Los misterios de La Mona Lisa

Sin conocer exactamente quién es, y solo sabiendo que lo único que hizo fue posar para Leonardo Da Vinci, La Joconde es el cuadro que todos conocemos. Su sonrisa y su poder de cautivar recién se destacan a mediados del siglo 19 y aún hoy sigue vigente.

La gestación del mito de La Gioconda exigía la construcción del mito de Leonardo.

28 de Agosto de 2022 09:10

La sonrisa de La Mona Lisa, cuadro icónico de Leonardo, salva a un chico de perderse en la deshumanización en un cuento de Ray Bradbury que se titula casualmente: La sonrisa.

Donald Sassoon, en su libro Mona Lisa (Ares y Mares – 2007), se pregunta: “¿Por qué La Gioconda, el retrato de Mona Lisa, es la pintura más famosa del mundo?”. La respuesta, en realidad, está respondida no solo desde la pintura misma, sino también desde su propia historia y desde la impronta de los poetas del siglo 20 que la convirtieron en una mujer misteriosa.

La obra de Leonardo es una de las pocas que cuenta con varios nombres. En Francia la llaman La Joconde, en Italia La Gioconda y en los demás países simplemente Mona Lisa. El cuadro es pequeño, mide 77 centímetros de altura por 53 de ancho y es uno de los apenas cuatro retratos de mujeres que pintó el autor (sin dudas el más reconocido).

La Mona Lisa es la única obra de arte detrás de un vidrio blindado.

La pintura está cargada de misterios y de técnicas revolucionarias para el mundo del arte. Da Vinci logró hacer de una persona completamente desconocida, un ícono mundial. Según el contexto histórico y los datos, Lisa no hizo nada excepcional más que posar para Leonardo. Pero esto no garantiza que se sepa quién es. Varios nombres circulan alrededor de la modelo original: Lisa Gherardini, la esposa de Di Zanobi Del Giocondo; Isabel de Este, marquesa de Mantua o Isabella Gualanda, una napolitana amiga de la poeta Vittoria Gualana, son algunas de las nombradas.

Sassoon nos dice que “La fama universal de la Mona Lisa la convierte en parte de la cultura popular. Sin embargo, y por encima de toda duda razonable, es fruto de la alta cultura: la pintó uno de los grandes maestros del Renacimiento, la compró el Rey de Francia y se conserva en el museo más celebre del mundo, en una de las grandes ciudades del mundo”. Dicha popularidad ha generado que, inevitablemente, tenga su propia sala, ya que miles y miles de personas transitan por el museo Louvre sabiendo que ella lo habita (quizás solo sea a ella a quien reconozcan).

El termino Gioconda ya se empleaba para designar los retratos de mujeres en una postura que empezaba a ser clásica. Pero el hecho por Leonardo, por su originalidad técnica, propició que en vida del pintor ya se considerara una obra maestra. La innovadora postura de la modelo y por su mímesis con lo natural, llevaron a que el arquitecto Vasari, primer biógrafo de Da Vinci, califique a la pintura como “revolucionaria”.

En la obra aparecen rasgos extraños para la época, como el raro paisaje del fondo y las manos, que no solían aparecer en los retratos, que tienen la misma fuerza pictórica que los ojos de la modelo mirando directamente al espectador (las mujeres solían pintarse mirando hacia abajo, pero en el caso de Lisa, ella devuelve la mirada). El fondo es asimétrico y la única estructura humana que se ve en él es un puente en el lado derecho que apenas se nota. El paisaje se ha construido en sentido vertical y Leonardo utilizó en él una técnica que rompió los moldes: acumular capas de pintura de oscuridad decreciente, para que la inferior se transparente y se consiga, mediante esa alternancia de luces y sombras, una ilusión de relieve con impresión de profundidad. El filósofo alemán Georg Hegel lo llamaba “magia de ilusiones cromáticas en los que los objetos se desvanecen”.

