo que pasó en la previa y durante el partido: los holandeses propusieron el terreno de las declaraciones como arena para la primera disputa de un partido que todavía no había empezado.

 

La previa se jugó con declaraciones y actuaciones en conferencias de prensa. Y entonces aparece la figura de Van Gaal. Un técnico que supo tener un enfrentamiento con Di María en el Manchester y con Juan Román Riquelme cuando coincidieron en el Barcelona. Primero dijo que él no lo había pedido para su equipo, después fue por más: “Usted es el mejor del mundo cuando tenemos la pelota. Cuando no, jugamos con uno menos”, dijo respecto a Román creyéndolo incapaz aportar en la marca para un sistema de juego que se pretendía novedoso. Y ese mismo gesto tuvo con Messi en la previa del partido de cuartos de final, no fueron las mismas palabras pero sí el mismo sentido. Messi no suma cuando no tiene la pelota. Y la declaración funcionó como un shock de energía para un Messi modo diablo: pase gol increíble para abrir el marcador y un penal convertido con elegancia. Y después: las manos en las orejas amplificando el sonido de la tribuna que se viene abajo, de cara al banco holandés, ante la mirada indiferente de Van Gaal. El Topo Giggio como Román aquel 8 de abril de 2001, en un superclásico en el que Boca se impuso 3 a 0 frente a River. El gesto lo hizo frente al palco donde el entonces presidente del club, Mauricio Macri, festejaba. En la previa también el dueño del poder local se había animado a disputarle el terreno simbólico a Román. Es que el diez se había animado a pedir más plata: Boca venía de ganar tres torneos locales, dos Libertadores y una Intercontinental ante los “galácticos” del Real Madrid. Macri desconocía el reclamo de Román y se animó a anunciar la venta del diez al Barcelona antes de que el propio jugador dijera nada. "Esta venta solucionará muchos problemas porque equilibrará las cuentas", dijo Macri respecto a los 26 millones de dólares que llevarían al máximo ídolo de Boca al viejo continente.

Como lo habían hecho Riquelme y Di María, Messi se enfrentó a Van Gaal.

El Topo Gigio de Román fue un gesto que alcanzó para construir discurso frente al poder. Quizás por eso Messi corrió y se plantó frente al banco holandés y no dudó en imitarlo. Porque la insurrección siempre tiene historia: nunca somos contra hegemónicos solos. Tenemos un legado. Y acá Diego —el paladín de las declaraciones contra el poder— fue Román y Román, Messi. Después llegó la frase que ahora es meme y remera. Y los dedos acusadores tildándolo de vulgar. Porque ya no es ese niño que todos pretendían domado por la lengua del Rey, sino el pibe de Rosario que se anima a usar esa dicción barrosa para decir lo que todos sentimos.

Pero no es lo único que hizo Messi en este Mundial, también le propuso un duelo a Robert Lewandowski en pleno partido para ajustar cuentas sobre declaraciones que el astro polaco hizo en alguna disputa del Balón de Oro. Primero le mostró la pelota y lo paseó un poco hasta ganar una falta, después lo ignoró ante el gesto fraterno del rival. Messi no está dispuesto a caretearla. Ya no. Pareciera que no quiere irse de Qatar sin resolver todo lo que tiene que resolver y decidió hacerlo en un Mundial, frente a los ojos de todo el mundo.

Un Messi decidido como pocas veces va en busca de la gloria definitiva.

El lujo es vulgaridad, canta el Indio —otro hombre mito de nuestro pueblo— y no hay frase más justa para defender a nuestro capitán. Así lo quiero, concentrado, firme, capaz de unir al grupo y a todos nosotros con la lengua filosa que decide no callar más. Así lo quiero aunque hablen de más lo que nos quieren tristes. Así lo quiero para ir en busca de la gloria definitiva.