Carnaval: la fiesta que el pueblo se concede a sí mismo

Tiene su origen en las celebraciones paganas. Las dictaduras los han prohíbido por su carácter igualitario, pero sigue siendo una fiesta que el pueblo vive de manera extraordinaria.

Si uno busca un origen pagano del carnaval tiene que recurrir, inevitablemente, a las fiestas Saturnales.

27 de Febrero de 2022 11:01

Si uno busca un origen pagano del carnaval tiene que recurrir, inevitablemente, a las fiestas Saturnales. Estas se celebraban en la antigua Roma desde el 17 y hasta el 23 de diciembre, en pleno solsticio de invierno. En ellas, se hacían ofrendas a Saturno, dios de la agricultura, y se brindaban banquetes populares. También se liberaba a los esclavos de sus obligaciones y quedaban suspendidas todas las actividades laborales. Al igual que en las fiestas en honor a Baco, las jerarquías sociales y familiares se igualaban.

Avanzando en el tiempo y pensando ya en los carnavales de la modernidad, sobre todo aquellos primeros de la Italia y la España moderna, se destaca a quien en muchos países se conoce como el Rey Momo (en la mitología griega era la personificación del sarcasmo, las burlas y la agudeza irónica). Este sujeto burlesco personifica lo festivo y, al final del carnaval, es quemado o destruido para con ello destruir, eliminar, la tristeza del pueblo. Si comparamos los carnavales modernos con las Saturnalias, en estas  últimas tenemos una figura que personificaba a Saturno (el rey de la Saturnalia) que, al finalizar la celebración y la orgia, sufría una muerte horrible para llevarse todo lo malo.

La máscara carnavalesca es liberadora.

La fiesta, la celebración como un paso de lo que tenemos hacia lo que queremos. De lo malo que puede surgir hacia la alegría y la igualdad que se quiere. De hecho, la palabra carnaval (carrus navalis) se refiere a una procesión de navíos, a un viaje asociado de las deidades y los espíritus de los muertos. Se dice que por donde pasaban había fiesta y celebración. Según defiende Juan Eduardo Cirlot, carnaval “aparte de su etimología carrus navalis se asocia a las ideas de orgía, trasvestismo, retomo temporal al Caos primigenio, para resistir la tensión ordinaria que impone el sistema. Las saturnales romanas, con trastrueque de amos y esclavos, con su «inversión del mundo», son el precedente más claro y directo del Carnaval”.

Es cierto, como escribe Goethe, que el carnaval es una fiesta que el pueblo “se concede a sí mismo, pero lo hace no tanto para hermanarse como para permitirse todo aquello que el resto del año no le está permitido e igualarse, supuestamente, al prójimo”. Goethe, en El carnaval de Roma, escribe: “por un momento parece que la diferencia entre los grandes y los humildes se haya abolido”. El carnaval no como una fiesta que se concede al pueblo, sino que es el pueblo el que se la concede a sí mismo. Es la definición clásica de Bajtin: “De hecho, el carnaval ignora toda distinción entre actores y espectadores. Los espectadores no asisten al carnaval, sino que lo viven, ya que está hecho para todo el pueblo”.

El carnaval como celebración, como instancia en el tiempo y en el espacio, igualadora. Aquellos sujetos que han padecido el poder tiránico, la exclusión, el maltrato o la discriminación ven en el carnaval una explosión de libertad y de igualdad con un toque de locura. Por eso también para los tiranos y los discriminadores, el carnaval es tiempo fuera del tiempo. Esa igualdad se logra a través de los rostros ocultos con antifaces, con misterio. La máscara carnavalesca es liberadora. Responden a la exclusión. La máscara opera una catarsis. No esconde, sino que revela, por lo contrario, tendencias inferiores que tratan de ponerse a la altura de todo. Las máscaras burlándose de la realidad.

Silvina Ocampo, en su fantástico cuento La máscara, nos dice: “Debajo del cartón, el sudor cayó de mi frente a mis ojos, prorrumpiendo casi en llanto, pero nadie veía lo que pasaba detrás de ese cartón, duro e interminable como la máscara de hierro. Poco a poco la careta embelleció un poco; la miré de nuevo en el espejo, creyendo que el cambio se debía a que entonces me miraba en un espejo diferente. Pensé que habría obrado la magia. Me acerqué hasta tocarlo, lo sentí frío sobre mi frente, tierno de pronto como un abrazo. La humedad del sudor me refrescó. Sentí renacer el triunfo de una pequeñísima belleza en aquella máscara extraña, porque se había humanizado”.

Hubo épocas donde el carnaval se prohibió. La decisión venía de gobiernos autoritarios, de aquellos que no pueden ver la igualdad o al ser humano como ser humano.  

En nuestro país, el gobierno de facto quiso borrar también la alegría. Quiso que nadie fuese igual. Entonces prohibieron las reuniones y el uso de disfraces que atentaran contra la moral y la decencia pública: uniformes militares, policiales, vestiduras sacerdotales y los que ridiculicen a las autoridades del Estado u otras naciones. Solo permitían jugar con agua durante el día, entre las 9 y hasta las 19, “en buenas condiciones de higiene, con globitos y pomos”, según decía el decreto Nacional.

Época oscura. Terrible y dolorosa. Época donde el tiempo  de carnaval cambió de función. Bien lo refleja Alejandro Dolina en sus Crónicas del Ángel gris: “Según una difundida leyenda, el carnaval fue alguna vez una fiesta popular, con personas disfrazadas, música, baile, bromas y murgas. En verdad cuesta creer semejante cosa. Como quiera que sea, la legendaria gesta ha muerto ya. Sin embargo, como silenciosas habitaciones vacías, han quedado ciertas fechas del almanaque a las que la terquedad general insiste en adjudicar la condición carnavalesca. Esos días son utilizados no ya para festejar, sino más bien para reflexionar y añorar la ausencia de la fiesta. Se trata, según se ve, de un curioso destino: pasar del entusiasmo a la nostalgia, de la pasión a la meditación, de la alegría a la tristeza. Muchos espíritus taciturnos se solazan con este estado de cosas y afirman que la farra y el desenfreno de otras épocas fueron apenas un paso previo e inevitable cuyo noble fin se cumple recién ahora, en el ejercicio del recuerdo”.

Eduardo Galeano define al carnaval  como “aquella invencible fiesta pagana, cuanto más la prohibían, con más ganas volvía”.

Pero aquellos días se recuperaron a pleno. Eduardo Galeano define esa fecha como “aquella invencible fiesta pagana, cuanto más la prohibían, con más ganas volvía”. Carnaval, carnavalización que permite desordenar y desordenarnos. Tiempo sin dueño y sin dueños. Luisa Valenzuela en Diario de máscaras (Capital Intelectual - 2014), asegura: "El carnaval es un tiempo de transformaciones y transgresiones. De tirar todo por la borda y saber que en esos días fastos podemos llegar a ser quienes siempre quisimos”.