En la época se solían pintar las manos en los retratos, pero muy pocas veces tan manifiestamente como se ve en La Mona Lisa. En esta obra, ellas son indicadoras del borde inferior de la pintura.  Antes de Leonardo, en los retratos convencionales no había forma de saber si se estaba sentado o no, porque se los pintaba desde cerca de los hombros hacia arriba. En La Mona Lisa se nota que está sentada. Por otro lado, sus manos no sostienen nada, no cumplen función alguna. Por otro lado, desde las propias manos, perfeccionó el uso de la composición piramidal de los retratos, donde las manos de la modelo son la base de una pirámide cuya cúspide es la cabeza.

Entre los millones de bocetos, estudios y dibujos preparatorios que dejó Leonardo no se encuentra ninguno sobre Ella.

Entre los millones de bocetos, estudios y dibujos preparatorios que dejó Leonardo no se encuentra ninguno sobre Ella. Tardó cuatro años en pintarla, la fecha más probable del comienzo es marzo de 1503 y podría haberla terminado en junio de 1506, un tiempo similar al que se tomó Miguel Ángel para pintar el techo de la Capilla Sixtina.

La pintura conlleva trabajos arduos de restauración y de limpieza, muchos aseguran que en vano, porque no se podrá recuperar del paso del tiempo por los elementos utilizados. Ella está muy sucia, por un lado por su antigüedad, y por otro por el oscurecimiento de un barniz que le aplicaron en el siglo 16 en un intento de restaurarla.

La Mona Lisa no cuenta una historia. Es solo una mujer que “tal vez” sonríe. De hecho, Donatello plasmó sonrisas similares antes que Leonardo, pero ninguna tiene el aura de La Joconde. Ella no ríe, sonríe (se nota una ligera elevación de la comisura izquierda de la boca). La risa era algo raro en la pintura de retratos de la aristocracia durante la época renacentista. Por eso solo sonríe, guarda la compostura y el decoro. No queda claro si ella está alegre o triste. De hecho, en las primeras menciones sobre la obra, la trataban como si representara una belleza “típicamente italiana”. Hoy, su sonrisa, es casi obligación mencionarla e inevitable esquivarla al verla.

Donatello plasmó sonrisas similares antes que Leonardo, pero ninguna tiene el aura de La Joconde de Da Vinci.

Esa imposibilidad de resignificar a La Joconde viene de la mano de todo aquello que se aduce de la pintura, así como de todo aquello que se ha instalado a su alrededor. Por ejemplo, se ha intentado instalar que es una obra que “nos habla a todos, nos libera de sentimientos y nos invita al reconocimiento”. O que lo que nos “nos subyuga de La Mona Lisa apelaba a la notable técnica de Leonardo, que crea una sensación de textura y profundidad”. Lo que sí es cierto es que, la potencia de la imagen, la fuerza de lo popular con que cuenta, genera que llegue al inconsciente distinto al de otras obras artísticas. Como se decía antiguamente, “Nos mira con más fijeza que nosotros a ella. Somos más objeto de su atención que ella de la nuestra. Con la fuerza de su sonrisa y su mirada. Mira con la profundidad de un personaje divino”.

Se cuenta que Napoleón en 1800 ordenó sacar el cuadro del Museo y ordenó que lo llevaran a su propio dormitorio de las Tullerías. Cuando fue coronado emperador, en 1804, decidió devolverlo al Louvre. De ella, como otro ejemplo, dijo el poeta Thomas Moore: “Mona Lisa, en cuyos ojos podría perderse el pintor durante años”.

La Mona Lisa está hoy al alcance de todos y todas. La Jioconde es conocida por todo el mundo y es de las pocas obras que convoca público que sin otros motivos jamás pisaría un museo. Un fenómeno que comenzó a darse a mediados del siglo 19, hoy aún es inexplicable para muchos. Miles y miles pasan por día por su exclusiva sala para fotografiarla. No la miran a los ojos, si no que la visualizan y la reconocen luego al mirar la fotografía tomada. Un obra que ha ido escalando en popularidad e interés sin saber exactamente por qué.

El grito de Munch es probablemente una de las pocas obras modernas que se conocen más que su creador. Pero muchos creen que La Mona Lisa conquistó su posición especial por su vinculación con Leonardo Da Vinci y no al revés. Es decir que La Mona Lisa necesitó a Leonardo, la gestación del mito de La Gioconda exigía la construcción del mito de Leonardo. Pero esa es otra historia para otro domingo.