Gulag, la nueva novela de Diego Cano
Gulag sorprende al lector. La nueva novela de Diego Cano cuenta una historia entre zombis, Dios y la violencia que se vivía en un gulag. Otro gran trabajo del autor de Franz Kafka. Una literatura del absurdo y la risa y de Cesar Aira, El Comité Del Significante.
Gulag (Mansalva - 2023) es la nueva novela de Diego Cano. El autor señala, como esa imagen que dispara la historia, el recuerdo de que su abuelo estuvo en un gulag. “Estuve dándole muchas vueltas para ver cómo pasaba eso a una ficción”, comienza diciendo el autor. Y agrega, “Yo discuto mucho con la idea de autoficción que está tan de moda ahora, a mí no me simpatiza esa idea. Entonces, quise jugar un poco con ‘eso es una experiencia personal’, porque creo que la literatura tiene que estar traccionada desde lo individual, pero no por eso se le tiene que quitar esa búsqueda de un sentido por fuera de la literatura misma. Es decir, parte de una experiencia personal muy fuerte, pero quería que se generara una búsqueda en el lector de donde había salido todo eso. No quería que se notara el referente real porque la novela es una construcción en sí misma. Eso buscaba”.
-Yo sentía que el texto me obligaba a buscar esa primera imagen de donde había surgido el texto. ¿Puede ser que, en ese sentido, dialogue un poco con Las brigadas, de Ariel Luppino?
- Esa es la novela que más me gusta de Luppino. Quizás porque los dos dialogamos con Kafka. A él le gusta Kafka también y jugamos con ese absurdo y con la violencia.
-Si bien la historia es un absurdo, con zombis, Dios y situaciones hilarantes por todos lados, la crueldad y la violencia que se describe es la de todos los días. Más allá del contexto, los hechos violentos son los que salen en los diarios hoy en día…
- Qué bueno que hayas visto esto. Uno no puede controlar, por supuesto, los efectos de la lectura, pero la mayoría de las devoluciones tienen que ver con la risa y no con la tragedia. La risa oculta lo trágico de la violencia permanente. El gulag me daba a mí la oportunidad de poner esa violencia por delante. Pensando esto y lo anterior, hay un texto de Kafka, La colonia penitenciaria, que está muy presente acá. Está la tortura, la máquina que cobra vida propia pero que no funciona, aunque permite que el que quiera engancharse con una lectura tremendista pueda hacerlo. Pero si no llegás, no importa, porque podés reírte con lo que les pasa también. Por supuesto que yo acá maximicé la violencia.
“La construcción de un enorme puente sobre el río Irtysh dispara una serie de acontecimientos en un campo de prisioneros. Una rata hombre, zombis (incluido un zombi enano), peces con boca gigante, un esquizofrénico post mortem, el mismísimo Dios (¿o su homónimo, diosito?) habitan un espacio transicional entre la vida y la muerte, en el que todo puede suceder”, adelanta de la historia José Retik en la contratapa del libro.
Como ingrediente de la historia encontramos recursos como el uso de dichos populares o frases hechas todo el tiempo, comparaciones y una presencia del tiempo y del paso del tiempo que provocan y obligan al lector a preguntarse por la lectura. Diego Cano explica: “Todo lo que acabás de decir son cosas muy trabajadas. La novela está en primera persona, entonces me preocupaba el tema de la adjetivación, algo que en tercera persona tiene más problemas. El narrador queda como alguien que quiere imponer ideas y yo no quiero eso, yo quiero que surja de la subjetividad de los personajes o de la propia narración. Todo esto para decirte que las comparaciones son una forma de adjetivar. Es un gran trabajo el que hay detrás, porque cuando la comparación está por fuera de la situación puede disparar la risa o dislocar el sentido…”
-Hay mucho trabajo porque, además, son capítulos cortos y, por lo menos, hay dos o tres comparaciones por cada uno de ellos…
- Para esta novela escribí un capítulo por semana, era toda una semana “craneando” cada uno de ellos. Por otro lado, los dichos o las frases son algo muy “aireano”, digamos así. Traen un lenguaje que en general es rechazado ahora. Pensá, se habla el lunfardo en un gulag, eso te tiene que generar un choque, entonces para mí es muy importante. Yo rechazo absolutamente la solemnidad en la literatura y la literatura como lo “culto”, entonces, las frases del sentido común es como traer la literatura a una lengua que está pérdida, traerla al llano. Lo que yo quiero es recuperar ese lenguaje que, además, me parece gracioso también.
- Conviven un “quetejedi” con un “riptus”, un “chiflete” con un “patrañas” o un “deja vu”. Te obliga a un trabajo como lector…
- Ahí está todo. Pero también está no hacer un “cliché” de lo popular porque sería pasarse de vueltas, hacerlo estereotipado. También está esto ahí: cuando yo era chico, en mi casa había un uso del lunfardismo mayor que el que, creo, hay hoy en día. Entonces, hay también algo de recuperar ese lenguaje que había y se está perdiendo y tiene mucho de argentinidad y de mi infancia.
- ¿Y qué pasa con el tiempo?
- Es muy de Kafka también. Yo al principio quería que el puente que tienen que construir no puedan hacerlo y un escritor amigo, Esteban López Brusa, me dijo que no repita lo que hay, por más que me guste, sino que haga algo nuevo. Y no solo tenía razón, sino que hay algo bueno ahí en eso de luchar con algo que uno quiere, con uno mismo. Entonces, el tiempo es eso que hace que perdure esa situación de violencia en ese absurdo. Estas formas, que pueden parecer locas, hoy también son violencia.
-Uno de los grandes personajes es “diosito” y, encima, veo que está dedicada a él o a alguien con su nombre…
- Trabajé mucho esta novela con un dibujito animado que se llama Gravity Falls que es una locura hermosa. Yo me divertía mucho, lo veía con mis hijas y de ahí saqué al personaje. La idea es dislocar la idea de Dios, hacer desaparecer la idea que tenemos de él. Acá aparece como con un manto de luz y después tiene los poderes, pero los usa medio sin saber y después le sale todo mal, le hacen bullying, encima es un melancólico. Quería romper con esa idea de que te tiene que salvar y jugar con ese significante y en esa ruptura generar más absurdo y comicidad.
“Tendríamos que pensar en un género nuevo, algo como un ‘Absurdo maravilloso’”, le digo a Diego Cano. Él asiente y coincide. Quizás esté haciendo camino con esta novela.
El gulag, la nieve, el río, el puente, los zombis, diosito, la violencia y la crueldad. Ingredientes de una historia de la que no hay que quedarse solo con lo superficial. La violencia y algunos hechos que se narran aparecen en nuestros días sin zombis de por medio. Una novela que, dentro de su absurdo, provoca pensamiento y la necesidad de un lector atento y dócil a la hora de dejarse provocar por la lectura.
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